Hoy, el mundo se encuentra una vez más al borde de un nuevo orden mundial y el surgimiento de un sistema de gobierno que se basa completamente en el mismo sistema operativo social darwinista - nietscheano que dio origen al fascismo en la Segunda Guerra Mundial.
La misma negación de la verdad universal que animó las mentes de Schacht, Goebbels, Heidegger o Schmitt también se ha vuelto hegemónica entre los lideres occidentales.
Muy pocos estadistas han tenido el coraje y la perspicacia de resistir este sistema.
Queda por ver si el resto del mundo se despierta a tiempo, por lo tanto, no está de más recordar las palabras de Robert H. Jackson de porque, para que y para quienes fueron los juicios de Nuremberg, cuando hoy dĂa vemos un avance de los gobiernos en los derechos humanos más importantes de todos.
Robert H. Jackson
Abogado jefe de los Estados Unidos
Nuremberg, Alemania
21 de noviembre de 1945
SeñorĂas:
El privilegio de abrir el primer juicio en la historia por crĂmenes contra la paz del mundo impone una grave responsabilidad. Los errores que tratamos de condenar y castigar han sido tan calculados, tan malignos y tan devastadores que la civilizaciĂłn no puede tolerar que se ignoren, porque no puede sobrevivir a que se repitan. Que cuatro grandes naciones, exaltadas por la victoria y aguijoneadas por la herida, detengan la mano de la venganza y sometan voluntariamente a sus enemigos cautivos al juicio de la ley es uno de los tributos más significativos que el Poder haya rendido jamás a la RazĂłn.
Este Tribunal, si bien es novedoso y experimental, no es producto de especulaciones abstractas ni está creado para reivindicar teorĂas legalistas. Esta investigaciĂłn representa el esfuerzo práctico de cuatro de las naciones más poderosas, con el apoyo de 17 más, para utilizar el derecho internacional para hacer frente a la mayor amenaza de nuestros tiempos: la guerra agresiva. El sentido comĂşn de la humanidad exige que la ley no se detenga con el castigo de los delitos menores cometidos por gente pequeña. TambiĂ©n debe llegar a los hombres que poseen un gran poder y hacen un uso deliberado y concertado de Ă©l para poner en marcha males que. no dejes ningĂşn hogar en el mundo sin tocar. Es una causa de esa magnitud que las Naciones Unidas presentarán ante Sus SeñorĂas. En el banquillo de los prisioneros se sientan una veintena de hombres destrozados. Reprochada por la humillaciĂłn de aquellos a los que ha conducido casi tan amargamente como por la desolaciĂłn de aquellos a los que ha atacado, su capacidad personal para el mal ha pasado para siempre. Ahora es difĂcil percibir en estos hombres cautivos el poder con el que, como lĂderes nazis, alguna vez dominaron gran parte del mundo y aterrorizaron a la mayor parte. Simplemente como individuos, su destino tiene poca importancia para el mundo.
Lo que hace que esta investigaciĂłn sea significativa es que estos prisioneros representan influencias siniestras que acecharán en el mundo mucho despuĂ©s de que sus cuerpos hayan vuelto al polvo. Los mostraremos como sĂmbolos vivos de los odios raciales, del terrorismo y la violencia, y de la arrogancia y crueldad del poder. Son sĂmbolos de los nacionalismos feroces y del militarismo, de la intriga y la guerra que han enredado a Europa generaciĂłn tras generaciĂłn, aplastando su virilidad, destruyendo sus hogares y empobreciendo su vida. Se han identificado de tal manera con las filosofĂas que concibieron y con las fuerzas que dirigieron, que cualquier ternura hacia ellos es una victoria y un estĂmulo para todos los males que están ligados a sus nombres.
Lo que estos hombres representan lo revelaremos con paciencia y moderaciĂłn. Te daremos pruebas innegables de hechos increĂbles. El catálogo de crĂmenes no omitirá nada que pueda ser concebido por un orgullo patolĂłgico, crueldad y ansia de poder. Estos hombres crearon en Alemania, bajo el "FĂĽhrerprinzip", un despotismo nacionalsocialista sĂłlo igualado por las dinastĂas del antiguo Oriente. Le quitaron al pueblo alemán todas aquellas dignidades y libertades que ostentan los derechos naturales e inalienables de todo ser humano. El pueblo fue compensado encendiendo y gratificando los odios hacia aquellos que fueron marcados como "chivos expiatorios". Contra sus oponentes, incluidos los judĂos, los catĂłlicos y los trabajadores libres, los nazis dirigieron una campaña de arrogancia, brutalidad y aniquilaciĂłn como la que el mundo no ha presenciado desde la Ă©poca precristiana. Excitaron la ambiciĂłn alemana de ser una "raza superior", lo que por supuesto implica servidumbre para los demás. Condujeron a su pueblo a una loca apuesta por la dominaciĂłn. Desviaron energĂas y recursos sociales a la creaciĂłn de lo que pensaban que era una máquina de guerra invencible. Invadieron a sus vecinos. Para sostener a la "raza superior" en su guerra, esclavizaron a millones de seres humanos y los trajeron a Alemania, donde estas desventuradas criaturas ahora vagan como "personas desplazadas". Al final, la bestialidad y la mala fe llegaron a tal exceso que despertaron la fuerza dormida de la CivilizaciĂłn en peligro. Sus esfuerzos unidos han hecho añicos la maquinaria de guerra alemana. Pero la lucha ha dejado a Europa en una tierra liberada pero postrada donde una sociedad desmoralizada lucha por sobrevivir.
