Ritual Romano
Renovado según el decreto del Sacrosanto Concilio
Ecuménico Vaticano II Promulgado por la autoridad de S.S. Juan Pablo II
RITUAL DE LOS EXORCISMOS
Congregación para el Culto Divino y la disciplina de
los Sacramentos
Prot. 1280/98/L
Notificación
El Rito de Exorcismos
La edición latina del renovado rito de Exorcismos
aprobada el 1° de Octubre de 1998 por el Sumo Pontífice Juan Pablo II, fue dada
a conocer en el día de ayer y, conforme al decreto de este Dicasterio, puede
ser utilizada por aquellos a quienes compete por Derecho desde este mismo
momento.
La Congregación del Culto Divino y de la Disciplina de
los Sacramentos, por la peculiar facultad otorgada a la misma por el Sumo
Pontífice (cfr. Decretos de la Secretaría de Estado n. 434.563 del día de 2 de
Octubre de 1998), establece y declara lo que sigue.
Dado que compete al Obispo diocesano, en la diócesis a él
confiada, la moderación de la Sagrada Liturgia y el ejercicio de la tarea
pastoral es por ello que, para aliviar misericordiosamente a los fieles en la
lucha contra el poder del diablo, examinada con diligencia cada situación,
podrá pedir a la Santa Sede que un sacerdote, a quien el cargo de exorcista
fuere confiado, pueda también emplear el rito hasta ahora usado según el título
XII de la edición de 1952 del Ritual Romano.
La Congregación del Culto Divino y de la Disciplina de
los Sacramentos, atendiendo a las peticiones de los Ordinarios, que conocen
enteramente la realidad pastoral de su jurisdicción, concede gustosamente la
facultad pedida.
Dadas en la Sede de la
Congregación, a los veintisiete días del mes de enero de mil novecientos
noventa y nueve.
Decreto
La Iglesia, obediente a la oración dominical, cuidó misericordiosamente, desde los tiempos
antiguos a través de sacramentales, que con súplicas piadosas a Dios se
procurase que los fieles cristianos fueran librados de todos los peligros y,
especialmente, de las insidias del diablo. Así, de una manera peculiar, fueron
instituidos en la Iglesia los exorcismos, para que a través de ellos, imitando
la caridad de Cristo, fueran curados los poseídos por el Maligno, y expulsados
los demonios en nombre de Dios, de modo de evitar a las criaturas humanas todo
perjuicio.
Ahora bien, actualmente parece oportuno rever las normas
transmitidas y las oraciones suplicantes, como también las fórmulas empleadas
por el título XII del Ritual Romano, para que el rito de exorcismos responda a
lo decretado por la Constitución “Sacrosanctum Concilium” del Concilio Vaticano
II, especialmente en su artículo 79.
Por lo tanto, esta Congregación promulga el Rito de los
Exorcismos, aprobado por el Sumo Pontífice Juan Pablo II el día 1° de Octubre
de 1998, para que se aplique en lugar de las normas y fórmulas que, bajo el
título XX del Ritual Romano, hasta ahora se empleaban.
La edición latina, tan pronto como sea editada, puede ser
utilizada por aquellos a quienes compete según Derecho. No obstante, las
Conferencias Episcopales vigilen que las ediciones en lengua vernácula,
cuidadosamente preparadas y adaptadas de acuerdo a las normas del Derecho, sean
sometidas a la confirmación de la Sede Apostólica. Sin que obste nada en
contrario, se emite este Decreto, en la
Congregación del Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, en el día
doce de Noviembre de mil novecientos noventa y ocho, en la solemnidad de
Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
INTRODUCCIÓN
A lo largo de la historia de la salvación, se hacen
presentes las criaturas angélicas, ya sea prestando un servicio como mensajeros
divinos, ya ayudando de manera misteriosa en la Iglesia; también aparecen
criaturas espirituales caídas, llamadas diabólicas, que, opuestas a Dios y a su
voluntad salvífica consumada en Jesucristo, se esfuerzan por asociar al hombre
en su propia rebelión contra Dios.[1]
En las Sagradas Escrituras, el Diablo y los demonios son
llamados con varias apelaciones, entre las cuales, algunas muestran del algún
modo, su naturaleza y origen .2 El Diablo, llamado Satanás,
“serpiente antigua” y “dragón”, seduce él mismo a todo el orbe y lucha contra
quienes guardan los mandatos de Dios y también contra quienes dan testimonio de
Jesús (cf. Apoc. 12, 9.17). Se lo designa “adversario de los hombres” (cf. 1
Ped. 5, 8) y “homicida desde el comienzo” (cf. Jn. 8, 44), cuando por el pecado
hace al hombre sujeto a la muerte. Dado que, por sus insidias provoca al hombre
para la desobediencia a Dios, a este malvado se lo llama también “tentador”
(cf. Mt. 4, 3 y 26, 36-44), “mentiroso” y “padre de la mentira” (cf . Jn. 8,
44): él obra con astucia y falsedad, como lo atestiguan el relato de la
seducción de los primeros padres (cf. Gen. 3, 4.13), el intento de desviar a
Jesús de la misión aceptada del Padre (cf. Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 13; Lc. 4, 1-13)
y su transfiguración en ángel de luz (cf. 2 Cor. 11, 14). Se lo llama, también,
“príncipe de este mundo” (cf. Jn. 12, 31 y 14, 30) en referencia a aquel ámbito
que en su totalidad fue puesto en el Maligno (cf. 1 Jn. 5, 19) y no conoció la
verdadera luz (cf. Jn. 1, 9-10), como también a aquellos que odian la Luz, que
es Cristo, y arrastran a los hombres a las tinieblas. Puede considerarse que a
los demonios que, con el diablo, no acataron el principado de Dios (cf. Jud. 6),
se hicieron réprobos (cf. 2 Ped. 2, 4), constituyen los espíritus del mal (cf.
Ef. 6, 12) y se los llama “ángeles de Satanás” (Cf. Mt. 25, 41; 2 Cor. 12, 7;
Apoc. 12, 7.9), les fue confiada cierta
misión por su príncipe mayor. [2]
Las obras de todos los espíritus inmundos, seductores
(cf. Mt. 10, 1; Mc. 5, 8; Lc. 6, 18; 11, 26; Hech. 8, 7; 1 Tim 4, 1; Apoc. 18,
2) fue disuelta por la obra de Cristo (cf. 1 Jn. 3, 8). Aunque “a la historia
universal le invade la ardua lucha contra los poderes de las tinieblas” y
“hasta el último día… persistirá”,[3]
Cristo, por su misterio pascual de muerte y resurrección, nos “libró de la
esclavitud del diablo y del pecado”[4]
derribando su poder y librando todas las cosas de su influencia maligna. Con
todo, dado que la dañosa y contraria acción del Diablo y de los demonios afecta
a las personas, cosas y lugares y aparece de diversas maneras, la Iglesia,
conocedora de que “estos tiempos son malos” (Ef. 5, 16), oró y ora para que los
hombres sean librados de las insidias diabólicas.
PRENOTANDOS
I
LA VICTORIA DE CRISTO Y LA
POTESTAD DE LA IGLESIA CONTRA LOS
DEMONIOS
1. La
Iglesia cree firmemente que uno solo es el verdadero Dios, Padre, Hijo y
Espíritu Santo, único principio de todos los seres: creador de todo lo visible
e invisible.[5]
Más aún, todas las cosas que Dios creó (cf. Col. 1, 16), las conserva y
gobierna con su Providencia[6]
y nada hizo que no fuera bueno[7];
también “el diablo (…) y los otros demonios fueron creados por Dios ciertamente
buenos por naturaleza, pero ellos se hicieron malos por sí mismos”[8]
de donde puede pensarse que también ellos serían buenos si, de acuerdo a cómo
habían sido creados, así hubiesen permanecido. Debido al mal uso que hicieron
de su natural excelencia y por no permanecer en la verdad (cf. Jn. 8, 44), sin
transformarse en sustancialmente distintos, fueron separados del sumo Bien, a
quien debieron adherirse.[9]
2. En
realidad, el hombre ha sido creado a imagen de Dios “en la justicia y en la
verdadera santidad” (Ef. 4, 24) y su dignidad requiere que obre según su
conciencia y elección.11 Ahora bien, persuadido por el Maligno, el
hombre abusó del don de su libertad y por esa desobediencia fue puesto bajo la
potestad del diablo y de la muerte, convertido en siervo del pecado (cf. Gen.
