DESTRUCTOR DE HOGARES



 "AsĂ­ que el nombre Awenasa, ¿es un nombre indio?" preguntĂł el entrevistador mientras empujaba un micrĂłfono en la cara del anciano nativo americano. "SĂ­", respondiĂł el hombre en voz baja con una sonrisa extrañamente triste. “Es Cherokee…significa 'mi hogar'. QuerĂ­an que lo cambiara a Anderson para el programa, pero no quise. AsĂ­ que finalmente ellos…”


Murphy golpeĂł con un pulgar regordete el botĂłn de parada de su nuevo mando a distancia. Odiaba las cosas nuevas, y este nuevo control remoto estaba pidiendo a gritos ser estrellado contra la pared o aplastado bajo los pies, al igual que los Ăşltimos. Pero luego encontrĂł el botĂłn correcto y la imagen en pantalla cambiĂł a un pequeño pueblo del Viejo Oeste en algĂşn lugar de Texas. Un sheriff estaba agachado detrás de un barril de madera, mirando a travĂ©s de la calle azotada por el viento hacia el techo de una tienda de comestibles, donde un hombre armado lo apuntaba con cuidado. Murphy sonriĂł satisfecho y abriĂł otra cerveza.

No era su marca favorita de cerveza, ni siquiera una muy buena marca. Murphy no sabĂ­a en quĂ© habĂ­a estado pensando Heather al comprar esta basura barata en lugar de su marca favorita. Ella habĂ­a estado parloteando sobre la necesidad de ahorrar dinero para comprar un sofá nuevo, una cosa naranja desagradable que habĂ­a visto en el centro. EchĂł un vistazo a su viejo sofá hundido con sus rasgaduras y rasgaduras, manchas y puntos desgastados adornando su cubierta descolorida. “No tiene nada de malo”, murmurĂł, acomodándose más cĂłmodamente en su costoso sillĂłn de cuero italiano. Su mirada volviĂł a la televisiĂłn, donde el sheriff Caleb Hunter estaba disparando unas cuantas balas más en el pecho de unos cuantos tipos malos más.

Murphy no habĂ­a podido ver Rifle Town durante muchos años. HabĂ­a sido su programa favorito cuando era niño y habĂ­a seguido siendo su pasatiempo favorito hasta bien entrada su adolescencia. Se habĂ­a maravillado con los primeros episodios en color, aunque, como la mayorĂ­a de los fans, todavĂ­a preferĂ­a el original en blanco y negro. HabĂ­a pasado por esa extraña sensaciĂłn de reajuste cuando Johnny Awenasa, quien interpretĂł al ayudante Rainfoot original, fue reemplazado por ese otro actor... ¿Frederick Harding? Hargrove? Murphy no podĂ­a recordar. No importĂł, ya que el programa solo habĂ­a durado unos meses en color antes de ser cancelado por la cadena. Murphy se sorprendiĂł de lo triste que se sintiĂł al ver el episodio final.

Y todos estos años despuĂ©s, allĂ­ estaba... ¡la serie completa de Rifle Town en DVD, cada episodio! Además de entrevistas! El precio era alto, pero la caja en realidad estaba autografiada por Weston Rialto, quien habĂ­a interpretado al sheriff Caleb Hunter todos esos años. AsĂ­ que deja que Heather se queje del precio todo lo que quiera. Incluso se habĂ­a regalado algo extra... varios paquetes de palomitas de maĂ­z Spiffy-Pop. Las cosas no habĂ­an estado disponibles en las tiendas durante años, pero encontrĂł un proveedor en lĂ­nea y pagĂł un alto precio por una caja de los refrigerios tradicionales. Eran exactamente como los recordaba de su juventud... cada paquete contenĂ­a una pequeña cacerola de hojalata con una cubierta de aluminio especialmente doblada. Cuando se calentĂł, las palomitas de maĂ­z obligaron a la cubierta de aluminio a expandirse en un gran globo que finalmente se abrĂ­a y servĂ­a como tazĂłn. Las cosas estaban deliciosas, y habĂ­a varios paquetes esperando en la cocina en este mismo momento. De repente, Murphy decidiĂł que la mejor manera de disfrutarlo serĂ­a tomar la pequeña estufa Coleman del equipo de campamento en el garaje y asar las palomitas de maĂ­z allĂ­ mismo en la sala de estar mientras miraba ¡Rifle Town! ¿A Heather no le encantarĂ­a ESO?

