El castillo Embrujado



 HabĂ­a una vez un colegio llamado Juan Carlos I, que estaba en el pueblo de Seseña. Un dĂ­a los niños de cuarto y quinto se fueron de excursiĂłn al castillo de “Puñoenrostro”, un castillo deshabitado que estaba a las afueras del pueblo. Cuando llegaron y entraron no habĂ­a nadie y todo estaba oscuro, pero los profesores tranquilizaron a los alumnos. -Tranquilos, chicos. Esta excursiĂłn será como una aventura- les dijeron. DespuĂ©s, los profesores mandaron a los alumnos que se separaran en grupos para explorar el castillo ellos solos, pero que no podĂ­an salir sin permiso de allĂ­, y no podĂ­an ir a las salas de la parte derecha del castillo, porque estaba prohibido. Entonces, tres alumnas de cuarto A llamadas Lara, Leire y Carlota, que eran muy amigas, decidieron ir juntas con Antonio de cuarto B, ya que solo se podĂ­an juntar grupos de 4 niños, y tambiĂ©n era muy amigo de las tres chicas. Lara era alta con el pelo castaño y tenĂ­a los ojos marrones oscuros. Era muy valiente y le encantaba la aventura. Leire, tenĂ­a el pelo muy largo y castaño claro, sus ojos tambiĂ©n eran castaños y era bajita y delgada. Era muy inteligente y la que mejores notas sacaba de toda la clase. Carlota, sin embargo, tenĂ­a el pelo muy rizado, era alta y más fuerte que las otras, y era muy graciosa y divertida. Antonio era muy simpático y noble. TenĂ­a el pelo largo y un flequillo que le tapaba sus grandes ojos. - ¡Nos lo vamos a pasar muy bien!- dijo Lara. - Por supuesto, va a ser una gran aventura- respondiĂł Leire. - ¿QuĂ© os parece si echamos un vistazo a la zona prohibida? – preguntĂł Antonio a las chicas mientras sonreĂ­a maliciosamente. 1 Lara y Leire se miraron y dijeron que sĂ­. Carlota no lo tenĂ­a tan claro, pero era ir con ellos, o quedarse sola, asĂ­ que, respirĂł hondo, asintiĂł y los cuatro amigos fueron corriendo hacia unas escaleras muy estrechas y oscuras para subir al piso de arriba. Los escalones eran tan altos, que Leire casi se cae rodando. Muy emocionados entraron en la primera habitaciĂłn que encontraron. Empujaron la puerta entreabierta, vieron que habĂ­a grandes estanterĂ­as llenas de libros de todos los tamaños. De repente oyeron ruidos extraños, y entonces un montĂłn de libros de varios colores empezĂł a flotar hasta formar un tornado. - ¿QuĂ© pasa? -gritĂł Carlota asustada abrazándose a Leire. Rápidamente salieron corriendo de la habitaciĂłn y cerraron la puerta de golpe. Aturdidos y mareados, siguieron avanzando por el oscuro pasillo. Vieron otra puerta y entraron en otra habitaciĂłn. AllĂ­ encontraron una cama enorme con un dosel de terciopelo rojo, un armario abierto, un tocador con el espejo roto y una gran ventana con las cortinas rotas. - ¡Debe de ser la habitaciĂłn de la Reina! – exclamĂł Lara Entonces entraron en la habitaciĂłn, asombrados por la preciosa colcha de flores moradas que cubrĂ­a la gran cama. Antonio acariciĂł la colcha, y de repente se oyĂł un rugido y unos tentáculos aparecieron debajo de la cama. Los niños sobresaltados se alejaron de la cama y salieron gritando de la habitaciĂłn. - Uf!, que poco ha faltado-dijo Antonio. - Debemos tener más cuidado, chicos-advirtiĂł Carlota. Siguieron andando por el pasillo agarrados de la mano, y de pronto llegaron a una sala de paredes doradas con dos puertas gigantes. Entonces decidieron entrar en la de la derecha, y se sorprendieron muchĂ­simo ya que solamente era una habitaciĂłn oscura con una ventana entreabierta