LA BANCA PRESTAMISTA USURERA

 En este escrito les compartirĂ© dos extractos de dos temas LOS MERCADERES DEL TEMPLO Y LOS BANQUEROS BOLCHEVIQUES, los cuales fueron publicados a finales de 2010, por  el escritor español Antonio PĂ©rez Omister, textos donde que comparte el autor datos de recopilaciĂłn en su usual estilo investigativos, en el primer extracto o primera parte nos da un panorama histĂłrico de los banqueros internacionales, que remontan sus orĂ­genes a la cultura babilĂłnica y a los prestamistas medievales hasta evolucionar a su actual cártel bancario mundial, y luego, en el segundo texto, comenta hechos relativos a la relaciĂłn de esos mismos personajes con el comunismo soviĂ©tico, al cual financiaron completamente junto con otras variantes del mismo, y alude a los orĂ­genes relacionados del Estado sionista.


Es apropiado aclarar que para comprender lo concerniente a nuestro presente y como se desenvuelven los hechos, así como quienes mueven y controlan a los líderes mundiales como marionetas, además de los reales intereses, debemos conocer la historia o parte de ella, y es que muchos son los que comentan sin siquiera haber indagado en otras fuentes históricas dejándonos siempre en la confusión en la que andamos muchos hoy día.



LOS MERCADERES DEL BEIT HAMIKDASH TEMPLO POR ANTONIO PÉREZ OMISTER
Resulta muy significativo que el único episodio "violento" que se atribuye a Yahoshúa en los Evangelios sea precisamente el pasaje que recoge su enfrentamiento con los mercaderes del Templo, en el que, látigo en mano, expulsa a los cambistas que lo habían convertido en una "cueva de ladrones". Yahoshúa amonesta vehementemente a los usureros por ejercer sus actividades fraudulentas en las inmediaciones del recinto sagrado del Templo de Jerusalén que, dicho sea de paso, funcionaba en la Antigüedad como un auténtico banco central en la Judea ocupada por Roma.

Los préstamos y todas las transacciones comerciales de entonces, estaban reglamentadas por los sacerdotes del Templo, y para que éstas fuesen válidas legalmente, debían estar selladas por los escribas saduceos. Esto no sólo fue así en Judea; en el antiguo Egipto, en Babilonia y en otras culturas del Próximo Oriente, los templos cumplían también la función de bancos centrales, y los sacerdotes que los servían, actuaban como administradores de los mismos.

     En Egipto, eran los sacerdotes de AmĂłn en Tebas los que ejercĂ­an las mismas tareas que en Judea desempeñaban los fariseos en el Templo en tiempos del MesĂ­as. Además de por las constantes disputas religiosas, saduceos y fariseos mantenĂ­an un encarnizado enfrentamiento por obtener mayores parcelas de poder en la administraciĂłn del Templo-Banco. Incluso en la Roma pagana, el templo de JĂşpiter Capitolino albergaba el Tesoro del Estado, y su custodia estaba confiada a la casta sacerdotal por considerarse un asunto "sagrado".

     La antiquĂ­sima y relativamente misteriosa instituciĂłn de la Banca está documentada desde tiempos inmemoriales, muy anteriores al cristianismo, pues se han encontrado tablillas de arcilla con apuntes contables en los valles iraquĂ­es donde se desarrollĂł la civilizaciĂłn mesopotámica, y entre los rĂ­os Éufrates y Tigris donde floreciĂł la cultura babilĂłnica.

     En España, durante la Edad Media, los banqueros tenĂ­an su oficina en los puestos que se les otorgaban en las ferias de ganado, al aire libre o bajo los soportales de las iglesias, siguiendo la tradiciĂłn judeo-cristiana. Dicha oficina era muy sencilla, pues se trataba de un banco y un tablĂłn a modo de mesa de operaciones; ese tablĂłn es lo que se conocĂ­a como la banca, de ahĂ­ el nombre. En ella se contaba el dinero, se hacĂ­an los pagos y los cobros y todo tipo de negocios y operaciones bancarias. En el antiguo reino de Castilla, cuando un banquero era denunciado por usura o prácticas ilĂ­citas, las autoridades de la ciudad lo expulsaban de las inmediaciones de la iglesia donde se reunĂ­a el gremio, y rompĂ­an su banca, el tablĂłn que utilizaba como mesa de trabajo en sus transacciones, y de ahĂ­ proviene el tĂ©rmino "bancarrota".

     En las postrimerĂ­as de la Edad Media el prestamista o banquero adquiriĂł pronto un papel primordial en el desarrollo de la economĂ­a de los pueblos, pues sus recursos financieros permitĂ­an afrontar empresas para las que de otra manera no se podĂ­a reunir la financiaciĂłn necesaria. No obstante, su prestigio econĂłmico aumentĂł en paralelo a su desprestigio social, pues la incipiente Banca no tardĂł en corromperse, cayendo en la práctica habitual de la usura —el cobro abusivo de intereses— que, básicamente, ha perdurado hasta nuestros dĂ­as y que constituye, en esencia, la razĂłn de ser de la banca privada.