Heather simplemente no podĂ­a dejarlo solo, no podĂ­a dejar que se divirtiera. Ella siempre se quejaba de las tareas que Ă©l no habĂ­a terminado, o se quejaba de esos autos viejos en la parte de atrás porque pensaba que necesitaba un jardĂ­n. Siempre era algo, y por lo general pasaban las primeras horas del dĂ­a discutiendo. Murphy siempre se sentĂ­a aliviado al llegar a su cubĂ­culo en el banco. La gente lo respetaba allĂ­. Tal vez no hablaron mucho con Ă©l, ni lo invitaron a ninguna de esas pequeñas fiestas, pero sĂ­... El oficial de prĂ©stamos Murphy se ganĂł el respeto en el banco. Luego, si tenĂ­a suerte, al llegar a casa encontrarĂ­a que Heather se habĂ­a enojado lo suficiente como para ir de compras o visitar a su mamá o hacer cualquier cosa para irse cuando Ă©l llegara. Y esta fue una de esas noches. Probablemente no volverĂ­a hasta tarde, asĂ­ que ¿por quĂ© no disfrutar de la soledad? Murphy arrojĂł a un lado su lata de cerveza vacĂ­a y abriĂł otra. Los episodios de Rifle Town, mucho Spiffy-Pop y cerveza... ¡Esta iba a ser una gran noche! Nada iba a estropear esto. Ni siquiera esa vocecita dĂ©bil que rebota en la parte posterior de su cabeza, la que grita "Por favor, Sr. Murphy, señor... es nuestro HOGAR".

Se habĂ­an sentado allĂ­ frente a su escritorio hace unos dĂ­as, luciendo como criminales condenados. ¿Y por quĂ© no deberĂ­an hacerlo? Retrasados ​​en sus pagos nuevamente, probablemente desperdiciaron su dinero en drogas y pornografĂ­a, ¡y ahora parecĂ­an tan sorprendidos de escuchar que el banco realmente podrĂ­a querer sus pagos! La dama habĂ­a comenzado a suplicar que las facturas mĂ©dicas de su esposo los dejaban con apenas lo suficiente para comer, mientras que el hombre de aspecto enclenque simplemente se habĂ­a sentado mirando sus zapatos como un perro herido. El oficial de prĂ©stamos Murphy habĂ­a dejado en claro que el banco no tendrĂ­a más remedio que ejecutar la hipoteca y que tendrĂ­an hasta fin de mes para salir. Se levantaron para salir del banco como si estuvieran en estado de shock, pero el hombre se habĂ­a detenido justo frente al cubĂ­culo de Murphy y se dio la vuelta. HabĂ­a mirado a Murphy con ojos que contenĂ­an tal tormento, tal sufrimiento que por una fracciĂłn de segundo el Oficial de PrĂ©stamos Murphy no pudo evitar casi preocuparse, solo un poco. Y el hombre habĂ­a pronunciado esa lamentable declaraciĂłn que perseguĂ­a a Murphy incluso ahora. “Por favor, Sr. Murphy, señor… es nuestro HOGAR”
Algo dentro de Murphy parecĂ­a estar tirando de su lengua, tratando de evitar que dijera lo que dijo a continuaciĂłn. Pero no era lo suficientemente fuerte, y se enorgullecĂ­a de superar ese pequeño y extraño tirĂłn y hacer el trabajo correctamente.
“¡Ya no, no lo es! Sois la sĂ©ptima pareja que he echado esta semana, ¡y eso es lo que yo llamo una buena semana! Ahora sal de mi oficina antes de que llame a seguridad.
Y Murphy le habĂ­a dado al enano oficial de prĂ©stamos Murphy Glare, esa mirada acerada que decĂ­a 'Yo soy el que está a cargo aquĂ­, eres un inferior indigno, y si quiero puedo convertirte en polvo'. El pequeño se habĂ­a dado la vuelta y eso habĂ­a sido todo. Siete parejas vuelven a salir a la calle a la que pertenecĂ­an. No es una mala semana en absoluto. ¡Y no hay razĂłn para preocuparse por eso ahora, no cuando es hora de Rifle Town! Murphy se dirigiĂł al garaje para agarrar el Coleman.