y con un espejo puesto contra la pared. Leire corriĂł a mirarse al espejo. - Aaaaaaaah! - gritĂł Leire - ¿Por quĂ© gritas? - preguntĂł Antonio - MĂ­ralo tĂş mismo - respondiĂł Leire horrorizada. Antonio se mirĂł en el espejo muy despacito y se sobresaltĂł al ver a un anciano con su misma cara. Lara y Carlota tambiĂ©n se miraron y vieron a unas señoras mayores con su mismo rostro. Se pusieron las manos en la cara y comenzaron a gritar horrorizadas. - Parece ser que este espejo muestra el futuro-dijo Carlota. - Espero no ser tan fea como me ha representado el espejo - comentĂł Leire asustada. - Pues yo no voy a estar tan mal de mayor-dijo Antonio riĂ©ndose. 2 Sus amigas tambiĂ©n rieron y salieron de la habitaciĂłn. Volvieron al cuarto dorado y entraron esta vez en la puerta de la izquierda. AllĂ­ se encontraron las paredes llenas de cabezas de animales. HabĂ­a una cabeza de un leĂłn, de una cebra y de varios ciervos y venados. La ventana estaba rota y a un lado habĂ­a unos grandes cañones cubiertos de polvo y un armario lleno de escopetas y rifles enormes. - Este debe de ser el cuarto donde el Rey guardaba sus armas de caza-explicĂł Antonio. De repente, los animales empezaron a moverse y gruñir. El gran leĂłn rugiĂł y parecĂ­a que se los quisiera comer. - ¡Están vivos! - gritĂł Lara. Entonces los niños salieron corriendo hacia la puerta y los animales dejaron de gruñir. -¡Suerte que estaban en la pared! - exclamĂł Leire. DespuĂ©s de recuperarse de la impresiĂłn, se dirigieron por otro pasillo oscuro, con muchos cuadros de retratos colgados en las paredes. Los chicos se miraron, tenĂ­an que pasar por ahĂ­ si querĂ­an avanzar. En fila fueron hacia adelante y Lara mirĂł un cuadro de un retrato de una dama. PensĂł que la estaba mirando fijamente y sintiĂł un escalofrĂ­o. RespirĂł hondo y siguiĂł caminando mirando al suelo. Por fin salieron a una sala grande con mucha luz. Aquel cuarto era una cocina con polvo por todos lados y un horno abierto. TenĂ­a sartenes, vasos, copas platos hondos y llanos, cazos y muchos cacharros más. TenĂ­a una estanterĂ­a llena de moldes de pasteles de muchas formas. - ¿Os imagináis la cantidad de banquetes que se habrán cocinado aquĂ­? - dijo Antonio que era muy comilĂłn. - ¡Parece todo bastante normal! -exclamĂł Lara quitándose el sudor de la frente. - ¡Pues te aseguro que no lo es! -dijo una voz extraña. Los niños se dieron la vuelta y asustados, contemplaron como aquella voz venĂ­a de una olla. - ¿Y vosotros, por quĂ© me miráis asĂ­? - preguntĂł la olla enfadada - Po, po, por nada - tartamudeo Antonio. - ¿QuĂ© pasa? Las ollas tambiĂ©n podemos hablar ¿no? - dijo la voz. - Bueno... digamos que no todas - dijo Lara saliendo de su asombro. - Oh!, dejad que me presente. Soy Juana, la olla encantada-dijo Ă©sta. 3 - Hola Juana, yo soy Lara. Y estos son mis amigos Leire, Carlota y Antonio - explicĂł amablemente Lara. - Vamos niños no me tengáis miedo, que soy inofensiva - dijo Juana entre risas - De acuerdo... -dijo Carlota no muy convencida. - Verás Juana, debemos irnos ya, tenemos que seguir explorando este castillo - dijo Antonio rápidamente. - ¿PodĂ­as decirnos si nos esperan más sorpresas? - preguntĂł Leire. - SĂ­, por favor, empezamos a estar asustados y cansados, - dijo Carlota casi llorando. - Lo siento, niños, eso no puedo decirlo, - contestĂł Juana - ¿Por quĂ©? - gritaron los cuatro amigos a la vez. - Os habĂ©is metido sin permiso en las habitaciones prohibidas, no