     En vĂ­speras de los grandes descubrimientos geográficos protagonizados por españoles y portugueses, se habĂ­an creado ya estrechos vĂ­nculos entre las monarquĂ­as europeas y las principales familias de banqueros del continente. Ya en el siglo XVI se habĂ­an generalizado los prĂ©stamos a los soberanos europeos para sufragar tanto las guerras continentales como las expediciones a ultramar. Inmediatamente esos "prĂ©stamos" se extendieron tambiĂ©n entre la nobleza, los terratenientes e incluso las ciudades o burgos que contrataban con los banqueros el arriendo de impuestos, o su participaciĂłn en las deudas del Estado, como, por ejemplo, en Venecia y GĂ©nova, donde se estableciĂł un Fondo de Deuda PĂşblica con la participaciĂłn de los grandes mercaderes de aquellas dos ciudades que se lanzaron a la especulaciĂłn con esos sĂłlidos valores, convirtiĂ©ndose en los banqueros preferidos de las Coronas de AragĂłn y de Castilla. El sistema empleado por los banqueros venecianos y genoveses fue, inicialmente, el de recaudar los impuestos del Estado.

     Ahora bien, el problema que afrontaron los banqueros de entonces, cuando los reyes acudieron a ellos en busca de dinero para financiar sus campañas militares y sus expediciones de conquista, no fue desdeñable ni de fácil soluciĂłn. A un particular, si no devolvĂ­a el capital más los intereses del crĂ©dito, se le podĂ­an embargar sus bienes aplicándole la ley, pero ¿a un rey? Lo más probable era que si un banquero pretendĂ­a presionar a un rey moroso, se encontrase con que su deudor ordenara a sus alguaciles que lo detuviesen y que le cortasen la cabeza, o que lo arrojasen a la hoguera, como fue el caso de los tristemente cĂ©lebres Templarios, los precursores inmediatos de la banca moderna internacionalizada. Algo parecido les sucediĂł a los judĂ­os en España cuando la reina Isabel de Castilla llegĂł a la pragmática conclusiĂłn de que era mucho más "rentable" expulsarlos que abonarles los prĂ©stamos recibidos durante la guerra de Granada.

     El moderno capitalismo comienza en Gran Bretaña con la revoluciĂłn industrial del siglo XVIII, y coincide en el tiempo con la fundaciĂłn de las principales castas de banqueros en Europa, en especial las dinastĂ­as Rothschild, Baring, Warburg, Lazard, Selignam, Schröder, Speyer, Morgan, etcĂ©tera.

     Un hecho trascendental en la formaciĂłn del cártel de banqueros europeos de entonces fue la creaciĂłn del Banco de Inglaterra en 1694, ya que la Corona necesitaba canalizar las ganancias obtenidas con el boyante negocio del comercio de esclavos y del opio a travĂ©s de la Compañía de las Indias Orientales, hacia actividades más "decentes" que consolidasen el prestigio del Imperio, y favorecieran su expansiĂłn y la supremacĂ­a de los intereses británicos a escala mundial.

     Entre otras cosas, el Banco de Inglaterra se creĂł para financiar las guerras coloniales de conquista de territorios en ultramar, como las dos Guerras del Opio contra China, la ocupaciĂłn de la India, las guerras continentales europeas, las guerras napoleĂłnicas, o las distintas revoluciones que en 1848 estallaron en varios paĂ­ses europeos, como Francia y Alemania, rivales comerciales directos de Inglaterra, pero tambiĂ©n la guerra austro-prusiana en 1866, la franco-prusiana de 1870-1871, las revoluciones rusas de 1905 y 1917, la guerra ruso-japonesa de 1905, o las dos Guerras Mundiales del pasado siglo XX, sĂłlo por citar los conflictos más destacados en los que jugĂł un papel primordial la banca internacional, siempre con los Rothschild, Rockefeller, Morgan y Warburg a la cabeza.

     En poco tiempo, todas las Cortes europeas asistieron al nacimiento de una influyente categorĂ­a de cortesanos y consejeros que no provenĂ­a de la tradicional nobleza y la aristocracia de rancio abolengo, sino de la Banca. Son lo que aĂşn hoy se conoce en Europa como la "nobleza negra" descendiente de especuladores, prestamistas y usureros que obtuvieron sus tĂ­tulos nobiliarios hace unos doscientos cincuenta años, coincidiendo, precisamente, con la internacionalizaciĂłn de la Banca a travĂ©s de la financiaciĂłn de las guerras europeas.