3; Rom. 5, 12).[10]
Por esa razón, “en la universal historia de los hombres persiste la ardua lucha
contra el poder de las tinieblas que, comenzado en el origen del mundo,
persistirá hasta el último día, según lo dicho por el Señor (cf. Mt. 24, 13;
13, 24-
30.36-43)”.[11]
3. El
Padre omnipotente y misericordioso envió al Hijo de su amor al mundo para que
librase a los hombres de la potestad de las tinieblas y lo trasladase a su
reino (cf. Gal. 4, 5; Col. 1, 13). Por lo tanto, Jesucristo, “primogénito de
toda la creación” (Col. 1, 15), a fin de renovar al hombre viejo, vistió la
carne del pecado, “para reducir a la impotencia, mediante su muerte, a aquel
que tenía el dominio de la muerte, es decir, al demonio” (Heb. 2, 14) y, por el
don del Espíritu Santo, transformase la naturaleza humana herida en una nueva
criatura por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección.[12]
4. En
los días de su vida terrena, el Señor Jesús, vencedor de la tentación en el
desierto (cf. Mt. 4, 1-11; Mc. 1, 13; Lc. 4, 1-13), expulsó por propia
autoridad a Satanás y a otros demonios, imponiéndoles su divina voluntad (cf.
Mt. 12, 2729; Lc. 11, 19-20). Haciendo el bien y sanando a todo los oprimidos
por el diablo (cf. Hech. 10. 38), manifestó la obra de su salvación, para
librar a los hombres del pecado así como del primer autor del pecado, Satanás,
que es homicida desde el comienzo y el
padre de la mentira (cf. Jn. 8, 44).[13]
5. Al
llegar la hora de las tinieblas, el Señor “obediente hasta la muerte” (Filip.
2, 8), repelió el último ataque de Satanás (cf. Lc. 4, 13; 22, 53) por el poder
de la Cruz[14]
y triunfó así sobre la soberbia del antiguo enemigo. Esta victoria de Cristo
fue manifestada en su gloriosa resurrección, cuando Dios lo levantó de entre
los muertos y lo colocó a su derecha en los cielos sometiendo todas las cosas
bajo sus pies (cf. Ef. 1, 21-22).
6. En
el ejercicio de su ministerio, Cristo entregó a sus Apóstoles y a otros
discípulos el poder para expulsar los espíritus inmundos (cf. Mt. 10, 1.8; Mc.
3, 14-15; 6, 7.13; Lc. 9, 1; 10, 17.18-20). A ellos mismos, el Señor prometió
el Espíritu Santo Paráclito, procedente del Padre por el Hijo, el cual argüiría
al mundo acerca del juicio, porque el príncipe de este mundo ya fue juzgado
(cf. Jn. 16, 7-11). El Evangelio atestigua que entre los signos que caracterizarían
a los creyentes, se encuentra la expulsión de los demonios (cf. Mc. 16, 17).
7. Por
tanto, la Iglesia ejerció la potestad, recibida de Cristo, de expulsar a los
demonios y repeler su influjo ya desde la época apostólica (cf. Hech. 5, 16; 8,
7; 16, 18; 19, 12) por lo cual, en el nombre de Jesús, ora continua y
confiadamente, para ser ella misma librada del Maligno (cf. Mt. 6, 13).[15]
También en el mismo nombre, por virtud del Espíritu Santo, manda de diversos
modos a los demonios que no impidan la tarea de la evangelización (cf. 1 Tes.
2, 18), y que restituya “al más fuerte” (cf. Lc. 11, 21-22) el dominio tanto
del universo entero como de cada hombre. “Cuando la Iglesia pide públicamente y
con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea
protegido contra las asechanzas del Maligno y sustraída de su dominio, se habla
de exorcismo”.[16]
II
LOS EXORCISMOS EN EL MINISTERIO
SANTIFICADOR DE LA IGLESIA
8. La
antigua tradición de la Iglesia, guardada sin interrupción, atestigua que en el
camino de la iniciación cristiana se anuncia con claridad y, de hecho comienza,
la lucha espiritual contra la potestad del diablo (cf. Ef. 6, 12). Los
exorcismos que han de ser hechos de forma simple en el tiempo del catecumenado
sobre los elegidos, se llaman exorcismos menores[17];
son las preces de la Iglesia para que aquellos elegidos, instruidos con el
misterio liberador de Cristo, se libren de las secuelas del pecado y de la
influencia del diablo, se fortalezcan en su camino espiritual y abran los
corazones a los dones que el Salvador les ofrece.[18]
Finalmente, en la celebración del bautismo, los elegidos renuncian a Satanás y
a sus fuerzas y poderes, y le oponen su propia fe en Dios uno y trino. También
en el bautismo de niños, se eleva la plegaria del exorcismo sobre los párvulos,
“que habrán de experimentar las seducciones de este mundo y lucharán contra las
insidias del demonio” para ser fortalecidos por la presencia de Cristo “en el
camino de la vida”.[19]
Por el lavado de la regeneración bautismal, el hombre participa sobre la
victoria de Cristo sobre el diablo y el pecado, cuando pasa “del estado de hijo
del primer Adán al estado de gracia y “de adopción de los hijos” de Dios por
obra del segundo Adán, Jesucristo,”[20]
y es liberado de la esclavitud del pecado, con la libertad con la que Cristo
nos liberó (cf. Gal. 5, 1).
9. Los
fieles, si bien han renacido en Cristo, experimentan sin embargo las
tentaciones que hay en el mundo y, por lo tanto, deben vigilar en oración y
sobriedad de vida, porque su enemigo “el demonio, ronda como un león rugiente,
buscando a quién devorar” (1 Ped. 5, 8). A él le deben resistir firmes en la fe
“fortalecidos en el Señor con la fuerza de su poder” (Ef. 6, 10) y, sostenidos
por la Iglesia que ruega para que sus hijos estén protegidos de toda
perturbación,[21] tomar fuerzas por la gracia de los
sacramentos, en especial, mediante la asidua celebración de la penitencia, para
llegar así a la plena libertad de los hijos de Dios (Cf. Rom. 8, 21)[22].
10. Con
todo, el misterio de la divina piedad resulta para nosotros bastante difícil de
comprender[23]
cuando, permitiéndolo Dios, algunas veces ocurren casos de peculiares
asechanzas o posesiones de parte del demonio sobre algún miembro del pueblo de
Dios, iluminado por Cristo y llamado a caminar como hijo de la luz hacia la
vida eterna. Aun cuando el diablo no pueda traspasar los límites puestos por
Dios, es entonces que se manifiesta claramente el misterio de la iniquidad que
obra en el mundo (Cf. 2 Tes. 2, 7; Ef. 6, 12). Esta forma de potestad del
diablo sobre el hombre difiere de aquella otra que llamamos pecado y que deriva
del pecado original.[24]
Sucediendo estas cosas, la Iglesia implora a Cristo, Señor y Salvador, y
confiando en su virtud, otorga muchas ayudas al fiel atormentado o poseído para
que sea liberado de estos males.
11. Entre
estas ayudas, hay una de carácter más solemne, el exorcismo mayor,[25]
que es una celebración litúrgica. El exorcismo, que “procura expulsar los
demonios o librar del influjo demoníaco y constante con la autoridad espiritual
que Cristo confió a su Iglesia”[26]
es una petición del género de los sacramentales, por lo tanto, es un signo
sagrado con el cual “los efectos, especialmente espirituales, se significan y
se obtienen por la impetración de la Iglesia”.[27]
12. En
los exorcismos mayores, la Iglesia unida al Espíritu Santo, suplica para que Él
mismo ayude nuestra debilidad (Cf. Rom. 8, 26) a fin de rechazar a los demonios
para que no dañen a los fieles. Confiada en aquél soplo divino con el cual el
Hijo de Dios donó el Espíritu Santo después de su resurrección, la Iglesia obra
en los exorcismos no en nombre propio sino únicamente en el nombre de Dios o de
Cristo el Señor a quien deben obedecer todas las cosas, incluidos el diablo y
los demonios.
III
EL MINISTRO Y LAS CONDICIONES
PARA EFECTUAR EL EXORCISMO
MAYOR
13. El
ministerio de exorcizar a los poseídos se concede por especial y expresa
licencia del Ordinario, que regularmente será el mismo obispo diocesano.[28]
Dicha licencia debe concederse únicamente a un sacerdote dotado de piedad,
ciencia, prudencia e integridad de vida.[29]
Además debe estar preparado específicamente para este oficio. Se exhorta al
sacerdote, a quien se le encomiende el oficio de exorcista de manera estable o
por un caso aislado, ejercitar esta delicada y caritativa tarea con humildad y
confianza, bajo la dirección del obispo diocesano. En este Ritual cuando se
indica “exorcista”, siempre debe entenderse como el “sacerdote exorcista” que
aquí se ha mencionado.
14. El
exorcista, en caso de alguna, así llamada, intervención diabólica, debe
observar la máxima circunspección y prudencia, imprescindible en estos casos.