Otra cacerola de Spiffy-Pop se estaba calentando lentamente sobre el quemador mientras el sheriff Caleb Hunter espoleaba a su fiel corcel Bullet hacia adelante. A su lado montaba el ayudante Rainfoot, pero no el Rainfoot original. Murphy se habĂ­a sentado a travĂ©s de todos los episodios originales en blanco y negro y ahora estaba bien metido en los de color. HabĂ­a latas de cerveza vacĂ­as esparcidas por el suelo, un tazĂłn nuevo de Spiffy-Pop estaba en camino y Murphy estaba teniendo una velada perfecta. La vocecilla quejumbrosa del debilucho del banco hacĂ­a tiempo que habĂ­a sido tragada por los disparos cuando el sheriff Hunter derribaba a oleada tras oleada de villanos, la persistente voz de Heather habĂ­a dado paso a la mĂşsica de los vaqueros que tocaban sus armĂłnicas alrededor de la mesa. fogata, todas las preocupaciones de la vida se habĂ­an desvanecido mientras la cerveza ahogaba su cerebro y las aventuras de Rifle Town continuaban. Pero ahora habĂ­a algo nuevo, solo lo suficientemente notable como para distraer. Una especie de silbido procedente del Spiffy-Pop mientras se calentaba.

Murphy se inclinĂł hacia adelante y escuchĂł atentamente al Coleman, preguntándose por un momento si podrĂ­a haber una fuga en las mangueras. Pero la estufa era prácticamente nueva, ya que Murphy en realidad nunca habĂ­a ido de campamento, e inmediatamente se dio cuenta de que el sonido provenĂ­a de la olla de palomitas de maĂ­z. Estaba ese viejo chisporroteo familiar que recordaba con tanto cariño, pero debajo habĂ­a un extraño silbido que le recordaba a las serpientes de cascabel. Le resultĂł difĂ­cil concentrarse y se dio cuenta de que se estaba emborrachando un poco. Pero ese sonido era peculiar, habĂ­a casi una pizca de amenaza en Ă©l, casi como si... Murphy se inclinĂł hacia adelante hasta que su rostro estuvo a centĂ­metros de la bandeja cubierta con papel de aluminio.
"¡MĂšSICA POP!"
Se echó hacia atrás instintivamente, y luego sonrió ampliamente cuando un segundo y tercer grano de palomitas de maíz comenzaron a silbar frenéticamente antes de estallar ruidosamente debajo del papel de aluminio.
"Cuidado, Sheriff", se riĂł entre dientes, "¡SERPIENTES!" Y Murphy abriĂł otra lata de cerveza.

Unas horas más tarde, varias cacerolas vacĂ­as de Spiffy-Pop yacĂ­an entre las latas de cerveza vacĂ­as formando un anillo alrededor del sillĂłn reclinable de Murphy. Ahora estaba muy borracho y el Ăşltimo episodio de Rifle Town apenas comenzaba. Murphy estaba encantado de que Heather todavĂ­a no hubiera regresado para molestarlo y esperaba que su suerte se mantuviera hasta que terminara el espectáculo final. Se estaba calentando una nueva cacerola de palomitas de maĂ­z y aĂşn quedaba mucha cerveza, aunque fuera esa basura barata. No es tan malo. No es una mala noche en absoluto. Excepto... allĂ­ estaba de nuevo. Ese silbido enojado.

Murphy frunciĂł el ceño al Spiffy-Pop. HabĂ­a casi algo de burla en el primer POP, y los que siguieron parecĂ­an de alguna manera regañar y regañar mientras escuchaba.
“Vaya”, murmurĂł, “debe ser la cerveza”.
Su ceño se trasladĂł a la lata de cerveza medio vacĂ­a que sostenĂ­a. Se deshizo de Ă©l bebiĂ©ndolo y reemplazándolo con otro. Al mirar hacia arriba, notĂł que el ayudante Rainfoot, no el original, estaba a punto de recibir un disparo en la espalda. Pero el sheriff Caleb Hunter estaba saltando desde una ladera para abalanzarse sobre los forajidos sin sospechar nada. El estĂłmago de Murphy comenzaba a sentirse hinchado por las numerosas bandejas de palomitas de maĂ­z, pero la cerveza lo estaba lavando bien. IgnorĂł el leve estruendo interno cuando el sheriff Hunter disparĂł y un tipo malo cayĂł espectacularmente de su caballo a un barranco. Otro bandido enmascarado fue arrojado de su silla y las palomitas de maĂ­z continuaron asándose. Pero definitivamente habĂ­a algo extraño en el estallido. No, no lo hubo, no seas tonto, solo estás borracho. Si habia.