      Pero los banqueros de entonces, como todos los millonarios hechos a sĂ­ mismos, no eran unos incautos. Supieron reconocer inmediatamente la oportunidad que se ofrecĂ­a ante ellos y decidieron diversificar las apuestas. Es decir, se apoyaba pĂşblicamente al rey, pero tambiĂ©n de forma más discreta al menos a uno de sus más directos enemigos, otro aspirante al trono, un monarca extranjero, o incluso al mismo enemigo al que Ă©ste se enfrentaba en la guerra para la que habĂ­a pedido el dinero. De este modo, en caso de que el primero no devolviera la cantidad adelantada, y en el tiempo pactado, se podĂ­a interrumpir su financiaciĂłn a la vez que se incrementaba la lĂ­nea de crĂ©dito al segundo, dándole a entender que dispondrĂ­a de todo el crĂ©dito que necesitase para destruir a su rival. De paso, se fidelizaba tambiĂ©n al enemigo del rey.

     Poco a poco, las guerras se internacionalizaron —como hoy la economĂ­a— y se hizo preciso financiar a terceros y cuartos elementos en discordia, involucrando a varios paĂ­ses en las contiendas, como se ha venido haciendo en todas la guerras europeas que han sacudido el continente desde la Guerra de los Treinta Años de 1618-1648, la Guerra de SucesiĂłn española de 1700-1714, las napoleĂłnicas de 1800-1815, o las dos Guerras Mundiales, la primera de 1914-1918, y la segunda entre 1939-1945. Todas ellas han sido autĂ©nticas Guerras Europeas. Los prolegĂłmenos de la Segunda Guerra Mundial se iniciaron, exactamente, con una dĂ©cada de depresiĂłn econĂłmica a escala mundial que se iniciĂł en 1929, con el desplome de Wall Street en unas circunstancias jamás del todo aclaradas y no muy distintas de las que se dieron en Septiembre de 2008. En ambas ocasiones, la ruina de muchos significĂł el enriquecimiento de una selecta Ă©lite.

     En aquellas primeros conflictos armados internacionalizados, a veces era precisa la intervenciĂłn de más de dos contendientes para obtener los beneficios y resultados deseados; por eso, desde hace ya tres siglos, la ascensiĂłn de la Banca ha estado directamente ligada a su participaciĂłn en la financiaciĂłn de todas las grandes guerras europeas, y sus protagonistas, los patriarcas de la Banca internacional, han demostrado estar dotados de una ambiciĂłn sin lĂ­mites, y de una falta de escrĂşpulos infinita. Para ellos no hay más ley que la del mercado; todo lo demás es superfluo.

     Aquella doble estrategia de apoyar al monarca y a sus enemigos, ya fuesen estos internos (revolucionarios) o externos (otros Estados), se perfeccionĂł hasta constituĂ­r la marca distintiva de determinadas familias de banqueros. Durante el siglo XIX, Ă©stas adoptaron además una pose cosmopolita y progresista, al tiempo que una proyecciĂłn social y un interĂ©s exagerado en asumir las deudas de los distintos Estados europeos; exactamente lo mismo que están haciendo ahora en Irlanda, y que pretenden hacer tambiĂ©n con España. Por todo esto, a aquellos especuladores decimonĂłnicos se les acabĂł conociendo como los "banqueros internacionales". Su propĂłsito era harto sencillo entonces, como lo sigue siendo ahora: influir en la polĂ­tica y en el gobierno de las naciones, en su provecho y beneficio.

     Desde la remota AntigĂĽedad, la forma más eficaz de gobernar una sociedad ha sido a travĂ©s de la guerra. Sin embargo, los antiguos monarcas no disponĂ­an de grandes ejĂ©rcitos, porque la guerra, por otra parte, ha sido siempre una empresa onerosa. AsĂ­ que, en el siglo XVIII, coincidiendo con la conversiĂłn de la Gran Banca en una nueva e influyente casta social, se crearon los ejĂ©rcitos nacionales y el servicio militar obligatorio. Con mayores ejĂ©rcitos, se podĂ­an hacer mayores guerras, y a mayores guerras... ¡mayores beneficios!, para la Banca, no para los que combatĂ­an y morĂ­an en ellas, claro está.

     AsĂ­, de las guerras medievales entre señores feudales, se pasĂł a las grandes guerras entre dos o más Estados-Naciones de los siglos XVIII y XIX, y ya en los inicios del siglo XX, antes de globalizarse la economĂ­a, se mundializĂł la guerra, un excelente negocio para las grandes familias de banqueros que prestaron dinero indiscriminadamente a todos los bandos en conflicto y que hicieron un negocio redondo con ello.

     De lo que se tratĂł básicamente durante las conferencias de Paz de Versalles en 1919, al tĂ©rmino de la Primera Guerra Mundial, fue de quĂ© forma iban a devolver los Estados beligerantes los crĂ©ditos recibidos. Familias de banqueros como los Warburg y los Rothschild, por citar dos ejemplos, tuvieron a algunos de sus miembros representando los intereses de Francia y Gran Bretaña, mientras otros hacĂ­an lo propio con Alemania y Austria, las grandes derrotadas. De hecho, Alemania ha terminado recientemente, hace poco más de un mes [3 de octubre de 2010] [1], de saldar la deuda contraĂ­da durante la guerra de 1914-1918.