En primer lugar no debe creer fácilmente que alguien que padece alguna
enfermedad, especialmente psicológica, esté poseído por el demonio.[30]
Del mismo modo, no debe creer que hay posesión por la sola afirmación de
alguien que expresa estar especialmente tentado, desolado o atormentado por el
diablo, pues la persona podría estar engañada por la propia imaginación. Por el
contrario, es necesario advertir también, para no equivocarse, que el diablo
usa artes y fraudes para engañar al hombre, para persuadir al endemoniado que
no es necesario someterse a exorcismo alguno, que su padecimiento es natural y
debe someterse simplemente a la ciencia médica. Por lo tanto, siempre debe
indagarse y quien es tenido como endemoniado debe ser especialmente tenido en
cuenta para verificar si está realmente atormentado por el diablo.
15. También
deben distinguirse los ataques diabólicos de los casos de credulidad mediante
la cual algunos fieles juzgan que son objeto de maleficios, de mala suerte o
maldiciones, ya sea ocasionados por otras personas contra ellos mismos o bien
allegados contra sus bienes. En estos casos, no debe acudirse de modo alguno al
exorcismo, si bien no debe negarse la ayuda espiritual necesaria, sobre todo
con oraciones aptas, de tal manera que encuentren la paz de Dios. Tampoco ha de
rehusarse la ayuda espiritual a los creyentes que quieren guardar fidelidad al
Señor Jesús y al Evangelio y en quienes el Maligno sin entrar (cf. 1 Jn. 5, 18)
tienta fuertemente. En estos casos, pueden ser empleadas las preces y las
súplicas adecuadas por un presbítero que no es exorcista e incluso por un
diácono.
16. El
exorcista, por lo tanto, debe proceder a celebrar el exorcismo sólo cuando
tenga seguridad de la verdadera posesión demoníaca[31]
y, si fuera posible, con el consentimiento del mismo sujeto. Según una probada
praxis se juzgan como signos de la posesión demoníaca hablar con muchas
palabras en una lengua desconocida o entender al que la habla, movilizar cosas
distantes u ocultas, manifestar fuerzas por encima de la naturaleza de la edad
o condición del sujeto poseso. Estos signos pueden ser un indicio pero podrían
no ser atribuidos necesariamente a la posesión diabólica en cuyo caso debe
prestarse atención a otros posibles signos de índole espiritual o moral que
pudieren manifestar, de algún modo, la intervención diabólica, como por ejemplo
la aversión vehemente a Dios, al Santísimo Nombre de Jesús, a la Bienaventurada
Virgen María y a los santos, a la Iglesia, a la Palabra de Dios, a los objetos
sagrados, a los ritos, especialmente sacramentales y a las imágenes sagradas.
Conviene, finalmente, examinar la relación que existe de todos los signos
indicados con la fe y la vida espiritual teniendo en cuenta que el Maligno es
enemigo de Dios y de todo aquello que los fieles tienen para experimentar la
acción salvífica de Dios en ellos.
17. Corresponde
al exorcista juzgar con respecto a la necesidad de apelar al rito del
exorcismo, después de realizar una diligente investigación, guardando siempre
el secreto de confesión, y consultados, en cuanto sea posible, los expertos de
vida espiritual; también, si fuere necesario podrá consultar a expertos en la
ciencia médica y psiquiátrica que tengan sentido de las cosas espirituales.
18. En
los casos que afecten a personas no católicas y en todo lo que parezca más
difícil de discernir, llévese el asunto al obispo diocesano, quien por razones
prudenciales podrá reclamar el parecer de algunos expertos antes de tomar la
decisión acerca del exorcismo.
19. El
exorcismo se realiza de tal manera que manifieste la fe de la Iglesia y que por
nadie pueda ser considerado como una acción mágica o supersticiosa. Debe
cuidarse que el rito no se convierta en un espectáculo para los presentes. De
ningún modo se dé espacio a los medios de comunicación social mientras se
realiza el exorcismo; tampoco corresponde divulgar la noticia del exorcismo
antes o después de realizado, pues debe guardarse la debida discreción.
IV
EL RITO QUE DEBE EMPLEARSE
20. En
el rito que se propone, fuera de las fórmulas mismas del exorcismo, préstese
una atención especial a aquellos gestos y aspectos rituales que tienen el
primer lugar y sentido, por ejemplo aquellos que forman parte de la
purificación en el camino catecumenal (el signo de la cruz, la imposición de
las manos, el soplo, la aspersión con el agua bendita, etc.).
21. El
rito comienza con la aspersión del agua bendita, con la cual se recuerda la
purificación bautismal y el atormentado se defiende de las insidias del enemigo.
El agua puede bendecidse fuera del rito o dentro del rito antes de la aspersión
y, si es oportuno, junto con una mezcla de sal.
22. Sigue
la oración letánica con la cual se implora la intercesión de todos los santos
sobre el atormentado.
23. Después
de las preces letánicas el exorcista puede recitar uno o varios salmos que
imploran la protección del Altísimo y proclaman la victoria de Cristo sobre el
Maligno. Los salmos pueden decirse de modo corrido o responsorial. Terminado
cada salmo, el exorcista puede añadir una oración sálmica.
24. Luego
se proclama el Evangelio, como signo de la presencia de Cristo quien, por su
propia Palabra en la proclamación de la Iglesia cura las enfermedades de los
hombres.
25. A
continuación el exorcista impone las manos sobre el atormentado, con lo cual se
invoca el poder del Espíritu Santo, para que el diablo salga de aquel que por
el bautismo fue hecho templo de Dios. Al mismo tiempo puede soplar sobre el
rostro del atormentado.
26. Se
recita, entonces, el símbolo de la fe, o bien, se renueva la promesa de fe
bautismal con la abjuración previa a Satanás. Sigue la oración dominical, con
la cual se implora al Dios y Padre nuestro que nos libre de todo mal.
27. Terminados
los ritos precedentes, el exorcista muestra al atormentado el crucifijo que es
fuente de toda bendición y gracia, y se hace la señal de la cruz sobre él
señalando así la potestad de Cristo sobre el diablo.
28. Finalmente
dice la fórmula deprecativa, con la cual se ruega a Dios, así como la fórmula
imperativa, con la que el diablo, en nombre de Cristo, es conjurado
directamente para que salga del atormentado. No debe utilizarse la fórmula
imperativa si no precedió la fórmula deprecativa, en cambio ésta puede
emplearse sin aquélla.
29. Todos
los pasos del rito indicados pueden repetirse cuantas veces sean necesarias
tanto en la misma celebración (atendiendo a lo que se indica en el n.34) como
en otro momento, hasta que el atormentado sea liberado totalmente.
30. El
rito concluye con el canto de acción de gracias, con la oración y la bendición.
V
OBSERVACIONES Y ADAPTACIONES
31. Conviene
recordar que la raza de los demonios no puede ser expulsada sin ayuno y
oración, por lo cual se recomienda, siguiendo el ejemplo de los Santos Padres,
emplear estos dos remedios para pedir la ayuda divina, tanto por el mismo
exorcista como por otros en cuanto sea posible.
32. Si
fuera posible, el fiel atormentado debe rogar a Dios, ejercitar la
mortificación, renovar frecuentemente la fe recibida en el bautismo, acudir al
sacramento de la Reconciliación frecuentemente y fortalecerse con la sagrada
Eucaristía, todo esto sobre todo, antes del exorcismo. Del mismo modo pueden
ayudar con la oración, los familiares, amigos, el confesor o director
espiritual, sobre todo si al sujeto le facilita rezar con la ayuda y la
presencia de otros fieles.
33. Si
es posible, realícese el exorcismo en un oratorio o en otro lugar oportuno,
apartado de la multitud, en donde esté destacada la imagen del crucifijo.
También debe tenerse en el lugar
una imagen de la Bienaventurada Virgen María.
34. Teniendo
en cuenta las características del atormentado, el exorcista puede usar de las
varias opciones que le ofrece el rito, siempre siguiendo la estructura básica y
optando por las fórmulas y oraciones que mejor se acomoden a las condiciones de
la persona.
a. En
primer lugar debe tenerse en cuenta el estado físico y psicofísico de la
persona como también atender las variaciones posibles dentro del día y aun
dentro de una misma hora.
b. Cuando
no hay presencia ni siquiera de unos pocos fieles –que por prudencia y
sabiduría podrían requerirse-, el exorcista debe recordar que la Iglesia está
presente en él mismo y en el fiel atormentado y esto recuérdeselo a éste.
c. Procúrese
siempre que el fiel atormentado, mientras es exorcizado, se concentre lo mejor
posible y se convierta a Dios, reclamándole con profunda humildad y con fe
firme la liberación. Exhórteselo a tolerar con paciencia su situación sin
desconfiar en el auxilio de Dios y en el ministerio de la Iglesia.