habĂ©is hecho caso a vuestros profesores, asĂ­ que, tendrĂ©is que seguir solitos hasta el final. - No os puedo ayudar - les explicĂł la olla. Los chicos salieron abatidos de la cocina. - Creo que esta vez nos hemos pasado un poco – dijo Leire casi llorando. Siguieron andando por otro de los incontables pasillos del castillo hasta la siguiente puerta. La abrieron y se dieron cuenta de que era un gran salĂłn de baile con una enorme lámpara de cristal colgando del techo que parecĂ­a que se iba a caer de un momento a otro. Las paredes tenĂ­an grietas y algunas sillas apoyadas. Carlota se sentĂł en una, cansada. De repente, se oyĂł la mĂşsica de unos violines, los niños se dieron la vuelta para ver quien tocaba, pero... ¡los violines estaban tocando solos! Se quedaron escuchando la trise melodĂ­a, hipnotizados por la mĂşsica, asustados pero alucinando con lo bien que tocaban esos violines. - ¡Esto es cada vez más raro! - exclamĂł Carlota. - Yo ya no puedo más - dijo Leire llorando. Lara y Antonio les cogieron de las manos y siguieron caminando, resignados, a la siguiente habitaciĂłn. La habitaciĂłn resultĂł que era un baño, con una gran bañera blanca y un lavabo pequeño. HabĂ­a una estanterĂ­a llena de botes de perfumes y muchas pastillas de jabĂłn. El váter era un banco de madera con un agujero en medio. Antonio no pudo resistirse y se sentĂł riendo. -¡Estoy en el trono!- dijo riĂ©ndoseLas chicas tambiĂ©n rieron, su amigo siempre les hacĂ­a reĂ­r, aunque no tenĂ­an muchas ganas. Las paredes de la habitaciĂłn eran blancas con preciosos azulejos turquesas. De pronto, la bañera empezĂł a llenarse de agua en poco tiempo, hasta salirse y mojar el suelo. Los muchachos enseguida se dieron cuenta de que le habitaciĂłn se iba a inundar, a sĂ­ que salieron de allĂ­ y cerraron 4 la puerta. El agua comenzĂł a salir por debajo de la puerta y los chicos se fueron corriendo. - ¡Uf! - exclamĂł aliviado Antonio. Corriendo, deseando que fuera la salida, siguieron por otro pasillo. Cada vez que daban un paso el suelo chirriaba. Vieron una gran entrada, sin puerta, solo con cortinajes. Ninguno se atrevĂ­a a pasar, asĂ­ que Lara, temblando, apartĂł una pesada cortina y entraron. En la siguiente habitaciĂłn se quedaron maravillados, ¡era la sala del trono! HabĂ­a unos tronos enormes, una ventana muy grande con una vidriera de colores preciosos y con una inmensa cortina de terciopelo rojo, una mesa enorme para los invitados, una plataforma donde habĂ­a un atril y varios instrumentos de mĂşsica. En la pared de detrás de los tronos habĂ­a una bandera de España vieja y deshilachada. - ¡Es enorme! - gritĂł Lara girando sobre sĂ­ misma. En uno de sus giros viĂł que alguien se movĂ­a en la sala... ¡eran fantasmas sentados en los tronos! ¡No se lo podĂ­an creer!, eran fantasmas blancos, como en los cuentos de miedo de niños, con huecos oscuros por ojos. - ¡Ahhhhh! - gritaron los niños, y salieron horrorizados corriendo del salĂłn, cerrando la puerta de golpe. - ¡Esto es cada vez más horrible! - exclamĂł Leire. - ¡Tenemos que salir de aquĂ­! - gritĂł Carlota. -¿Y si nos damos la vuelta? - preguntĂł Leire. - ¡No, no podemos ir hacia atrás!, ¿QuerĂ©is volver a pasar por esas espantosas habitaciones? – preguntĂł Lara gritando. - Bueno, en realidad tienes razĂłn... - susurrĂł Antonio, que aĂşn no se habĂ­a recuperado del susto. Los cuatro amigos se abrazaron, y al final decidieron seguir el recorrido, con la esperanza de que les quedaran pocas