[1] http://elpais.com/diario/2010/10/03/domingo/1286077958_850215.html
http://www.elmundo.es/elmundo/2010/10/01/internacional/1285936258.html
http://www.bbc.com/mundo/noticias/2010/10/101001_alemania_primera_guerra_mundial_gz.shtml

     Actualmente, la banca internacional babilĂłnica financia todos los conflictos armados en todo el mundo. Sin su financiaciĂłn, esas sangrientas guerras no existirĂ­an.
Existen numerosas evidencias que demuestran que la RevoluciĂłn rusa de 1917 fue financiada por la banca internacional liderada por el poderoso sindicato de banqueros judĂ­os instalados en Wall Street y Londres.

     El influyente rabino Wise (ideĂłlogo tambien del mito del "Holocausto") declaraba lo siguiente en el New York Times del 24 de marzo de 1917: «Creo que, de todos los logros de mi pueblo, ninguno ha sido más noble que la parte que los hijos e hijas de Israel han tomado en el gran movimiento que ha culminado en la Rusia Libre (¡la RevoluciĂłn!)».

     Asimismo, del Registro de la Comunidad JudĂ­a de la ciudad de Nueva York, se extrae el siguiente texto:

     «La empresa de Kuhn-Loeb & Company sostuvo el prĂ©stamo de guerra japonĂ©s entre 1904 y 1905, haciendo asĂ­ posible la victoria japonesa sobre Rusia... Jacob Schiff financiĂł a los enemigos de la Rusia autocrática y usĂł su influencia para mantener alejada a Rusia de los mercados financieros de Estados Unidos».

     En 1916 se celebrĂł en Nueva York un congreso de organizaciones marxistas rusas. Esos gastos fueron sufragados por el banquero judĂ­o Jacob Schiff. Otros de los banqueros que asistieron e hicieron generosas donaciones fueron Felix Warburg, Otto Kahn, Mortimer Schiff y Olaf Asxhberg.

     Sin embargo, segĂşn la historia oficial que se enseña en las escuelas y en las universidades se asegura que las revoluciones de 1905 y 1917 en Rusia se debieron a un minĂşsculo grupĂşsculo de revolucionarios marxistas que, liderados por Lenin y Trotsky, lucharon heroicamente contra la opresiĂłn y la tiranĂ­a zarista logrando alcanzar el poder e implantar un sistema, el marxista, que habĂ­a sido diseñado por un judĂ­o alemán varias dĂ©cadas antes para ser implantado en la Alemania industrializada, y no en la paupĂ©rrima Rusia rural y desindustrializada. Consecuencia: la revoluciĂłn marxista creĂł más miseria y desheredados que el propio sistema que pretendĂ­a erradicar.

     Para toda empresa, incluĂ­da la implantaciĂłn del marxismo, se necesita mucho dinero, un dinero cuya procedencia jamás aclararon los lĂ­deres del marxismo. Sin dinero e influencias no se puede lograr nada.

     Sabemos que durante la guerra de Crimea (1853-1856) James Rothschild se ofreciĂł muy gentilmente para su financiaciĂłn y que la Emperatriz Eugenia de Montijo intercediĂł en su favor para convencer al Emperador francĂ©s NapoleĂłn III.

     Gracias a eso, Rothschild consiguiĂł un doble objetivo:

    —accediĂł al consejo de administraciĂłn del Banco de Francia, y
    —logrĂł infligir un serio revĂ©s al Zar, considerado ya entonces el tiránico opresor de los judĂ­os.

     El duque de Coburgo cuenta esto en sus memorias:

     «Esta actitud hostil [contra el Zar] debe atribuĂ­rse a que los israelitas sufrĂ­an una particular opresiĂłn en Rusia».

     Muy caro le iban a costar a Francia sus negocios con los Rothschild. Más tarde, la Ă©lite financiera judĂ­a logrĂł aislar diplomáticamente a Rusia, mientras, a travĂ©s de la banca Kuhn-Loeb y CĂ­a. de New York, cuyo jefe era Jacob Schiff, agente de Rothschild, financiĂł a JapĂłn en 1905 y se ocupĂł de que el resto de banqueros del sindicato internacional no concediesen crĂ©ditos a Rusia para seguir adelante con la guerra, lo que provocĂł la derrota rusa y la consiguiente revoluciĂłn que se desatĂł en 1905.