35. Si
para la celebración del exorcismo parece oportuno que deba admitirse un grupo
elegido de personas, debe indicarse a éstas que rueguen con empeño por el
hermano atormentado ya sea de manera privada ya uniéndose en el rito, pero
absteniéndose siempre de emitir cualquier fórmula de exorcismo tanto
deprecativas como imperativas dado que éstas quedan reservadas al exorcista y
solamente él puede pronunciarlas.
36. Es
muy conveniente que el fiel librado del tormento exprese su acción de gracias a
Dios por la paz recibida, haciéndolo solo o unido a sus familiares. Además debe
inducirse al fiel recuperado para que persevere en la oración, con ayuda de la
Sagrada Escritura y que frecuente la celebración de la Reconciliación y la
Eucaristía; invíteselo también a llevar una vida cristiana caracterizada por
las obras de caridad y de amor fraterno hacia todos.
VI
ADAPTACIONES QUE COMPETEN A LAS
CONFERENCIAS EPISCOPALES
37. Pertenece
a las Conferencias Episcopales:
a. Preparar
las versiones de los textos, observando su integridad y cuidando su fidelidad.
b. Si
se juzga oportuno, adaptar signos y gestos del mismo rito atendiendo a la
cultura y al genio del pueblo, sometiendo las variaciones al consentimiento de
la Santa Sede.
38. Además
de la versión propia de los Prenotandos, que debe ser íntegra, si parece
oportuno, las Conferencias Episcopales pueden añadir un “Directorio pastoral
para el uso del exorcismo mayor”, con el cual los exorcistas puedan entender
más profundamente la doctrina de los prenotandos, comprendan más plenamente la
significación de los ritos y, con indicaciones de autores probados, conozcan el
mejor modo de obrar, de hablar, de interrogar y de juzgar. Estos directorios,
que pueden componerse con la colaboración de sacerdotes versados en ciencia y
madura experiencia por un largo ejercicio del ministerio del exorcismo, deben
ser reconocidos por la Sede Apostólica, según la norma del derecho.
CAPÍTULO I
RITO DEL EXORCISMO MAYOR
39. Antes
de comenzar el rito del exorcismo, el ministro que ha de ejercerlo debe
disponerse adecuadamente, según las circunstancias, diciendo la siguiente
oración en secreto:
Señor Jesucristo, Verbo de Dios Padre, Dios de toda
criatura que diste a tus santos Apóstoles la potestad de someter a los demonios
en tu nombre y de aplastar todo poder del enemigo; Dios santo,
que al realizar tus milagros ordenaste: “huyan de los
demonios”; Dios fuerte, por cuyo poder
Satanás, derrotado, cayó del cielo como un rayo; ruego humildemente con
temor y temblor a tu santo nombre
para que fortalecido con tu
poder,
pueda arremeter con seguridad contra el espíritu
maligno que atormenta a esta criatura tuya.
Tú que vendrás a juzgar al mundo por el fuego
purificador y en él a los vivos y los muertos.
Amén.
El exorcista puede añadir también otras oraciones, como
por ejemplo “En el nombre de Jesucristo…” (Apéndice II, 7), “Bajo tu amparo”
(Apéndice II, 8), “San Miguel Arcángel…” (Apéndice II, 9), “Príncipe
gloriosísimo…” (Apéndice II, 6).
Ritos iniciales
40. El sacerdote exorcista accede al lugar de la
celebración, con los ornamentos adecuados que, según la costumbre será el alba,
o el sobrepelliz sobre la vestidura talar, y la estola morada. Hecha la debida
reverencia al altar o, faltando éste, a la cruz, se encamina a la sede. El
sacerdote y los fieles hacen la señal de la cruz de la manera habitual:
En el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo. Todos responden:
Amén.
Luego el exorcista saluda a los
fieles extendiendo las manos:
Dios, Padre omnipotente
que quiere que todos los hombres se salven esté con
todos ustedes.
Todos responden:
Y con tu espíritu.
O bien:
El Señor esté con ustedes.
Todos responden:
Y con tu espíritu.
Entonces, el sacerdote puede
preparar al fiel atormentado por el diablo y a los demás presentes con delicada
humanidad a través de breves palabras.
41. Si fuera
oportuno, el exorcista bendice el agua, diciendo con las manos juntas una de
las siguientes oraciones:
Dios, que para la salvación del género humano,
hiciste brotar de las aguas el sacramento de la nueva vida, escucha, con
bondad, nuestra oración
e infunde el poder de tu bendición X sobre esta agua, para que sirviendo a tus
misterios, asuma el efecto de la divina gracia que espante los demonios y
expulse las dolencias y así, al ser rociados, tus fieles sean liberados de todo
daño; que en el sitio que será aspegido con esta agua,
no resida el espíritu del mal y se alejen todas las
insidias del oculto enemigo; haz que tus fieles, manteniéndose firmes por la invocación de tu
santo nombre sean libres de todas las asechanzas.
Te lo pedimos, por Cristo,
nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
42. O bien: Dios todopoderoso,
fuente y origen de la vida del alma y del cuerpo,
bendice X esta agua,
que vamos a usar con fe para implorar el perdón de
nuestros pecados y alcanzar la ayuda de tu gracia contra toda enfermedad y asechanza del
enemigo. Concédenos, Señor, por tu misericordia, que las aguas vivas siempre
broten salvadoras, para que podamos acercarnos a ti con el corazón limpio y
evitemos todo peligro de alma y cuerpo.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
43. Si se
hace la mezcla de la sal, en la bendición del agua, el exorcista la bendice
diciendo:
Te suplicamos, Dios todopoderoso, que bendigas ? en
tu bondad esta sal creada por ti. Tú mandaste al profeta Eliseo arrojarla en el
agua estéril para hacerla fecunda. Concédenos, Señor, que al recibir la
aspersión de esta agua mezclada con sal
nos veamos libres de los ataques del enemigo, y la
presencia del Espíritu Santo nos proteja siempre.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
Luego mezcla la sal con el agua,
sin decir nada.
44. Luego, el
exorcista, asperge con el agua bendita al fiel atormentado, a los presentes y
al lugar, diciendo:
Esta es el agua que Dios ha
bendecido.
Que ella sea para nosotros fuente
de salvación y de vida.
En el nombre del Padre, y del
Hijo, y del Espíritu Santo.
Todos responden:
Amén.
O bien:
Que esta agua nos recuerde que hemos sido bautizados
y con ella, hagamos memoria de Jesucristo, que nos redimió con su muerte y
resurrección.
Todos responden:
Amén.
Súplica litánica
45. Después
el exorcista, con estas u otras palabras semejantes, se dirige a los presentes
y los invita a la oración: Queridos hermanos, supliquemos intensamente la
misericordia de Dios para que movido por la intercesión de todos los santos
atienda bondadosamente la invocación de su Iglesia a favor de nuestro
hermano(a) N. que sufre gravemente.
46. Enseguida
el exorcista y los fieles, en la medida de las posibilidades, se arrodillan.
Quien preside la celebración u otra persona comienza las letanías. Pueden agregarse,
en el lugar correspondiente, algunos nombres de santos o santas (por ejemplo,
del patrono del lugar, del fiel atormentado, etc.) y también alguna intención
especialmente apta para la situación. Quienes participan se unen en las
respuestas comunes.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Santa
María, Madre de Dios, ruega por él
(por ella).
San
Miguel, Gabriel y Rafael, rueguen por él (por ella).
Todos
los santos Ángeles de Dios, rueguen por él (por ella).
San Elías, ruega por él (por ella).
San
Juan Bautista, ruega por él (por ella).
San José, ruega por él (por ella).
Todos los santos Patriarcas y
Profetas, rueguen por él (por ella).
Santos
Pedro y Pablo, rueguen por él (por ella).
San
Andrés, ruega
por él (por ella).
Santos Juan y Santiago, rueguen por él (por ella).
Todos
los santos Apóstoles y Evangelistas, rueguen por él (por ella).
Santa María Magdalena, ruega por él (por ella).
Todos los santos Discípulos del
Señor, rueguen por él (por ella).
San Esteban, ruega por él (por ella). San
Lorenzo, ruega por él (por ella).
Santas Perpetua y Felicidad, rueguen por él (por ella). Todos los santos
Mártires, rueguen por él (por ella).
San Gregorio, ruega por él (por ella). San Ambrosio, ruega
por él (por ella). San Jerónimo, ruega por él (por ella). San Agustín, ruega
por él (por ella). San Martín, ruega por él (por ella). San
Antonio, ruega por él (por ella).
San
Benito, ruega
por él (por ella).
Santos
Francisco y Domingo, rueguen por él (por ella).
Santos
Ignacio (de Loyola) y Francisco (Javier),
rueguen por él (por ella).