habitaciones por ver. En la puerta del siguiente cuarto habĂ­a un cartel que ponĂ­a SALA DE LOS ESCUDOS. Antonio tragĂł saliva y abriĂł la puerta que chirriĂł como un grillo. Los niños entraron y encontraron una mesa larguĂ­sima con unas enormes sillas de alto respaldo. Las paredes estaban llenas de cientos de escudos, con cientos de sĂ­mbolos. Al final de la mesa se veĂ­a una puerta, y al lado una enorme armadura con el metal tan brillante que relucĂ­a. Era rarĂ­simo que brillara tanto. - ¿Tenemos que pasar por ahĂ­?- preguntĂł Carlota temblando.- No tenemos otro remedio si queremos salir de este maldito castillo- le contestĂł Leire. De repente, la armadura se moviĂł, hizo un gesto con la cabeza y empezĂł a correr detrás de los muchachos. 5 - ¡NOOOOO! - gritaban los niños corriendo por otro interminable pasillo. De pronto, los niños oyeron una voz fina que gritaba algo que no entendieron, y la armadura se parĂł en seco y dejĂł de seguirles. Respiraron tranquilos y siguieron caminando deseosos de encontrar la salida. El pasillo seguĂ­a muy oscuro pero los chicos empezaron a relajarse y ya no les daba ningĂşn miedo andar por allĂ­. El miedo habĂ­a dejado de existir para ellos, y las ganas que tenĂ­an de salir, se habĂ­an convertido en valentĂ­a. De pronto, se encontraron otra puerta. Casi riendo la abrieron y vieron que habĂ­a un armario lleno de pequeños vestidos de todos los colores, con muchos tipos de adornos y bordados, tambiĂ©n habĂ­a una mesilla con una lámpara y algunos libros, además tenĂ­a una gran cĂłmoda, con cajones abiertos y algunas prendas colgando y un espejo que estaba roto. Los niños estaban deseando averiguar quĂ© estaba encantado allĂ­, asĂ­ que tocaron todas las cosas y miraron dentro de todos los cajones, pero no encontraron nada mágico ni raro. Se quedaron mirando a su alrededor y de repente una pequeña hadita rubia con ojos azules, vestida con un vestido de hojas rosadas, entrĂł por la puerta y pegĂł un bote al ver a los muchachos. Los niños, sorprendidos se miraron desconcertados. Lara, sin salir de su asombro pregunto: - ¿QuiĂ©n eres tĂş? - La pregunta es: ¿Quienes sois vosotros? - replicĂł el hada Entonces, Antonio dijo: - Yo soy Antonio, estas son mis amigas Lara, Leire y Carlota -. - Yo soy Flor, el hada de la purpurina - se presentĂł el hada. - Y... ¿TĂş vives aquĂ­? - preguntĂł Leire. - SĂ­... - respondiĂł Flor avergonzada. - ¿Y, por quĂ© no vives en un sitio más apropiado para hadas, un bosque Ăł un lago? - preguntĂł Carlota desconcertada. - VerĂ©is - comenzĂł a contar. - La bruja Luna destrozo la aldea de las hadas y este es el Ăşnico sitio que encontrĂ© para vivir. Y cuando llegasteis, pensĂ© que querĂ­ais robar la magia de estas habitaciones.-explicĂł Flor. - Espera, ¿la bruja Luna? , ¿Existen las brujas? - preguntĂł Lara. - SĂ­, por supuesto, si existimos las hadas las brujas tambiĂ©n existen - dijo Flor. - Tranquila, no vamos a robar nada - se riĂł Antonio. - Lo sĂ©, pero no podrĂ©is salir de este castillo nunca más - dijo Flor. - ¿Por quĂ©? - preguntĂł Carlota nerviosa. - Porque habĂ©is desobedecido a vuestros profesores, habĂ©is entrado en las habitaciones prohibidas y habĂ©is visto demasiadas cosas - respondiĂł Flor haciendo una mueca. 6 - No es verdad - dijo llorando Carlota. - Si, si es verdad - contestĂł Flor. – Si el resto de los humanos se entera de lo que hay en este castillo, vendrán en bandadas, a destrozarlo, a poner taquillas, e incluso a hacer un parque de atracciones. Lo siento pero no saldrĂ©is nunca de aquĂ­ y formarĂ©is parte de este mundo encantado. - Nooooo- gritĂł Lara.