     Otra vez se habĂ­a aplicado la fĂłrmula Rothschild de cerrar el grifo del crĂ©dito al gobierno que le interesaba derrocar, y concederlo al que convenĂ­a potenciar para eliminar al primero. Aquella lĂ­nea de crĂ©dito abierta por la banca judĂ­a a JapĂłn le sirviĂł para modernizar su EjĂ©rcito y su Armada, cuyo expansionismo culminarĂ­a con la invasiĂłn de China en 1937 y, posteriormente, con su intervenciĂłn en la Segunda Guerra Mundial contra Estados Unidos y Gran Bretaña, los mismos paĂ­ses que lo habĂ­an financiado a partir de 1905 para vencer a los rusos, y en 1914 para frenar el expansionismo alemán en el Extremo Oriente.

     Hacia esa Ă©poca, durante la breve guerra ruso-japonesa de 1905, y la sangrienta revoluciĂłn que agitĂł al Imperio ruso, hizo su apariciĂłn en escena un tal Leiba Davidovich Bronstein, alias LeĂłn Trotsky, que fue encarcelado y logrĂł huĂ­r de Siberia para residir despuĂ©s en Suiza, ParĂ­s y Londres donde conoce a otros refugiados como Lenin, Plejanov y Martov. AsĂ­ lo cuenta el propio Trotsky en su autobiografĂ­a:

     «He vivido exiliado, en conjunto, unos doce años, en varios paĂ­ses de Europa y AmĂ©rica, dos años antes de estallar la revoluciĂłn de 1905 y unos diez despuĂ©s de su represiĂłn. Durante la guerra fui condenado a prisiĂłn por rebeldĂ­a en la Alemania gobernada por los Hoehenzollern (1905); al año siguiente fui expulsado de Francia y me trasladĂ© a España, donde, tras una breve detenciĂłn en la cárcel de Madrid y un mes de estancia en Cádiz bajo la atenta vigilancia de la policĂ­a, me expulsaron de nuevo y embarquĂ© con rumbo a NorteamĂ©rica. AllĂ­, me sorprendieron las primeras noticias de la revoluciĂłn rusa de Febrero [1917].
     «De vuelta a Rusia, en Marzo de ese mismo año, fui detenido por los ingleses e internado durante un mes en un campo de concentraciĂłn en Canadá. TomĂ© parte activa en las revoluciones de 1905 y 1917, y en ambas ocasiones fui presidente del Soviet de Petrogrado. Como hijo de un terrateniente acomodado, pertenecĂ­a más bien al grupo de los privilegiados que al de los oprimidos. En mi familia y en la finca se hablaba el ruso ucraniano. Y aunque en las escuelas sĂłlo admitĂ­an a los chicos judĂ­os hasta un cierto cupo, por cuya causa hube de perder un año, como yo era siempre el primero de la clase, para mĂ­ no regĂ­a aquella limitaciĂłn».

     Resulta que en ese perĂ­odo tan convulso de la Historia, Trotsky se convirtiĂł en un hombre de Ă©lite, regresando a Rusia casado con la hija de Givotovsky, uno de los socios menores de los banqueros Warburg, socios y además parientes de Jacob Schiff; de ahĂ­ que Trotsky se convierta en el principal revolucionario de 1905. La conexiĂłn de Trotsky con la revoluciĂłn bolchevique se realizĂł gracias a la mujer de Lenin, Krupsakaya. Tanto peso tenĂ­a esa mujer en el movimiento bolchevique que Trotsky señala su trabajo en el exilio. Por supuesto, del misterioso origen de sus fuentes de financiaciĂłn no se dice ni una sola palabra:

     «Lenin habĂ­a ido concentrando en sus manos las comunicaciones con Rusia. La secretarĂ­a de la redacciĂłn estaba a cargo de su mujer, Nereida Kostantinovna Krupsakaya. La Krupsakaya era el centro de todo el trabajo de organizaciĂłn, la encargada de recibir a los camaradas que llegaban a Londres, de despachar y dar instrucciones a los que partĂ­an, de establecer la comunicaciĂłn con ellos, de escribir las cartas, cifrándolas y descifrándolas. En su cuarto olĂ­a casi siempre a papel quemado, a causa de las cartas y papeles que constantemente habĂ­a que estar haciendo desaparecer».

     Los banqueros judĂ­os tambiĂ©n apoyaron a la URSS durante la Guerra FrĂ­a, tanto econĂłmica como tecnolĂłgicamente, gracias al traspaso de patentes e informaciĂłn tĂ©cnica, del mismo modo que llevan dos dĂ©cadas apoyando y favoreciendo de todas las maneras imaginables al rĂ©gimen comunista chino.

     Mientras las potencias occidentales se gastaban miles de millones de dĂłlares en armarse contra el enemigo soviĂ©tico, los especuladores controlaban a los dos bandos, como ya lo habĂ­an hecho durante las guerras napoleĂłnicas y la Primera Guerra Mundial. Su táctica era infalible. Ganara quien ganara, ellos nunca saldrĂ­an perdiendo. Veamos algunos ejemplos concretos sobre esta cuestiĂłn:

     DespuĂ©s de la RevoluciĂłn bolchevique, la Standard Oil, unida a los intereses de los Rockefeller, invirtiĂł millones de dĂłlares en negocios en la URSS. Entre otras adquisiciones, se hizo con la mitad de los campos petrolĂ­feros del Cáucaso.