San Juan María (Vianney), ruega
por él (por ella). Santa Catalina (de Siena),
ruega por él (por ella).
Santa
Teresa de Jesús, ruega por él (por ella).
Todos
los Santos y Santas de Dios, rueguen por él (por ella).
Muéstrate
propicio, líbranos (líbralo[a]), Señor.
De todo mal, líbranos (líbralo[a]), Señor. De todo
pecado, líbranos (líbralo[a]), Señor.
De
las insidias del diablo, líbranos (líbralo[a]), Señor.
De la muerte eterna,
líbranos (líbralo[a]),
Señor. Por tu nacimiento, líbranos (líbralo[a]), Señor. Por tu
santo ayuno, líbranos
(líbralo[a]), Señor. Por tu cruz y tu pasión, líbranos (líbralo[a]), Señor.
Por tu muerte y sepultura, líbranos
(líbralo[a]), Señor. Por tu santa resurrección,
líbranos (líbralo[a]),
Señor.
Por
tu admirable ascensión, líbranos (líbralo[a]), Señor.
Por
la venida del Espíritu Santo, Paráclito,
líbranos (líbralo[a]), Señor.
Cristo,
Hijo de Dios vivo, ten piedad
de nosotros.
Tú que por nosotros fuiste tentado por el
diablo, ten
piedad de nosotros. Tú que libraste a los atormentados de los espíritus
inmundos, ten piedad de nosotros.
Tú que diste a tus discípulos el
poder sobre los demonios, ten piedad de nosotros.
Tú que sentado a la derecha del
Padre intercedes por nosotros, ten piedad de nosotros.
Tú
que vendrás a juzgar a vivos y muertos, ten piedad de nosotros.
Nosotros, que somos
pecadores, te rogamos, óyenos.
Para que nos perdones, te rogamos, óyenos. Para que nos
indultes, te rogamos, óyenos.
Para
que nos confortes y conserves en tu santo servicio, te
rogamos, óyenos.
Para
que eleves nuestras mentes hacia deseos celestiales, te
rogamos, óyenos.
Para que concedas a tu Iglesia
servirte con plena libertad, te rogamos, óyenos. Para que le concedas
la paz y la verdadera concordia a todos los pueblos, te
rogamos, óyenos.
Para que nos escuches, te rogamos, óyenos.
Cristo, óyenos.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos, Cristo, escúchanos.
47. Concluidas las letanías, el exorcista dice, de
pie, la siguiente oración: Señor y Dios nuestro,
a quien pertenece compadecerse siempre y perdonar,
escucha nuestra súplica para que la compasión de tu misericordia libere a este
servidor tuyo N. (servidora tuya N.) que está sujeto(a) por las cadenas del
dominio diabólico.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
Todos se ponen de pie.
48. O bien: Dios y Padre nuestro,
que nos ves quebrantados por nuestra fragilidad, te
rogamos suplicantes por este hermano nuestra N. (hermana nuestra N.), para que
apartes de él (ella) el espíritu del mal y lo (la) restituyas a la plena
libertad de tus hijos
para que así, te alabe siempre con la multitud de tus
santos.
Por Cristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
Todos se ponen de pie.
Oración con salmos
49. Después el exorcista puede recitar, según las
circunstancias, uno o varios salmos, o bien algunos versículos o estrofas
escogidas. Aquí se propone un solo salmo pero pueden añadirse otros, según los
textos indicados en el capítulo II. Los salmos pueden ser introducidos con una
sentencia neotestamentaria y concluidos con una oración, tal como puede verse a
continuación. Quienes están presentes en la celebración pueden participar de
los modos acostumbrados en la Liturgia para la oración con salmos.
50.Salmo 90
Bajo la protección del Altísimo
Les he dado poder de caminar sobre serpientes
y para vencer todas las fuerzas del enemigo. (Lc. 10,19) R. Tú eres, Señor, mi
refugio. Tú que vives al amparo del Altísimo
y resides a la sombra del Todopoderoso,
di al Señor: «Mi refugio y mi baluarte,
mi Dios, en quien confío».
R. Tú eres, Señor, mi refugio.
Él te librará de la red del cazador y
de la peste perniciosa; te cubrirá con
sus plumas, y hallarás un refugio bajo sus alas.
No temerás los terrores de la noche,
ni la flecha que vuela
de día, ni la peste que acecha en las
tinieblas, ni la plaga que devasta a pleno sol.
R. Tú eres, Señor, mi refugio.
Aunque caigan mil a tu izquierda y
diez mil a tu derecha, tú no serás
alcanzado: su brazo es escudo y coraza.
Con sólo dirigir una mirada, verás el castigo de los malos, porque hiciste del Señor tu refugio y
pusiste como defensa al Altísimo.
R. Tú eres, Señor, mi refugio.
No te alcanzará ningún mal, ninguna
plaga se acercará a tu carpa, porque
hiciste del Señor tu refugio
y
pusiste como defensa al Altísimo
R. Tú eres, Señor, mi refugio.
Ellos te llevarán en sus manos para
que no tropieces contra ninguna piedra;
caminarás sobre leones y víboras,
pisotearás cachorros de león y
serpientes.
R. Tú eres, Señor, mi refugio.
«Él se entregó a mí, por eso, yo lo glorificaré; lo
protegeré, porque conoce mi Nombre; me
invocará, y yo le responderé. Estaré con él en el peligro, lo
defenderé y lo glorificaré; le haré
gozar de una larga vida y le haré ver mi salvación».
R. Tú eres, Señor, mi refugio.
Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu
Santo como era en el principio, ahora y
siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
R. Tú eres, Señor, mi refugio.
Oración
Señor, tú eres nuestra defensa y nuestro refugio; te
pedimos que libres a tu hijo(a) N.
de la trampa de los demonios y de la palabra cruel de
los perseguidores. Protégelo(a) bajo la sombra de tus alas rodéalo(a) con el
escudo de tu fortaleza y muéstrale la clemencia de tu salvación.
Por Cristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
51.
A continuación el exorcista proclama el
Evangelio; todos lo escuchan de pie.
Puede tomarse también una
perícopa de las propuestas en el capítulo II (nn.76-80).
52.
El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros.
X Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo, según san Juan 1,1-14
Al principio existía la Palabra, y la
Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. Al principio estaba junto a Dios.
Todas las cosas fueron hechas por medio de la
Palabra y sin ella no se hizo nada de todo lo que existe. En ella estaba la vida, y la
vida era la luz de los hombres. La luz
brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la percibieron.
Apareció un hombre enviado por
Dios, que se llamaba Juan.
Vino como testigo, para dar
testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él.
Él no era luz, sino el testigo de la luz. La Palabra era la luz verdadera que,
al venir a este mundo, ilumina a todo hombre. Ella estaba en el mundo, y
el mundo fue hecho por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a los suyos, y
los suyos no la recibieron. Pero a todos
los que la recibieron, a los que creen en su Nombre, les
dio el poder de llegar a ser hijos de Dios.
Ellos no nacieron de la sangre, ni por obra de la carne, ni
de la voluntad del hombre, sino que fueron engendrados por Dios. Y la Palabra se hizo carne y
habitó entre nosotros.
Y nosotros hemos visto su
gloria,
la gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno
de gracia y de verdad.
Imposición de las manos
53. Luego, el exorcista impone
las manos sobre la cabeza del fiel atormentado, mientras dice:
V. Hágase tu Voluntad, Señor, sobre nosotros del modo
como todos esperan de ti.
Todos dicen:
Señor, ten piedad.
V. Envía tu Espíritu y las cosas
serán creadas, y renovarás la faz de la tierra.
Todos dicen:
Señor, ten piedad.
V. Salva a tu siervo(a) que
espera en ti, Dios mío.
Todos dicen:
Señor, ten piedad.
V. Sé para él (ella), Señor, una torre de fortaleza
frente al enemigo, Todos dicen:
Señor, ten piedad.
V. Que el enemigo no se aproveche
de él (ella), y que el hijo de la impiedad no añada más dolor.
Todos dicen:
Señor, ten piedad.
V. Envíale, Señor, tu auxilio y
cuídalo desde tu morada.
Todos dicen:
Señor, ten piedad.
Símbolo de fe o promesas
bautismales
El exorcista invita a profesar la
fe. Si se usa para ello el Símbolo, se invita a recitarlo con las siguientes
palabras:
Profesemos nuestra fe, que es la
victoria que vence al mundo.
Si se emplean las renuncias y
promesas bautismales, se dice:
Renovemos ahora las promesas de nuestro bautismo, con
las cuales, un día, renunciamos a Satanás y a sus obras y prometimos servir a Dios
en la santa Iglesia católica.
Primera forma.