Justo debajo del estallido ahora constante, Murphy pudo escuchar algo asĂ­ como un gemido. Un lamento casi doloroso, como si las almas torturadas estuvieran de luto por alguna pĂ©rdida insoportable. Un sonido de desesperanza que le helĂł la espalda mientras escuchaba.
“ContrĂłlate”, tartamudeĂł, “Es solo la cerveza”. Pero no habĂ­a duda de ello. El sonido aumentĂł de volumen cuando se reclinĂł hacia atrás del Coleman, sus nervios insistĂ­an en que algo muy malo estaba pasando aquĂ­.
“Oammmmmmzzzzz……….oammmmmzzz…..hoammmzzz…..hoammzz….hogares…”

Murphy saltĂł hacia adelante de repente y tirĂł de las palomitas de maĂ­z de la estufa con enojo. El mango de hojalata le quemĂł la palma de la mano, pero Ă©l lo ignorĂł y hundiĂł la cara en el globo de aluminio, mordiĂ©ndolo salvajemente. Las palomitas de maĂ­z llenaron el aire mientras escupĂ­a papel de aluminio arrugado como un leĂłn que arranca el vientre de una cebra.
"¡ALLĂŤ!" gritĂł triunfalmente, llenándose la boca con palomitas de maĂ­z frescas y calientes. Eso es lo que obtienes cuando empiezas a molestar al oficial de prĂ©stamos Murphy. ¡Te comen! ¡Cuenta con eso! Se acomodĂł en el sillĂłn reclinable y volviĂł su mirada a la pantalla mientras el atardecer caĂ­a sobre un desierto de Texas azotado por el viento. El sheriff Hunter y Rainfoot se reunĂ­an alrededor de una pequeña fogata para pasar la noche, y todo estaba bien en el mundo, incluso si estaba en color.

La sensaciĂłn de hinchazĂłn en el estĂłmago de Murphy estaba dando paso a una sensaciĂłn de ardor, no solo por las náuseas que podrĂ­a provocar la cerveza, sino por una sensaciĂłn dolorosa, casi como el dolor de un tejido estirado. ¡Esto de repente se estaba volviendo un poco alarmante! ¿DeberĂ­a llamar al mĂ©dico o algo asĂ­? Se dio cuenta de que era fin de semana, por lo que tendrĂ­a que llamar al hospital. Mmmm... caro. Mierda, ¿tenĂ­a que ir a trabajar mañana? Se quedĂł perplejo borracho un momento antes de recordar que mañana solo era sábado, el primero de otro mes. No hay trabajo de quĂ© preocuparse, pero ¿no habĂ­a algo sobre el final del mes? No podĂ­a recordar. OlvĂ­dalo, no es importante, relájate. Pero su estĂłmago se estaba volviendo cada vez más doloroso mientras continuaba tratando de concentrarse en la pantalla del televisor. Y se estaba haciendo difĂ­cil escuchar el programa... el aire se llenĂł de nuevo con ese horrible gemido que habĂ­a notado antes. Era mucho más fuerte ahora, y el llanto indistinto habĂ­a dado paso a una sola palabra claramente perceptible, repetida sin cesar por lo que parecĂ­a la voz de miles...
"casas... casas... Casas... CASAS..." El 
sheriff Hunter estaba sacando una armĂłnica de su bolsillo como siempre lo hacĂ­a al final de un espectáculo, el ayudante Rainfoot estaba revolviendo algo en una sartĂ©n sobre la pequeña fogata, y por un momento Murphy era joven otra vez. SabĂ­a que estaban a punto de cantar Trail Song, y esta serĂ­a la Ăşltima vez que la cantarĂ­an, y luego sus amigos mágicos de la tierra de la televisiĂłn no iban a venir a visitarlo más, y serĂ­a realmente horrible. y Ă©l iba a estar tan solo, y dolĂ­a todo de nuevo. Excepto que esta vez fue aĂşn peor porque esta vez no era ese tipo falso de Rainfoot, esta vez era el VERDADERO Rainfoot, Johnny Awenasa, sentado allĂ­ en colores vivos a pesar de que solo fue filmado en blanco y negro.