     SegĂşn informes del Departamento de Estado norteamericano, la banca Kuhn-Loeb financiĂł los planes de recuperaciĂłn de los bolcheviques durante los cinco primeros años de la RevoluciĂłn (1917-1922).

     El ex-director de cambio y divisas internacionales de la Reserva Federal admitiĂł en una conferencia pronunciada el 5 de Diciembre de 1984 que la banca soviĂ©tica influĂ­a enormemente en el mercado interbancario a travĂ©s de determinadas empresas "análogas" estadounidenses. Asimismo, los soviĂ©ticos se aliaron en 1980 con grandes empresas occidentales para controlar el mercado mundial del oro.

     SegĂşn se desprende de documentos del FBI desclasificados y del Departamento de Estado norteamericano, apoyados por documentos del Kremlin filtrados tras la caĂ­da de la URSS (1991), el magnate Armand Hammer financiĂł y colaborĂł desde los primeros años de la RevoluciĂłn bolchevique en el establecimiento de la UniĂłn SoviĂ©tica. Albert Gore, padre del ex-vicepresidente Al Gore, trabajĂł durante buena parte de su vida para Hammer. Albert Gore, desde su puesto en la comisiĂłn de Relaciones Exteriores del Senado, abortĂł varias investigaciones federales sobre las relaciones de Hammer con la URSS. Además, el multimillonario financiĂł la carrera polĂ­tica de Al Gore, candidato a la presidencia de EE.UU. en 2000 y que, finalmente, fue polĂ©micamente derrotado por George W. Bush.

     El ComitĂ© Reece del Congreso de Estados Unidos, encargado de investigar las operaciones de las fundaciones libres de impuestos, descubriĂł la implicaciĂłn de esas supuestas sociedades filantrĂłpicas dependientes de la banca privada, en la financiaciĂłn de movimientos revolucionarios en todo el mundo.

     El New York Times publicĂł que el conocido magnate Cyrus Eaton, junto con David Rockefeller, alcanzĂł varios acuerdos con los soviĂ©ticos para enviarles todo tipo de patentes durante la Ă©poca de la Guerra FrĂ­a. Es decir, los especuladores internacionales estuvieron durante años enviando a la URSS capacidad tecnolĂłgica estadounidense para que pudiese seguir la estela de EE.UU. en la carrera de armamentos, algo que ya denunciĂł el senador y futuro Presidente Richard Nixon en 1949, cuando Mao Tse-Tung se hizo con el poder en China. En 1972 los banqueros lo obligaron a sellar la paz con el tirano chino, y dos años despuĂ©s lo "expulsaron" de la Casa Blanca a travĂ©s del escándalo del Watergate por haber opuesto demasiadas objeciones a la que se conociĂł como "la gran apertura a China".

     George Soros es uno de los grandes especuladores de nuestra Ă©poca, y digno continuador de los Rothschild, Rockefeller y Warburg. Resulta muy revelador recordar lo que el propio banquero Paul Warburg declarĂł en cierta ocasiĂłn ante los miembros del Senado estadounidense: «Nos guste o no, tendremos un gobierno mundial Ăşnico. La cuestiĂłn es, si se conseguirá mediante consentimiento o por imposiciĂłn».

     La instauraciĂłn de la Sociedad de Naciones, tras la Primera Guerra Mundial, precursora de la actual OrganizaciĂłn de Naciones Unidas (ONU), refundada despuĂ©s de la Segunda Guerra Mundial, fue el paso previo para el establecimiento de ese gobierno mundial del que hablaba Warburg.

     En 1929, cuando se produjo la gran crisis financiera de Wall Street, inducida por los Rothschild, Rockefeller, Warburg, Morgan y los demás banqueros del trust internacional, el Partido Nacionalsocialista alemán contaba con cerca de 180.000 afiliados, y en las siguientes elecciones generales obtuvo 107 diputados en el Reichstag o Parlamento nacional. Tras una serie de crisis gubernamentales provocadas deliberadamente, las elecciones de 1932 le dieron la mayorĂ­a al Partido Nacionalsocialista con 230 diputados. En 1933 Hitler consiguiĂł el apoyo de más del 90% de los votantes, erigiĂ©ndose en FĂĽhrer (caudillo) con una mayorĂ­a apabullante en las urnas.