Todos juntos recitan el Símbolo: Creo en
Dios, Padre todopoderoso, Creador del cielo y de la tierra.
Creo en Jesucristo, su único
Hijo, nuestro Señor,
En las palabras que siguen, hasta "María
Virgen", todos se inclinan. que fue concebido por obra y gracia del
Espíritu Santo, nació de Santa María Virgen, padeció bajo el poder de Poncio
Pilato, fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos,
al tercer día resucitó de entre los muertos, subió a
los cielos y está sentado a la derecha de Dios, Padre todopoderoso.
Desde allí ha de venir a juzgar a
vivos y muertos.
Creo en el Espíritu Santo, la santa Iglesia católica,
la comunión de los santos, el perdón de los pecados, la resurrección de la carne
y la vida eterna. Amén.
O bien:
Creo en un solo Dios,
Padre todopoderoso,
Creador del cielo y de la tierra, de todo lo
visible y lo invisible. Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios,
nacido del Padre antes de todos los siglos:
Dios de Dios,
Luz de Luz,
Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no
creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho; que por
nosotros, los hombres, y por nuestra salvación bajó del cielo,
En las palabras que siguen, hasta "se hizo
hombre", todos se inclinan. y por obra del Espíritu Santo se encarnó de
María, la Virgen, y se hizo hombre; y por nuestra causa fue crucificado en
tiempos de Poncio Pilato; padeció y fue sepultado,
y resucitó al tercer día, según las Escrituras, y subió
al cielo, y está sentado a la derecha del Padre; y de nuevo vendrá con gloria
para juzgar a vivos y muertos, y su reino no tendrá fin. Creo en el Espíritu
Santo, Señor y dador de vida, que procede del Padre y del Hijo, que con el
Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria, y que habló por los
profetas. Creo en la Iglesia, que es una, santa, católica y apostólica.
Confieso que hay un solo bautismo para el perdón de los pecados. Espero la
resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro.
Amén.
56.Otra forma: Exorcista:
¿Renuncian a Satanás?
Todos:
Sí, renuncio.
Exorcista:
¿Renuncian a todas sus obras?
Todos:
Sí, renuncio.
Exorcista:
¿Renuncian a todas sus vanidades?
Todos:
Sí, renuncio.
Exorcista:
¿Renuncian al pecado, para vivir
en la libertad de los hijos de Dios?
Todos:
Sí, renuncio.
Exorcista:
¿Renuncian a las seducciones de
la iniquidad, para que no los domine el pecado?
Todos:
Sí, renuncio.
Exorcista:
¿Renuncian a Satanás, que es el autor
y el príncipe del pecado?
Todos:
Sí, renuncio.
¿Creen en Dios Padre todopoderoso, creador del cielo
y de la tierra?
Todos:
Sí, creo.
¿Creen en Jesucristo, su único Hijo, nuestro Señor,
que nació de la Virgen María, padeció y fue sepultado, resucitó de entre los
muertos y está sentado a la derecha del Padre?
Todos:
Sí, creo.
¿Creen en el Espíritu Santo, la santa Iglesia
católica, la comunión de los santos, el
perdón de los pecados, la resurrección de la carne y la Vida eterna?
Todos:
Sí, creo.
57. Luego el exorcista introduce
a la oración del Señor diciendo con las manos juntas: Unidos como hermanos y
junto a N., invoquemos a Dios como Jesucristo nos enseñó para que Él nos libre
de todo mal.
O bien:
No sabemos orar como conviene, pero el Espíritu viene
en ayuda de nuestra debilidad y Él mismo interpela y ruega a Dios por nosotros.
Movidos por el Espíritu digamos juntos: Padre nuestro, que estás en el cielo,
santificado sea tu Nombre, venga a nosotros tu Reino; hágase tu voluntad en la
tierra como en el cielo, danos hoy nuestro pan de cada día. Perdona nuestras
ofensas,
como también nosotros perdonamos
a los que nos ofenden;
no nos dejes caer en la tentación y líbranos el mal.
Junta las manos y los presentes concluyen la
oración aclamando: Porque tuyo es el Reino, tuyo el poder y la gloria, por
siempre, Señor.
Señal de la cruz.
58. Luego el exorcista muestra la
cruz y, con ella, bendice al fiel atormentado mientras dice:
Ante la Cruz de nuestro Señor aléjense de aquí, todas
las fuerzas enemigas.
O bien:
Por medio del signo de la Cruz, nuestro Señor te
libre del enemigo.
O bien:
La santa Cruz sea, para ti, luz y
vida.
Soplo.
59.
Si parece conveniente, el exorcista sopla sobre
el rostro del fiel atormentado, diciendo:
Con el Espíritu de tu boca, Señor expulsa los
espíritus malignos, mándales alejarse porque se aproxima tu Reino.
Oración del exorcismo
60.
Luego el exorcista pronuncia la fórmula
deprecativa del exorcismo mayor (n.61). Si es oportuno también añade la fórmula
imperativa. Otras fórmulas tanto deprecativas como imperativas, se proponen en
el capítulo II, nn.81-84
61.
Fórmula deprecativa
Dios, creador y defensor del género humano, dirige tu
mirada sobre este siervo tuyo (sierva tuya) N. a quien formaste a tu imagen y
llamas a ser partícipe de tu gloria.
El antiguo adversario lo (la) atormenta cruelmente,
lo (la) oprime con fuerte violencia y lo (la) inquieta con cruel terror. Envía
sobre él (ella) tu Espíritu Santo para que lo (la) haga fuerte en la lucha le
enseñe a rogar en la tribulación y lo (la) defienda con su poderosa protección.
Escucha, Padre santo, el gemido de tu Iglesia suplicante; no permitas que tu
hijo (hija) sea poseída por el padre de la mentira; no dejes que este servidor
(servidora) a quien Cristo redimió con su Sangre sea retenido (retenida) por la
cautividad del diablo; impide que el templo de tu Espíritu sea inhabitado por
los espíritus inmundos. Escucha, Dios misericordioso, la oración de la
bienaventurada Virgen María, cuyo Hijo, muriendo en la Cruz, aplastó la cabeza
de la antigua serpiente y encomendó a la Madre todos los hombres como hijos.
Que resplandezca en este siervo tuyo (sierva tuya) la
luz de la verdad entre en él (ella) el gozo de la paz, lo (la) posea el
Espíritu de la paz y llenando su corazón le dé la serenidad y la paz. Escucha,
Señor. la oración de San Miguel Arcángel
y de todos los ángeles que te sirven.
Dios de todo bien, impide decididamente la acción
diabólica; tú que eres la fuente de la verdad y del perdón, expulsa las falaces
insidias del diablo; Señor de la libertad y de la gracia, desata los lazos de
la perversidad. Tú que amas y salvas al hombre
que escuchas paternalmente la oración de los
apóstoles Pedro y Pablo y de todos los santos que con tu gracia vencieron las
asechanzas del Maligno. Libra a este siervo tuyo (esta sierva tuya) de toda
potestad ajena y custodia la firmeza que necesita.
para que restituido (restituida) a la serenidad
espiritual te ame de corazón y te sirva con sus obras, te glorifique con sus
alabanzas y te celebre con su vida.
Por Jesucristo, nuestro
Señor.
Y todos responden:
Amén.
62. Fórmula imperativa
Te declaro anatema, Satanás, enemigo de la salvación
humana; reconoce la justicia y la bondad de Dios Padre,
que, con justo juicio, condenó tu soberbia y tu
envidia: apártate de este siervo (esta sierva) N., a quien Dios hizo a su
imagen, colmó con sus dones y adoptó como hijo (hija) de su misericordia. Te
conjuro, Satanás, príncipe de este mundo: reconoce el poder y la fuerza de
Jesucristo, que te venció en el desierto, superó tus insidias en el Huerto, te
despojó en la Cruz, y resucitado del sepulcro transfirió tus trofeos al reino
de la luz: retírate de esta criatura N.,
a la cual Cristo al nacer hizo su hermano (hermana) y
al morir lo (la) redimió con su Sangre.
Te conjuro, Satanás, que engañas al género humano,
reconoce al Espíritu de la verdad y de la gracia que repele tus insidias y
confunde tus mentiras. Sal de N., criatura plasmada por Dios,
a quien el mismo Espíritu marcó con su sello
poderoso; retírate de este hombre (esta mujer), a quien Dios hizo templo
sagrado con una unción espiritual. Por eso, retírate, Satanás,
en el nombre del Padre X, y del
Hijo X, y del Espíritu X Santo;
retírate por la fe y la oración de la Iglesia;
retírate por la señal de la santa Cruz, de nuestro Señor Jesucristo, que vive y
reina por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.
Otras fórmulas deprecativas e imperativas que pueden
añadirse o cambiarse con aquéllas que aquí se han indicado, pueden verse en el
capítulo II, nn. 81-83.
