PillĂ© a mi mujer con otro cuando volvĂ del trabajo, en mi departamento. No me vieron. No hice nada, me di la vuelta y me fui a mi auto, como un zombie. ComencĂ© a correr a 110 km/hr, y aumentaba. Una nebulosa en mi cerebro, adelantĂ© dos autos, un bus, un camiĂłn, y la moto encima, me concentrĂ© en aquel tipo, no vi la curva, choquĂ© y di varias vueltas en el aire. Familia, llanto, pacos, ambulancia, taco… y acá empieza todo.
Al tiempo, en casa de mi mamá, en estado vegetal, encerrado en mi propio cuerpo, no podĂa salir de allĂ. Me alimentaban, me cagaba, me mudaban, y me hablaban. DĂas, semanas, meses. Escuchaba todo pero no podĂa responder.
Al principio me visitaban constantemente, pero con el tiempo cada vez mas solo. Como siempre mi madre, mi fiel acompañante, mi esposa se fue con aquel.
Hasta que un dĂa, me visitĂł una amiga de mi tĂa, que llegĂł con rosas, y comenzĂł a hablarme:
- Mi niño, tengo unos problemas econĂłmicos gigantescos, no sabe cĂłmo me encantarĂa sacarme la loterĂa. Su madre me dijo que usted era muy buena persona cuando estaba sano… en una de esas me echa una manito.
Claro… ahora se trataba de que yo le hacĂa mandas a la gente. Pero increĂblemente, despuĂ©s de unas semanas mi mamá encendiĂł el televisor en mi habitaciĂłn, y se escuchaba la misma voz de aquella señora en una entrevista.
- Quiero dar agradecimiento a Sebastián, más conocido como Chalito, él fue quien hizo el milagro, ahora soy rica gracias a él.
Yo no tenĂa nada que ver, pero mi madre estaba contenta, porque aquella señora le regalĂł mucho dinero con el que arreglaron la casa, cambiaron mi cama, e incluso contrataron a una enfermera. El asunto, es que esto no terminĂł allĂ, siempre llegaba alguien nuevo para pedirme favores.
- Chalito, a mi hija la van a operar, que salga todo bien.
- Chalito, se perdiĂł mi perro, ayĂşdame a encontrarlo.
- Chalito, la siembra anda mala ¿Por quĂ© no haces que llueva un poquito?
No sĂ© si todas las peticiones se habrán cumplido, pero tengo la sensaciĂłn de que la mayorĂa sĂ, porque la gente volvĂa para pedir penitencia, incluso aquel hombre que me pidiĂł que lloviera llegĂł con las rodillas ensangrentadas de tanto arrastrase.
Mi nombre se hizo popular, y yo estaba cada vez mas lleno de rosas, peluches, dinero y tantas cosas más sin hacer nada.
Pero un dĂa, alguien apareciĂł con voz quebrada, como si el mundo se fuese a acabar.
- Hola Chalito, vine como todo el mundo a pedirte un favor. No vengo por dinero, ni por salud… en realidad no sĂ© que es.
Aquella mujer me tomĂł de la mano y sentĂa sus lágrimas caer en mis dedos.
- Mi hija tiene doce años. Se llama EstefanĂa, muy linda ella, lo más hermoso que me ha tocado en la vida. Su padre nos abandonĂł hace muchos años, asĂ que solo somos nosotras dos, y tengo miedo de perderla.
Pensé que se trataba de un cáncer, o de otra enfermedad terminal.
- Hace unos meses ella comenzĂł con molestias en su espalda, bien fuertes, pensĂ© que se trataba de una tortĂcolis o algo por el estilo. Pero en las noches ella comenzĂł a gritar porque los dolores eran insostenibles. La llevĂ© al mĂ©dico y no le encontraron nada, pero bañándola, comencĂ© a ver que tenĂa cicatrices, rasguñones y moretones, como si alguien abusara de ella. PensĂ© que en el colegio alguien la maltrataba, hablĂ© en direcciĂłn, con profesores y mi hija siempre me dijo que allá nadie le hacĂa nada… y asĂ era, yo mismo lo comprobĂ©, todas sus compañeras la quieren mucho. Hasta que hace unos dĂas el asunto complicĂł… no sĂ© como contar esto, pese a que tu no me puedas responder, y ni siquiera sĂ© si me estás escuchando.
Casi siempre solĂa hacer oĂdos sordos a todo el mundo, porque me aburrĂan con sus historias… pero ella me tenĂa bastante expectante.