     Una de las incĂłgnitas de la Segunda Guerra Mundial es saber por quĂ© la aviaciĂłn Aliada, que contĂł con la supremacĂ­a aĂ©rea a partir de 1943, no destruyĂł las vĂ­as fĂ©rreas que transportaban a los deportados judĂ­os a los campos. Tal vez una de las razones sea que desde la segunda mitad del siglo XIX los judĂ­os hasidim de Europa Oriental controlaban el mercado internacional de diamantes, que amenazaba con desbancar al del oro, fiscalizado a nivel mundial por los Rothschild de Londres. Si el oro, como valor absoluto de intercambio, era substituĂ­do por los diamantes, podĂ­a darse un dramático vuelco en los mercados internacionales de divisas.

     Por otra parte, los cientos de miles de judĂ­os europeos a los que los sionistas querĂ­an convencer para que abandonasen sus hogares y emigrasen a Palestina para fundar allĂ­ un Estado hebreo, no lo habrĂ­an hecho de no haberse visto obligados por la amenaza de la persecuciĂłn, primero, y por las dramáticas consecuencias del "Holocausto", despuĂ©s.

     Y esto nos lleva a tomar en consideraciĂłn una maquiavĂ©lica ecuaciĂłn histĂłrica, una diabĂłlica y trágica relaciĂłn causa-efecto, segĂşn la cual, de no haberse producido el "Holocausto", jamás hubiese llegado a fundarse el moderno Estado de Israel. Repasemos brevemente los prolegĂłmenos de la fundaciĂłn del "hogar judĂ­o" en Palestina preconizado por los sionistas.

     Un falso telegrama enviado el 16 de Enero de 1917 por el secretario de Asuntos Exteriores alemán, Arthur Zimmermann, a su embajador en MĂ©jico, Heinrich von Eckardt, durante la Primera Guerra Mundial, sirviĂł para convencer al pueblo norteamericano de que el Gobierno mejicano estaba ultimando una alianza con el káiser Guillermo II para invadir Estados Unidos y recuperar los territorios perdidos en 1848. El telegrama fue "convenientemente" interceptado por los británicos y entregado por el almirante Hall al ministro de Relaciones Exteriores, Arthur James Balfour, que se lo dio al embajador estadounidense en Gran Bretaña, Walter Page, quien a su vez se lo enviĂł al Presidente Woodrow Wilson.

     El contenido de aquel telegrama acelerĂł la entrada de Estados Unidos en la guerra. Además, el mensaje fue enviado en un momento en que los sentimientos belicistas se vivĂ­an con particular intensidad en Estados Unidos: un submarino alemán habĂ­a torpedeado el paquebote RMS Lusitania, un barco de pasajeros inglĂ©s. Varios cientos de pasajeros estadounidenses que viajaban a bordo perdieron la vida. Muchos años despuĂ©s, ya en la dĂ©cada de los años ochenta, cuando la historia no interesaba a nadie, se demostrĂł que el Lusitania, tal como habĂ­a declarado el comandante del sumergible alemán (por la implosiĂłn que se produjo en el buque), transportaba municiĂłn de artillerĂ­a. La misiĂłn de "señuelo" del RMS Lusitania fue planificada y aprobada por el propio Lord del Almirantazgo, Winston Churchill.

     Además de involucrar hábilmente a Estados Unidos en la contienda, los británicos prometieron a los influyentes banqueros judĂ­os, prĂłximos a los postulados sionistas de Theodor Herzl, que si Gran Bretaña derrotaba a TurquĂ­a, apoyarĂ­a la creaciĂłn del anhelado «hogar judĂ­o» en Palestina.

     Por supuesto, ese «hogar» tenĂ­a un precio, asĂ­ que la comunidad judĂ­a internacional debĂ­a contribuĂ­r al esfuerzo de guerra británico. Paralelamente, Arthur Balfour prometiĂł exactamente lo mismo a los árabes si combatĂ­an a los turcos en calidad de aliados de Gran Bretaña. Cuando acabĂł la guerra, «Donde dije digo, digo Diego» [se desdijo de todo]. Los ingleses se apropiaron de los territorios turcos, establecieron unas fronteras trazadas con tiralĂ­neas (que aĂşn se mantienen) y dividieron aquellas tierras árabes en paĂ­ses ficticios que no se correspondĂ­an con las etnias que los habitaban desde los tiempos bĂ­blicos sino con los ricos yacimientos petrolĂ­feros que contenĂ­an. A continuaciĂłn, crearon una serie de maleables petro-monarquĂ­as de opereta, y se dedicaron a explotar tranquilamente sus nuevos negocios. Básicamente, el sistema de alianzas establecido en 1919 ha perdurado hasta nuestros dĂ­as.

     El teniente Thomas E. Lawrence ("Lawrence de Arabia") se mostrĂł siempre crĂ­tico con aquellos planes del Gobierno británico, y asĂ­ se lo hizo saber a lo largo de varios años, hasta que en 1935 aquel molesto hĂ©roe de la guerra del desierto falleciĂł en un extraño accidente de tráfico cuando pilotaba su motocicleta por una solitaria carretera que atravesaba la bucĂłlica campiña inglesa.

