Yo crecĂ en una comunidad rural llamada La Mutua, cerca del Naranjo en San Luis PotosĂ, en aquel entonces era un asentamiento de varias familias y ejidatarios cañeros que tenĂan parcelas muy cerca del caudal del rĂo, Ă©ramos principalmente, trabajadores de la caña y yo ayudaba a mis padres en la labor de cortar y transportar caña al ingenio del El Naranjo; mi madre tenĂa una molienda en donde preparaba piloncillo que Ăbamos a vender a Ciudad Valles y tenĂa una plantaciĂłn de caña particularmente especial para la elaboraciĂłn de este producto, yo era el encargado de cuidar esa plantaciĂłn y regarla cada tarde.
Fue una noche que regresaba a mi casa, eran las nueve y media de la noche y comĂşnmente terminaba a esa hora de regar, montĂ© mi caballo y tomĂ© una vereda para llegar más rápido; cortarĂa camino, pero estaba cubierta de caña y árboles, despuĂ©s de un largo recorrido, salĂ a un claro.
De pronto mi caballo relinchĂł y me puse en alerta, antes de llegar de nuevo al camino me saliĂł de improviso un animal, era un enorme perro negro, demasiado grande, era una bestia pero con forma de perro, comenzĂł a gruñir, sus ojos estaban iluminados por la luz de la luna y eran de un rojo intenso que parecĂan incendiarse, despedĂa una peste desagradable, un olor que nunca habĂa percibido entre excremento y hedor de perro, yo me asustĂ© y mi caballo se parĂł en sus patas traseras al momento que el animal comenzĂł a ladrar, eran ladridos extraños, graves y profundos que te erizaban la piel.
En ese momento traté de tranquilizar a mi caballo y el perro se dejó venir con la clara intención de morderme a mi o al caballo, fue en unos instantes que mi jamelgo se volvió a parar sobre sus patas y me tiró, mientras estaba en el suelo, el animal comenzó a morder las patas al caballo y este relinchaba de dolor.
Yo sobreponiĂ©ndome a la impresiĂłn, saquĂ© mi pistola y comencĂ© a dispararle, eso lejos de asustar a la bestia, hizo que caminara hacia a mĂ, lentamente, mi caballo al verse liberado del atacante corriĂł por la vereda asustado, dejándome a merced del perro, esperando lo peor, apuntĂ© esta vez a la cabeza del animal y le vaciĂ© el cargador, fueron 3 tiros los cuales no hicieron blanco, era imposible que fallara ya que era buen tirador, el animal estaba a escasos 2 metros de mi cuando, recarguĂ© y le disparĂ© de nuevo y no le di una sola vez, cuando pensĂ© que era mi fin, el animal aullĂł de una manera siniestra y corriĂł perdiĂ©ndose en el campo de caña.
Aun con la impresiĂłn y con el corazĂłn saliĂ©ndoseme del pecho, me levantĂ© y corrĂ con todas mis fuerzas por aquella vereda, cada sombra y cada curva del camino pensaba que eran trampas mortales y esperaba que me saliera aquel animal y por suerte no fue asĂ.
LleguĂ© a mi casa completamente mojado en sudor y exhausto, mi padre que estaba prendiendo leña, se percatĂł de mi y preocupado fue para ver que me pasaba, y le contĂ© todo lo que me habĂa pasado, mi viejo que tenĂa una gran sabidurĂa me dio cafĂ© con piloncillo y me frotĂł la nunca con alcohol, se quedĂł pensando un rato y me dijo con una seriedad y firmeza que nunca pude olvidar.
-Sabes qué mijo, creo que esa cosa que te atacó fue una persona, alguien que te quiere espantar
Yo me quedé pasmado ante aquella afirmación y me le quedé viendo incrédulo.
-Dime, la semana pasada que fuiste al baile al Naranjo ¿Con quiĂ©n te peleaste?
En eso recordĂ© que habĂa ido a un baile al Naranjo hacia unos dĂas y tuve un altercado con un joven lugareño, MartĂn SolĂs, habĂa sido por una mujer que pretendĂamos los dos y me habĂa hecho caso a mĂ, por lo que me retĂł a los golpes y Ă©l saliĂł perdiendo, suponĂa que no se quedarĂa tranquilo, la gente por esos rumbos era muy rencorosa y vengativa, asĂ que por esa razĂłn iba armado y estando siempre alerta para evitar ser «venadeado».
-Con MartĂn SolĂs apa’, tuvimos una pelea y el perdiĂł, le rompĂ el hocico-
-Mira mijo, ese SolĂs es nieto de un señor, un tal Felipe que tiene una parcela en Coyoles, ese fulano por todos es sabido que es un brujo que desde hace mucho se convierte en animal, ten mucho cuidado, ve siempre armado.
Los dĂas pasaron y como cada dĂa iba a regar la parcela, mi caballo habĂa vuelto solo a mi casa y lo habĂa curado de las mordeduras.
Por esos dĂas, conocĂ a una pareja de ancianos que iban a recoger palmas para techos, eran unas personas amables que siempre me invitaban cafĂ© y gorditas de chile, platicábamos de muchas cosas mientras regaba mi parcela y con la misma se iban, ellos vivĂan cerca de mi casa y pasaba por la suya a dejarles las palmas que habĂan cortado.