- Dice que el diablo está con ella. Que Ă©l la golpea, y que no la deja en paz. LlamĂ© a sacerdotes, pastores, lo que te puedas imaginar… pero todos han terminando huyendo de ahĂ porque algo los empuja. Yo misma lo he visto, en un principio tuve miedo de Ă©l… pero ya no, soy capaz de hacer cualquier cosa para enfrentarlo. ¿Sientes mi brazo? Esos son rasguños que he recibido cuando he estado con mi hija. No quiero llevarla al doctor, porque la llevarán a un psiquiátrico y terminará… bueno… muerta… y no quiero. AyĂşdame. SĂ© que haces milagros, ya no sĂ© quĂ© más puedo hacer, e intentado de todo… te lo suplico. Te prometo que si la salvas te doy mi vida, esa será mi penitencia… pero ayĂşdala, por favor.
Se marchĂł, y mi mente en silencio. Pasaban todos a pedirme favores… pero estaba solo yo y mi oscuridad, pensante por aquel asunto. No podĂa hacer nada… o eso creĂ.
DormĂ, de pronto me levantĂ© y vi mi cuerpo en la cama. SalĂ de la habitaciĂłn y me encontrĂ© a mi madre durmiendo en el sillĂłn mientras la luz del televisor le alumbraba la cara. CaminĂ©, y botĂ© sin querer un vaso que se encontraba en la mesa. Mi vieja despertĂł asustada, luego se levantĂł y se fue a acostar. CerrĂ© los ojos, y esta vez me encontraba en la calle, me di cuenta que podĂa teletransportarme solo pensando en el lugar donde querĂa estar. Vi a otros caminar como yo, pero todos nos ignorábamos, como si tambiĂ©n tuviesen que cumplir una peticiĂłn en corto plazo. CerrĂ© los ojos, y me concentrĂ© en la energĂa, y escuchaba las voces… hasta que sentĂ el grito horrible, abrĂ los ojos y estaba dentro de una casa. Un fuerte olor a azufre, a desagĂĽe y un llanto que no se detenĂa
- ¡Deja a mi hija!
- ¡Mamá! ¡AyĂşdame! ¡Me quiere llevar!
EntrĂ© a la habitaciĂłn de EstefanĂa, y observĂ© a aquella cosa tirándole el pelo, levantándola de la cama. La mujer intentĂł acercarse a lo que sus ojos era invisible, pero la lanzĂł bastante lejos. Luego, aquel demonio soltĂł a la niña, y me mirĂł a la cara. ComenzĂł a mostrarme sus dientes de perro, y yo, en silencio comencĂ© a acercarme.
- Im 'vestri mom reginam vult opprimere,
- Déjala, no te tengo miedo
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Por alguna razĂłn entendĂa el latĂn, me amenazaba con vejámenes que le harĂa a mi madre. Sus ojos brillaron y la habitaciĂłn cambiĂł por completa, vi a mi ex mujer acostada con aquel tipo. Ella en cuatro, gimiendo por la excitaciĂłn mientras este le golpeaba las nalgas. Me daba vuelta para no ver más, pero seguĂan allĂ, podĂa verlos siempre, no importaba donde lanzara mi mirada, cerrar los ojos tambiĂ©n daba igual.
- ¡No… eso ya pasĂł… sĂ© que eres tĂş!
Hasta que al fin se dignĂł a enfrentarme.
- ¡¿QuĂ© quieres?! ¡Ella es mĂa! ¡Vete de aquĂ, vuelve a tu cama!
- ¡No me voy a ir, dĂ©jala!
MostrĂł nuevamente sus dientes, como si la fuese a morder.
- TĂş no eres el diablo.
- ¡Si, lo soy!
- Si lo fueses no tendrĂas miedo de mi. Eres igual que yo.
- ¡Mentira!
CerrĂ© los ojos, y lo encontrĂ©. Hospital… un tipo vegetal, abandonado entre varios más, como Ă©l. Se veĂa arrugado, como si le quedara poco tiempo de vida.
- AquĂ estás. TĂş debes ser el padre de EstefanĂa.
MirĂ© hacia atrás, y su alma venĂa corriendo, enfadado a atacarme. Lo desconectĂ©. Su alma me empujĂł y caĂ. En el techo del hospital se abriĂł una luz roja parecida al de una nube, lo consumiĂł.
VolvĂ a la habitaciĂłn de EstefanĂa, su madre llorando, despidiĂ©ndose de ella, diciĂ©ndole que ahora cumplirĂa la manda.
De pronto comencĂ© a verme en el dĂa del accidente. Familia, llanto, pacos, ambulancia, taco… Mi corrida a 110 km/hr, pero esta vez la velocidad disminuĂa. Ya no veĂa aquella nebuloza en mi cerebro. Los buses, camiones, y aquel motociclista los veĂa pasar en cámara lenta. Di un respiro agitado, y sentĂ mis piernas. AbrĂ los ojos, mirĂ© el techo de mi habitaciĂłn, conectado a un aparato, lleno de jeringas en todo mi cuerpo.
- ¿Hijo? ¡Cresta! ¡Hijo! ¡Dios mĂo santo… no puedo creerlo! ¡Enfermera! ¡Enfermera! ¡¡MI HIJO… MI HIJO DESPERTĂ“.


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