“Me alegro de que lo estĂ©s disfrutando, pero no deberĂ­as comer demasiado”, sonriĂł Rainfoot, y Murphy se dio cuenta de que el sheriff estaba comiendo palomitas de maĂ­z mientras alcanzaba la armĂłnica. El instrumento volviĂł a caer en el bolsillo de la camisa del sheriff cuando se volviĂł hacia su guĂ­a indio con una sonrisa.
"¿Por quĂ© no? ¡Sabe genial!"
"SĂ­, pero enoja a los espĂ­ritus".
"¡En realidad! ¿Como es que?"
“Bueno… Se dice entre muchas de las Grandes Tribus que los espĂ­ritus viven en el maĂ­z. Cada grano es el hogar de un espĂ­ritu, y cuando calientas el maĂ­z, los espĂ­ritus se enojan. Por eso se revienta el maĂ­z”.
El sheriff Hunter se rió entre dientes y se echó hacia atrás el sombrero como siempre solía hacerlo, y luego estaba sacando la armónica de su bolsillo y la música de fondo estaba comenzando y ahora iban a cantar Trail Song.

El dolor de estĂłmago de Murphy se habĂ­a convertido en una enorme llama furiosa que exigĂ­a toda su atenciĂłn. Mirando hacia abajo, se dio cuenta de que en realidad se estaba hinchando terriblemente, su camisa holgada ahora estaba estirada hasta el punto de rasgarse. SintiĂł como si su propia piel estuviera a punto de rasgarse. ¡Las palomitas de maĂ­z parecĂ­an hincharse dentro de Ă©l, tratando de separarlo por dentro! Esto era una locura, debe estar imaginándolo... era solo esa estĂşpida cerveza barata. Pero sintiĂł una creciente sensaciĂłn de desesperaciĂłn mientras trataba de concentrarse en la televisiĂłn.

El ayudante Rainfoot, el verdadero, estaba sacudiendo la sartĂ©n sobre el fuego, excepto que no era una sartĂ©n de hierro fundido como de costumbre; era una pequeña cacerola de hojalata Spiffy-Pop, y el papel de aluminio se inflaba hasta convertirse en un enorme globo plateado, listo para reventar. Las voces quejumbrosas llenaron la cabeza de Murphy con su cántico insistente... "CASAS... CASAS... CASAS..." y el ayudante Rainfoot estaba mirando directamente a la cámara, mirando directamente a los ojos de Murphy y sonriendo con esa extraña y triste sonrisa suya, y no es asĂ­ como sucede. Se suponĂ­a que terminarĂ­a, nunca mirĂł directamente a la cámara, y el estĂłmago de Murphy dolĂ­a tanto, y esto no estaba bien, ¡no se suponĂ­a que terminarĂ­a de esta manera! La Ăşltima voz que Murphy escuchĂł fue muy fuerte y estaba llena de la más pura indignaciĂłn.

"¡Devolverles!"

Heather tenĂ­a la intenciĂłn de llegar a casa mucho más temprano esa noche, pero uno de los neumáticos calvos que Murphy se negĂł a reemplazar finalmente se habĂ­a desgastado demasiado y se habĂ­a pinchado. HabĂ­a caminado tres millas hasta su casa, solo para encontrar el horrible espectáculo que finalmente se convirtiĂł en una leyenda local. La profesiĂłn mĂ©dica no pudo ofrecer ninguna explicaciĂłn que pudiera explicar por quĂ© un hombre estallĂł repentinamente de esa manera. Finalmente se atribuyĂł a causas desconocidas y se olvidĂł. El banco estaba igualmente desconcertado al darse cuenta de que toda la documentaciĂłn de Murphy habĂ­a desaparecido de su cubĂ­culo. Pero a los clientes a los que les faltaban registros finalmente se les concedieron nuevos prĂ©stamos y la vida siguiĂł como de costumbre. El seguro pagĂł un entierro digno, con suficiente dinero para que Heather comprara un sofá naranja de muy buen gusto que habĂ­a admirado mucho. Y dos sillas a juego.


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