En justicia a las naciones ya los hombres asociados en este juicio, debo recordarles ciertas dificultades que pueden dejar su huella en este caso. Nunca antes en la historia del derecho se ha hecho un esfuerzo para poner dentro del alcance de un solo litigio los acontecimientos de una dĂ©cada, cubriendo todo un continente e involucrando a una veintena de naciones, innumerables individuos e innumerables eventos. A pesar de la magnitud de la tarea, el mundo ha exigido una acciĂłn inmediata. Esta demanda ha tenido que ser satisfecha, aunque quizás a costa de la artesanĂa terminada. En mi paĂs, los tribunales establecidos, siguiendo procedimientos familiares, aplicando precedentes bien establecidos y lidiando con las consecuencias legales de eventos locales y limitados, rara vez inician un juicio dentro del año posterior al evento en litigio. Sin embargo, hace menos de 8 meses, la sala del tribunal en la que te sientas era una fortaleza enemiga en manos de las tropas alemanas de las SS. Hace menos de 8 meses casi todos nuestros testigos y documentos estaban en manos enemigas. No se habĂa codificado la ley, no se habĂan establecido procedimientos, no existĂa ningĂşn tribunal, aquĂ no habĂa ningĂşn juzgado utilizable, no se habĂa examinado ninguno de los cientos de toneladas de documentos oficiales alemanes, no se habĂa reunido al personal de la fiscalĂa, casi todos los los presentes acusadosestaban prĂłfugos y los cuatro poderes judiciales aĂşn no se habĂan unido en causa comĂşn para juzgarlos. SerĂa el Ăşltimo en negar que el caso bien puede sufrir de investigaciones incompletas y muy probablemente no será el ejemplo de trabajo profesional que cualquiera de las naciones acusadoras normalmente desearĂa patrocinar. es, sin embargo,
Antes de discutir los detalles de las pruebas, deben abordarse con franqueza algunas consideraciones generales que pueden afectar el crĂ©dito de este juicio a los ojos del mundo. Hay una disparidad dramática entre las circunstancias de los acusadores y de los acusados que podrĂa desacreditar nuestro trabajo si desfalleciĂ©ramos, incluso en asuntos menores, en ser justos y moderados.
Desafortunadamente, la naturaleza de estos crĂmenes es tal que tanto el enjuiciamiento como el juicio deben ser realizados por naciones victoriosas sobre enemigos vencidos. El alcance mundial de las agresiones llevadas a cabo por estos hombres ha dejado muy pocos neutrales reales. O los vencedores deben juzgar a los vencidos o debemos dejar que los vencidos se juzguen a sĂ mismos. DespuĂ©s de la Primera Guerra Mundial, aprendimos la inutilidad de este Ăşltimo curso. La antigua alta posiciĂłn de estos acusados, la notoriedad de sus actos y la adaptabilidad de su conducta para provocar represalias hacen difĂcil distinguir entre la demanda de una retribuciĂłn justa y mesurada, y el irreflexivo grito de venganza que surge de la angustia de guerra. Es nuestra tarea, en la medida de lo humanamente posible, trazar la lĂnea entre los dos. Nunca debemos olvidar que el registro sobre el cual juzgamos a estos acusados hoy es el registro sobre el cual la historia nos juzgará mañana. Pasar a estos acusados un cáliz envenenado es ponerlo tambiĂ©n en nuestros propios labios. Debemos convocar tal desapego e integridad intelectual a nuestra tarea que este Juicio se encomiende a la posteridad como el cumplimiento de las aspiraciones de la humanidad de hacer justicia.
Desde el principio, eliminemos la afirmaciĂłn de que someter a estos hombres a juicio es cometerles una injusticia que les da derecho a alguna consideraciĂłn especial. Estos acusados pueden estar en apuros, pero no están mal utilizados. Veamos quĂ© alternativa tendrĂan a ser juzgados.