     Entretanto, los judĂ­os se sentĂ­an estafados por los ingleses. Sin embargo, y para paliar los efectos del monumental engaño, durante la Ă©poca de entreguerras (1919-1939), los británicos permitieron a los judĂ­os instalarse en Palestina. La mayorĂ­a eran rusos blancos (anti-bolcheviques) y europeos del Este, ex-ciudadanos del disuelto Imperio Austro-HĂşngaro. A partir de 1933 el flujo migratorio de judĂ­os alemanes a Palestina fue tambiĂ©n considerable. Hasta esa Ă©poca, la de entreguerras, la poblaciĂłn judĂ­a en Palestina era mayoritariamente sefardĂ­, descendientes de aquellos judĂ­os españoles expulsados en 1492.

     Terminada la Segunda Guerra Mundial en 1945, la marea de colonos judĂ­os desembarcando en Palestina fue imparable, y recuerda inquietantemente las fenomenales avalanchas de marroquĂ­es y subsaharianos que han llegado a España en los Ăşltimos diez años. De hecho, la táctica empleada por los judĂ­os europeos en Palestina recuerda mucho la que están empleando ahora los marroquĂ­es en Ceuta y Melilla: conseguir, a travĂ©s de la inmigraciĂłn, la mayorĂ­a demográfica necesaria para obtener su independencia o, lo que es lo mismo, en caso de las ciudades autĂłnomas españolas, su integraciĂłn en Marruecos.

     Viendo lo que se les venĂ­a encima, los británicos se quitaron de en medio y los judĂ­os proclamaron el Estado de Israel el 14 de Mayo de 1948. El resto del problema es de sobras conocido.

     Arthur Balfour creĂł un terrible equĂ­voco en 1917, y esa artimaña diplomática de los británicos tuvo unos efectos catastrĂłficos en la zona. Luego, en 1948, secundados por los estadounidenses, "vendieron" a los judĂ­os algo que no les pertenecĂ­a para saldar una vieja deuda de guerra.

     En 1916 Wilson fue reelegido Presidente de Estados Unidos. Uno de sus slogans durante la campaña electoral fue: "Él nos mantuvo alejados de la guerra". Pero sus intenciones eran bien distintas. El "coronel" Mandel House, agente del trust de la banca y mano derecha de Wilson, tenĂ­a instrucciones precisas para lograr que la naciĂłn participase en aquella guerra global cuyos solapados motivos eran estrictamente mercantilistas.

     La banca internacional habĂ­a prestado grandes sumas de dinero a Gran Bretaña, implicándose en su industria y en su comercio exterior. Sin embargo, los negocios británicos se veĂ­an frenados por la competencia cada vez más dura de Alemania. Al sindicato internacional de banqueros le interesaba una guerra para no perder buena parte de sus intereses en el Reino Unido. Además, necesitaban urgentemente el auxilio militar estadounidense. En ese empeño, el cártel financiero utilizĂł a todos sus agentes norteamericanos, sobre todo a Mandel House, y todo su poder mediático.

     La mayorĂ­a de los grandes periĂłdicos de la Ă©poca estaban en manos de banqueros que eran sus principales accionistas. Si la excusa perfecta para declararle la guerra a España en 1898 llegĂł con el hundimiento del USS Maine y la proporcionaron los periĂłdicos sensacionalistas de Hearst, el pretexto para entrar en la guerra europea llegĂł con el hundimiento del paquebote RMS Lusitania por los alemanes en 1915.

     La noticia fue magnificada por la misma prensa amarilla del magnate Randolph Hearst que habĂ­a fomentado la intervenciĂłn norteamericana en Cuba, y en cuyos periĂłdicos la embajada alemana en Washington habĂ­a publicado reiterados avisos advirtiendo que el RMS Lusitania transportaba armamento, y que su paĂ­s y Gran Bretaña estaban en guerra, situaciĂłn que se daba tambiĂ©n en alta mar, por lo que sus submarinos tenĂ­an orden de hundir cualquier buque que transportase tropas o municiones con destino a Gran Bretaña y sus aliados.

     Todo fue en balde. Casi dos años despuĂ©s, en Abril de 1917, bajo el lema "La guerra que acabará con todas las guerras", Estados Unidos entrĂł en el conflicto.

     Pero aquella lejana guerra de 1914-1918 no acabĂł con todas las guerras, como se dijo falazmente para engañar a la opiniĂłn pĂşblica. Fue, más bien, el principio de todas las demás guerras que asolaron al mundo a lo largo del siglo XX y lo que llevamos de este siglo XXI, que no parece que vaya a ser mejor que el anterior.

     Como siempre, los que manejan los hilos de la economĂ­a y la polĂ­tica internacional permanecen ocultos entre bastidores. Y mientras la ciudadanĂ­a siga pensando que las crisis econĂłmicas y financieras, asĂ­ como las guerras, se producen de forma espontánea, los especuladores tendrán asegurada su impunidad.

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