Una noche que regresaba de regar, sobre el camino habĂan dejado un atado de palmas que iba a llevarles, las comencĂ© a subir al caballo y sentĂ un pánico tremendo cuando escuchĂ© tras de mi unos gruñidos y percibĂ el hedor asqueroso del perro, temĂ lo peor, no quise voltear pero sentĂ un aliento fĂ©tido en mi nuca, el miedo se apoderĂł de mi.
Lentamente y con las fuerzas que me quedaban volteĂ© solo para darme cuenta que el animal estaba detrás de mĂ, su hocico lleno de dientes amarillos y una baba asquerosa, estaba a escasos centĂmetros de mi cara, la pistola la habĂa dejado en el morral que llevaba en la silla de montar, al ver que se acercaba hacia a mĂ, cerrĂ© mis ojos esperando la muerte y pensĂ© en mi papá y mi mamá, pasaron unos segundos que se me hicieron eternos, entonces abrĂ los ojos y no habĂa nada ahĂ, tan solo mi caballo asustado; montĂ© y me regresĂ© a mi casa a todo galope.
Por la mañana fui a disculparme con los ancianos por no llevar sus palmas, entonces el señor Feliciano me pregunto quĂ© me pasaba, le contĂ© lo sucedido y la advertencia de mi papá, de cĂłmo habĂa vaciado el cargador de mi pistola en la bestia y no le di, el señor con un gesto de preocupaciĂłn, me dijo firmemente.
-¿Te quieres librar de eso muchacho?-
-SĂ, claro-
-Te voy a ayudar, pero tienes que ser firme y tener en cuenta que a pesar de ser un animal, es una persona a la que vas a matar-
No comprendĂa lo que sucedĂa, pero era tanto mi temor que no me importĂł, tenĂa que acabar con eso que me querĂa hacer daño de una forma u otra, el anciano me pidiĂł el cargador de mi pistola y le sacĂł las balas.
-Vente mañana- Me dijo.
Al dĂa siguiente lo fui a buscar y ya estaba esperándome con cafĂ© y pan reciĂ©n hecho.
-Mira mijo, anoche mi vieja y yo curamos las balas, te aseguro que ‘ora si le vas a poder dar-
Al tomar las balas no notĂ© nada inusual a excepciĂłn de que tenĂan una especie como de cera verde en la punta y una cruz tallada en la bala.
Pasaron los dĂas y llegĂł la luna llena, tenĂa el presentimiento que tendrĂa un encuentro con el perro infernal, y asĂ fue, regresaba de regar y me metĂ por la vereda, al llegar de nuevo al claro, escuchĂ© los aullidos cerca y enseguida empuñe mi pistola, detrás de mi vi salir entre la caña al animal, di un giro en el caballo y vi que venĂa rápidamente hacia a mĂ con la intenciĂłn de atacarme, la luz de la linterna iluminaba y veĂa la sombra del animal y el brillo intenso de sus ojos acercándose.
Mi papá que me habĂa enseñado a disparar, me aconsejĂł siempre esperar el momento justo para hacerlo, asĂ que me tomĂ© mi tiempo, apunte bien y disparĂ©.
Se escuchó el fogonazo de la pistola y no le di, cuando el animal intenta rodearme, vuelo a disparar y esta vez le doy en la pata trasera, el aullido de dolor que lanzó fue tal que mi caballo se asustó y se paró sobre sus patas, pero esta vez me prepare para no caerme, el animal herido huyó por la vereda y se perdió en un cerrito que estaba a mis espaldas, traté que calmarme pero la adrenalina me hacia palpitar mi corazón, asà que cabalgue rápidamente.
Al llegar a mi casa, le platiqué a mi papá lo sucedido y me dijo, ahora sà vamos a saber quién es el que te esta espantando, mañana domingo que se junta la gente en la comuna, debe de haber alguien herido de la pierna ya verás.
AmaneciĂł y mi papa siempre se levantaba a las 5:00 de la mañana para ir a la comuna de los cañeros, al despertarme eran las 9:00 de la mañana y mi papá ya venĂa de camino.
-No vas a creer quién es al que baleaste, acompáñame-
EnsillĂ© mi caballo y fuimos a resolver el misterio. Sentado en una banca estaba un hombre ya mayor con una muleta y con la pierna vendada, de mirada torva y un gesto de maldad en su rostro que molestaba, era FilemĂłn SolĂs, tĂo abuelo de MartĂn, lo encarĂ©.
-¿Oiga don FilemĂłn, pos quiĂ©n lo hiriĂł?- le preguntĂ© con firmeza.
-Fuiste tĂş cabrĂłn, anoche, pa’ que te haces menso- me contestĂł con altanerĂa.
-Mire, re jijo viejo, si lo vuelvo a ver tratándome de espantar o queriéndome hacer algo a mi o mi familia, lo voy a matar, ya sé cómo.
SalĂ de ahĂ junto con mi papá y no volvĂ a saber nada de ese hombre, meses despuĂ©s me enterĂ© que un campesino y su familia habĂan sido masacrados en su casa no muy lejos de ahĂ en una comunidad llamada La Colmena, los testigos afirmaban que habĂa sido tres perros negros enormes los que mataron a la familia y robaron a dos de sus hijos para perderse en los cerros, a los niños los encontraron dĂas despuĂ©s completamente devorados por varios animales.
Desde ese dĂa que lo supe siempre salĂa con la pistola cargada y mis balas especiales.


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