Acción de gracias
63. Después de la liberación del
fiel atormentado, el exorcista y los presentes entonan el siguiente cántico:
«Mi alma canta la grandeza del Señor, y mi espíritu se estremce de gozo en Dios, mi
salvador, porque el miró con bondad la
pequeñez de tu servidora. En adelante
todas las generaciones me llamarán feliz, porque el Todopoderoso ha hecho en mí
grandes cosas: ¡su Nombre es santo!
Su misericordia se extiende de
generación en generación sobre aquellos que lo temen.
Desplegó la fuerza de su brazo,
dispersó a los soberbios de corazón.
Derribó a los poderosos de su
trono y elevó a los humildes.
Colmó de bienes a los hambrientos y despidió
a los ricos con las manos vacías. Socorrió a Israel, su servidor, acordándose
de su misericordia, como lo había prometido a nuestros padres, en favor de Abraham y de su descendencia para
siempre».
Gloria al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre, por los
siglos de los siglos. Amén.
O bien:
«Bendito sea el Señor, el Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a su Pueblo,
y nos ha dado un poderoso Salvador en la casa de
David, su servidor, como lo había anunciado mucho tiempo antes,
por boca de sus santos profetas, para salvarnos de
nuestros enemigos y de las manos de
todos los que nos odian. Así tuvo misericordia de nuestros padres y se acordó de su santa Alianza,
del juramento que hizo a nuestro
padre Abraham
de concedernos que, libres de temor, arrancados de
las manos de nuestros enemigos, lo sirvamos en santidad y justicia, bajo su
mirada, durante toda nuestra vida. Y tú, niño, serás llamado Profeta del
Altísimo, porque irás delante del Señor
preparando sus caminos, para hacer conocer a su Pueblo la salvación mediante el perdón de los pecados;
gracias a la misericordiosa ternura de nuestro
Dios, que nos traerá del cielo la visita
del Sol naciente,
para iluminar a los que están en las
tinieblas y en la sombra de la muerte, y
guiar nuestros pasos por el camino de la paz». Gloria al Padre y al Hijo y al
Espíritu Santo como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los
siglos. Amén.
64. Luego el exorcista pronuncia la siguiente
oración: Señor y Dios, creador y salvador de todo hombre, que a este amado
siervo tuyo (esta amada sierva tuya) N. recibiste con misericordia;
te pedimos que lo (la) conserves con tu providencia y
lo (la) custodies en la libertad que le concedió tu Hijo. Garantiza, Señor, que
el espíritu de impiedad no tenga poder en adelante sobre él (ella); ordena,
Señor, que lo (la) colmen la bondad y la paz del Espíritu Santo, de tal manera
que nunca tema al Maligno, porque el Señor Jesucristo permanece entre nosotros,
Él que vive y reina contigo por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.
Rito de conclusión
65. Luego se procede a la
despedida. El exorcista, dirigiéndose a los presentes dice con las manos extendidas:
El Señor esté con ustedes.
Todos responden:
Y con tu espíritu.
El exorcista bendice a los
presentes:
Que el Señor los bendiga y los proteja. R. Amén.
Haga brillar su rostro sobre ustedes y los bendiga.
R. Amén.
Les descubra su rostro y les conceda la paz. R. Amén.
Y que la bendición de Dios todopoderoso, del Padre,
del Hijo X y del Espíritu Santo, descienda sobre ustedes.
Todos responden:
Amén.
O bien: La paz de Dios,
que supera todo lo que podemos
pensar,
tome bajo su cuidado los corazones y
pensamientos de ustedes, en el conocimiento y el amor de Dios y de su Hijo,
nuestro Señor Jesucristo.
R. Amén.
Y que la bendición de Dios todopoderoso, del Padre,
del Hijo X y del Espíritu Santo, descienda sobre ustedes.
Todos responden:
Amén.
66. Si el exorcismo debe ser
reiterado, el exorcista reserva la bendición indicada en el n. 65 para el
final.
CAPÍTULO II
DIVERSOS TEXTOS FACULTATIVOS PARA
AÑADIR EN EL RITO
I
SALMOS
67.
Salmo 3
No
ponemos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los
muertos (2 Cor 1,9).
R. Tú, Señor, eres mi protector.
Señor, ¡qué numerosos son mis adversarios, cuántos los que se levantan contra mí!
¡Cuántos son los que dicen de
mí:
«Dios ya no quiere
salvarlo»!
R. Tú, Señor, eres mi protector.
Pero Tú eres mi escudo protector y mi gloria, tú mantienes erguida mi cabeza. Invoco al Señor en alta voz, y él me responde desde su santa Montaña.
R. Tú, Señor, eres mi protector.
Yo me acuesto y me duermo, y me despierto tranquilo porque el Señor me sostiene. No temo a la multitud innumerable, apostada contra mí por todas partes.
R. Tú, Señor, eres mi protector.
¡Levántate, Señor! ¡Sálvame, Dios mío! Tú golpeas en la mejilla a mis enemigos y rompes los dientes de los malvados. ¡En ti, Señor, está la salvación, y tu bendición sobre tu pueblo!
R. Tú, Señor, eres mi protector.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
R. Tú, Señor, eres mi protector.
Oración.
Señor y protector nuestro, atiende nuestra aflicción,
porque se han multiplicado
quienes atormentan
a tu servidor (tu servidora) N.; tú que sostienes al
que persevera, derrama tu bendición abundante sobre él (ella) para que conozca
a tu Salvador, Jesucristo, que venció las insidias del diablo. Por el mismo
Jesucristo, nuestro Señor.
68.
Salmo 10
No
teman, porque valen más que muchos pájaros (Mt. 10,31).
R. Confío en el Señor.
Yo tengo mi refugio en el
Señor,
¿Cómo pueden decirme
entonces:
«Escapa a la montaña como un
pájaro?
R. Confío en el Señor.
Porque los malvados tienden su
arco
y ajustan sus flechas a la cuerda, para disparar desde la penumbra contra los rectos de corazón. Cuando ceden
los cimientos,
¿qué puede hacer el justo?»
R. Confío en el Señor.
Pero el Señor está en su santo Templo, el Señor tiene su trono en el cielo. Sus ojos observan el mundo, sus pupilas examinan a los hombres: el Señor examina al justo y al culpable, y odia al que ama la violencia.
Que él haga llover brasas y azufre sobre los
impíos, y les toque en suerte un viento
abrasador.
R. Confío en el Señor.
Porque el Señor es justo y ama la justicia, y los son rectos verán su rostro.
R. Confío en el Señor.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
R. Confío en el Señor.
Oración.
Dios, que amas la justicia y miras atentamente al
pobre; libra a tu servidor (tu servidora) N. de los lazos ocultos y defiéndelo
(defiéndela) de los que se ven; para que siguiendo tras las cosas que te
agradan, merezca ver tu rostro. Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
69.
Salmo 12
Que
el Dios de la esperanza los llene de alegría y de paz en la fe, para que la
esperanza sobreabunde en ustedes por obra del Espíritu Santo (Rom. 15,13).
R. Mi corazón se alegrará en tu
salvación.
¿Hasta cuándo me tendrás
olvidado, Señor? ¿Eternamente?
¿Hasta cuándo me ocultarás tu rostro? ¿Hasta cuándo mi alma estará acongojada y habrá pesar en mi corazón, día tras
día? ¿Hasta cuándo mi enemigo
prevalecerá sobre mí?
¡Mírame, respóndeme, Señor, Dios
mío!
Ilumina mis ojos,
para que no caiga en el sueño de la muerte, para que mi enemigo no pueda decir: «Lo he
vencido», ni mi adversario se alegre de
mi fracaso.
R. Mi corazón se alegrará en tu
salvación.
Yo confío en tu
misericordia:
que mi corazón se alegre porque
me salvaste.
¡Cantaré al Señor porque me ha
favorecido!
R. Mi corazón se alegrará en tu
salvación.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
R. Mi corazón se alegrará en tu
salvación.
Oración
Dios omnipotente, no apartes tu rostro de este
servidor tuyo (esta servidora tuya) N. para que nuestro enemigo no se levante
contra él (contra ella); llena de tal manera su corazón con el gozo de tu salvación
que prevalezca sobre el mar de la muerte.
Por Cristo nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
70.
Salmo 21
El
dirigió durante su vida terrena súplicas y plegarias, con fuertes gritos y
lágrimas, a aquel que podía salvarlo de la muerte, y fue escuchado por su
humilde sumisión. (Heb 5,7)
R. Sálvame de la boca del león.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has abandonado?
¿Por qué estás lejos de mi clamor
y mis gemidos?