Más de la mayorĂa de estos prisioneros se rindieron o fueron rastreados por las fuerzas de los Estados Unidos. ¿PodrĂan esperar que hagamos de la custodia estadounidense un refugio para nuestros enemigos contra la justa ira de nuestros Aliados? ¿Gastamos vidas estadounidenses para capturarlos solo para salvarlos del castigo? SegĂşn los principios de la DeclaraciĂłn de MoscĂş, los presuntos criminales de guerra que no vayan a ser juzgados internacionalmente deben ser entregados a gobiernos individuales para ser juzgados en el lugar de sus atentados. Muchos prisioneros estadounidenses menos responsables y menos culpables han sido y seguirán siendo entregados a otras Naciones Unidas para juicio local. Si estos acusados logran, por cualquier motivo, escapar a la condena de este Tribunal, o si obstruyen o abortan este juicio, aquellos que son prisioneros estadounidenses serán entregados a nuestros aliados continentales. Para estos acusados, sin embargo, hemos establecido un Tribunal Internacional y hemos asumido la carga de participar en un esfuerzo complicado para brindarles audiencias justas y desapasionadas. Esa es la protecciĂłn más conocida para cualquier hombre con una defensa digna de ser escuchada.
Si estos hombres son los primeros lĂderes de guerra de una naciĂłn derrotada en ser procesados en nombre de la ley, tambiĂ©n son los primeros en tener la oportunidad de defender sus vidas en nombre de la ley. Siendo realistas, el Estatuto de este Tribunal, que les da audiencia, es tambiĂ©n la fuente de su Ăşnica esperanza. Puede ser que estos hombres de conciencia atribulada, cuyo Ăşnico deseo es que el mundo los olvide, no consideren un juicio como un favor. Pero tienen una oportunidad justa para defenderse, un favor que estos hombres, cuando estaban en el poder, rara vez extendĂan a sus compatriotas. A pesar de que la opiniĂłn pĂşblica ya condena sus actos, estamos de acuerdo en que aquĂ se les debe dar una presunciĂłn de inocencia, y aceptamos la carga de probar los hechos delictivos y la responsabilidad de estos imputados por su comisiĂłn.
Cuando digo que no pedimos condenas a menos que demuestremos un delito, no me refiero a la mera transgresiĂłn tĂ©cnica o incidental de las convenciones internacionales. Acusamos de culpabilidad a una conducta planeada e intencionada que implica un mal tanto moral como legal. Y no nos referimos a una conducta que es un atajo natural y humano, aunque ilegal, como el que muchos de nosotros podrĂamos haber cometido si hubiĂ©ramos estado en el lugar de los acusados. No es porque cedieron a las debilidades normales de los seres humanos que los acusamos. Es su conducta anormal e inhumana lo que los trae a este bar.
No te pediremos que condenes a estos hombres por el testimonio de sus enemigos. No hay ningĂşn cargo en la AcusaciĂłn que no pueda probarse mediante libros y registros. Los alemanes siempre fueron meticulosos a la hora de llevar registros, y estos acusados tenĂan su parte de la pasiĂłn teutona por la minuciosidad al plasmar las cosas en el papel. Tampoco carecĂan de vanidad. Hicieron arreglos con frecuencia para ser fotografiados en acciĂłn. Le mostraremos sus propias pelĂculas. Verá su propia conducta y escuchará sus propias voces mientras estos acusados recrean para usted, desde la pantalla, algunos de los eventos en el curso de la conspiraciĂłn.
TambiĂ©n queremos dejar en claro que no tenemos ningĂşn propĂłsito de incriminar a todo el pueblo alemán. Sabemos que el Partido Nazi no llegĂł al poder por la mayorĂa del voto alemán. Sabemos que llegĂł al poder por una alianza malvada entre los más extremistas de los revolucionarios nazis, los más desenfrenados de los reaccionarios alemanes y los más agresivos de los militaristas alemanes. Si la poblaciĂłn alemana hubiera aceptado voluntariamente el programa nazi, no se habrĂan necesitado soldados de asalto en los primeros dĂas del Partido y no habrĂa habido necesidad de campos de concentraciĂłn o de la Gestapo, instituciones ambas inauguradas tan pronto como el Los nazis obtuvieron el control del Estado alemán. Solo despuĂ©s de que estas innovaciones ilegales demostraron ser exitosas en casa, fueron llevadas al exterior.
El pueblo alemán ya deberĂa saber que el pueblo de los Estados Unidos no les tiene miedo ni odio. Es cierto que los alemanes nos han enseñado los horrores de la guerra moderna, pero la ruina que se extiende desde el Rin hasta el Danubio demuestra que nosotros, como nuestros aliados, no hemos sido alumnos aburridos. Si no estamos impresionados por la fortaleza y habilidad alemanas en la guerra, y si no estamos persuadidos de su madurez polĂtica, respetamos su habilidad en las artes de la paz, su competencia tĂ©cnica y el carácter sobrio, trabajador y autodisciplinado. de las masas del pueblo alemán. En 1933 vimos al pueblo alemán recuperar prestigio en el mundo comercial, industrial y artĂstico tras el revĂ©s de la Ăşltima guerra. Contemplamos su progreso sin envidia ni malicia. El rĂ©gimen nazi interrumpiĂł este avance. El retroceso de la agresiĂłn nazi ha dejado a Alemania en ruinas. La disposiciĂłn nazi a prometer la palabra alemana sin dudarlo y romper.
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