- No se lo diremos a nadie. Sus amigos asintieron, sollozando, pero el hada Flor saliĂł del cuarto y cerrĂł la puerta dando un portazo. Antonio fue a abrir la puerta. - ¡No se abre! - gritĂł Antonio. - ¡Oh no! ¿QuĂ© vamos a hacer ahora? - preguntĂł Leire llorando. - ¡Vamos a tirarla abajo! - exclamĂł Lara de pronto sorbiĂ©ndose los mocos. Entonces cogiĂł carrerilla, empujĂł la puerta y consiguiĂł abrirla. - ¡Bien! - se alegrĂł Carlota. Los niños salieron pitando de la habitaciĂłn, dispuestos a abandonar el castillo. - ¡NO! - gritĂł el hada, que empezĂł a volar detrás de ellos. Entonces, Antonio tuvo una idea, y comenzĂł a correr hacia atrás por dĂłnde habĂ­an venido. Las chicas desconcertadas, le siguieron. Cuando pasaron por el baño, abriĂł la puerta rápidamente y siguiĂł corriendo. Un montĂłn de agua cubriĂł a Flor y le mojo las alas, por lo tanto no podĂ­a volar. Pero, aĂşn asĂ­, corrĂ­a muy rápido. - ¡Nos va a pillar! - gritĂł Leire. - ¡Venid, tengo un plan! - exclamĂł Lara. Pasaron corriendo todas las habitaciones, salas y salones, y cuando llegaron a la habitaciĂłn de la Reina, Lara abriĂł la ventana y les dijo: - Chicos, cogemos el colchĂłn y lo tiramos por la ventana. Lo acababan de tirar con gran esfuerzo, cuando el hada gritando, entrĂł en la habitaciĂłn. Estaba muy furiosa, porque no podĂ­a volar. - ¡Os pillĂ©! - exclamĂł Flor. Entonces los niños se agarraron de la mano y respiraron hondo. - ¡AHORA! - gritĂł Lara. De pronto, los muchachos saltaron por la ventana y cayeron en el colchĂłn que habĂ­an tirado antes de que Flor los pudiera encontrar. Los chicos cayeron mal en el colchĂłn, pero era tan grueso que no se hicieron daño. 7 - ¡Por fin somos libres! - gritaron llorando y abrazándose. DespuĂ©s de levantarse de aquel mullido colchĂłn, comenzaron a correr hacia el pueblo. Ya era de noche y no habĂ­a nadie por los alrededores. - ¿No os parece raro que no nos hayan buscado los profes ni nuestros compañeros? – preguntĂł Lara extrañada. - Es verdad, se han ido tan campantes a sus casas - dijo enfadada Carlota. - No volverĂ© a acercarme a ese castillo nunca más! - exclamĂł Leire. - ¡SĂ­, y yo no volverĂ© a saltarme las normas! - dijo Antonio. Los muchachos se rieron un buen rato, y de pronto se oyeron voces. - ¡Lara!, ¡Lara! - gritaba alguien.- ¡Lara!, ¡Lara! De repente, Lara abriĂł los ojos y contemplĂł la cara de su madre. -Lara, Lara, ¿has tenido una pesadilla?- preguntĂł su madre preocupada. – No dejabas de gritar. Lara sorprendida vio que se encontraba en pijama y estaba tumbada en su cama. Rápidamente se levantĂł, se mirĂł en el espejo sudando, y respirĂł tranquila... ¡HabĂ­a sido una pesadilla! Una pesadilla que al final fue una estupenda aventura. EmpezĂł a reĂ­r, y su madre, moviendo la cabeza, saliĂł de la habitaciĂłn riendo tambiĂ©n. El lunes, en cuanto llegĂł al cole, se lo contĂł a sus “compañeros de pesadilla”, Leire, Carlota y Antonio. - Fue muy raro, pero lástima que fuera un sueño - dijo Lara. Entonces los niños se estuvieron riendo un buen rato con la sorprendente historia. - ¿QuĂ© os parece si despuĂ©s de clase nos vamos andando hasta el castillo? - les preguntĂł pĂ­caro Antonio. Las chicas se echaron a reĂ­r y quedaron despuĂ©s de clase para hacer una excursiĂłn al castillo de “Puñoenrostro”. FIN

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