Te invoco de día, y no
respondes,
de noche, y no encuentro
descanso;
R. Sálvame de la boca del león.
Y sin embargo, tú eres el Santo, que reinas entre las alabanzas de
Israel.
En ti confiaron nuestros padres: confiaron, y tú los libraste; clamaron a ti y fueron salvados, confiaron en ti y no quedaron defraudados.
R. Sálvame de la boca del león.
Pero yo soy un gusano, no un hombre; la gente me escarnece y el pueblo me desprecia; los que me ven, se burlan de mí, hacen una mueca y mueven la cabeza,
diciendo: «Confió en el Señor, que él lo
libre; que lo salve, si lo quiere
tanto».
R. Sálvame de la boca del león.
Tú, Señor, me sacaste del seno materno, me confiaste al regazo de mi madre; a ti fui entregado desde mi nacimiento, desde el seno de mi madre, tú eres mi
Dios. No te quedes lejos, porque acecha
el peligro y no hay nadie para
socorrerme.
R. Sálvame de la boca del león.
Me rodea una manada de novillos, me acorralan toros de Basán; abren sus fauces contra mí como leones rapaces y rugientes. Soy como agua que se derrama y todos mis huesos están dislocados; mi corazón se ha vuelto como cera y se derrite en mi interior; mi garganta está seca como una teja y la lengua se me pega al paladar.
R. Sálvame de la boca del león.
Me rodea una jauría de perros, me asalta una banda de malhechores; taladran mis manos y mis pies y me hunden en el polvo de la muerte. Yo puedo contar todos mis huesos; ellos me miran con aire de triunfo, se reparten entre sí mi ropa y sortean mi túnica.
R. Sálvame de la boca del león.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos; tú que eres mi fuerza, ven pronto a
socorrerme Libra mi cuello de la
espada y mi vida de las garras del
perro. Sálvame de la boca del león, salva a este pobre de los toros
salvajes. Yo anunciaré tu Nombre a mis
hermanos, te alabaré en medio de la
asamblea:
R. Sálvame de la boca del león.
«Alábenlo, los que temen al Señor; glorifíquenlo, descendientes de Jacob; témanlo, descendientes de Israel. Porque él no ha mirado con desdén ni ha despreciado la miseria del pobre: no le ocultó su rostro y lo escuchó cuando pidió auxilio»
R. Sálvame de la boca del león.
Por eso te alabaré en la gran asamblea y cumpliré mis votos delante de los
fieles:
los pobres comerán hasta saciarse y los que buscan al Señor lo alabarán. ¡Que sus corazones vivan para siempre! Todos los confines de la tierra se acordarán y volverán al Señor; todas las familias de los pueblos se postrarán en su presencia.
R. Sálvame de la boca del león.
Porque sólo el Señor es rey y él gobierna a las naciones. Todos los que duermen en el sepulcro
se postrarán en su
presencia;
R. Sálvame de la boca del león.
Todos los que bajaron a la tierra doblarán la rodilla ante él, y los que no tienen vida glorificarán su poder.
Hablarán del Señor a la generación futura, anunciarán su justicia a los que nacerán
después, porque esta es la obra del
Señor.
R. Sálvame de la boca del león.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
R. Sálvame de la boca del león.
Oración
Dios, que reconciliaste contigo
al mundo por la pasión de tu Hijo,
te suplicamos humildemente
que no postergues el auxilio que necesita de ti, este
hijo tuyo (hija tuya) N.; defiéndelo (defiéndela) y líbralo (líbrala) de la
boca del león que busca arrebatarlo (arrebatarla).
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
71.
Salmo 30
Jesús,
con un grito, exclamó: «Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu». Y diciendo
esto, expiró (Lc. 23,46).
R. Líbrame del poder de mis
enemigos.
Yo me refugio en ti, Señor,
¡que nunca me vea defraudado! Líbrame, por tu justicia inclina tu oído hacia mí y ven pronto a socorrerme. Sé para mí una roca protectora, un baluarte donde me encuentre a salvo,
R. Líbrame del poder de mis
enemigos.
Porque tú eres mi Roca y mi baluarte: por tu Nombre, guíame y condúceme. Sácame de la red que me han tendido, porque tú eres mi refugio.
R. Líbrame del poder de mis
enemigos.
Yo pongo mi vida en tus manos: tú me rescatarás, Señor, Dios fiel. Yo detesto a los que veneran ídolos
vanos y confío en el Señor.
¡Tu amor será mi gozo y mi
alegría!
Cuando tú viste mi aflicción y supiste que mi vida peligraba, no me entregaste al poder del enemigo, me pusiste en un lugar espacioso.
R. Líbrame del poder de mis
enemigos.
Ten piedad de mí, Señor, porque estoy angustiado:
mis ojos, mi garganta y mis entrañas están extenuados de dolor. Mi vida se consume de tristeza, mis años, entre gemidos; mis fuerzas decaen por la aflicción y muy
huesos están extenuados.
R. Líbrame del poder de mis
enemigos.
Soy la burla de todos mis enemigos y la irrisión de
mis propios vecinos; para mis amigos soy motivo de espanto, los que me ven por
la calle huyen de mí, Como un muerto, he
caído en el olvido, me he convertido en una cosa inútil. Oigo los rumores de la gente y amenazas por
todas partes, mientras se confabulan contra mí y traman quitarme la vida.
R. Líbrame del poder de mis
enemigos.
Pero yo confío en ti, Señor, y te digo: «Tú eres mi
Dios, mi destino está en tus manos».
Líbrame del poder de mis enemigos y de aquellos que me persiguen. Que brille tu rostro sobre tu servidor,
sálvame por tu misericordia;
R. Líbrame del poder de mis
enemigos.
Señor, que no me avergüence de haberte invocado. Que
se avergüencen los malvados y bajen mudos al Abismo; que enmudezcan los labios mentirosos, los que
profieren insolencias contra el justo con soberbia y menosprecio.
R. Líbrame del poder de mis
enemigos. ¡Qué grande es tu bondad, Señor! Tú la reservas para tus fieles; y la
brindas a los que se refugian en ti, en la presencia de todos. Tú los ocultas al amparo de tu rostro de las
intrigas de los hombres; y los escondes en tu Tienda de campaña, lejos de las
lenguas pendencieras.
R. Líbrame del poder de mis enemigos.
¡Bendito sea el Señor!
El me mostró las maravillas de su amor en el momento
del peligro.
En mi turbación llegué a decir:
«He sido arrojado de tu presencia». Pero tú
escuchaste la voz de mi súplica, cuando yo te invocaba.
R. Líbrame del poder de mis
enemigos.
Amen al Señor, todos sus fieles, porque él protege a
los que son leales y castiga con severidad a los soberbios. Sean fuertes y valerosos, todos los que
esperan en el Señor.
R. Líbrame del poder de mis
enemigos.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
R. Líbrame del poder de mis
enemigos.
Oración
Señor, sé una roca protectora para tu servidor
(servidora) N., y ya que lo (la) redimiste con la preciosa Sangre de tu Hijo,
líbralo (líbrala) del lazo del enemigo que lo (la) persigue; ilumina tu rostro
sobre él (ella) y sálvalo (sálavala) por tu misericordia, Tú que conoces las
ansiedades de su alma.
Por Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
72.
Salmo 34
Fortalézcanse
en el Señor con la fuerza de su poder. Revístanse con la armadura de Dios, para
que puedan resistir las insidias del demonio (Ef. 6, 10-11).
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Combate, Señor, a los que me atacan, pelea contra los que me hacen la guerra. Toma el escudo y el broquel, levántate y ven
en mi ayuda; empuña la lanza y la
jabalina para enfrentar a mis perseguidores; dime: «Yo soy tu salvación».
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Que sufran una derrota humillante los que intentan
quitarme la vida; que vuelvan la espalda confundidos los que traman mi
perdición. Que sean como la paja ante el
viento, mientras el Ángel del Señor los arrastra; que su camino sea oscuro y resbaladizo,
mientras el Ángel del Señor los persigue.
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Porque me tendieron sus redes sin motivo y me cavaron
una fosa mortal:
¡que los sorprenda un desastre imprevisto; que sean
atrapados por sus propias redes, y caigan en la fosa que ellos mismos
cavaron!
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Pero yo me alegraré en el Señor, me regocijaré por su victoria; todo mi ser proclamará: «Señor, no hay nadie igual a ti; tú libras al débil de las manos del más
fuerte, y al pobre, de aquel que lo
despoja».
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Se presentan contra mí testigos falsos; me piden cuenta de cosas que ignoro; me devuelven mal por bien, dejando mi alma desolada.
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Yo, en cambio, cuando ellos estaban enfermos, me cubría con ropas de penitente, afligía mi alma con ayunos y oraba con la cabeza inclinada. Ellos eran para mí como un amigo o un
hermano,
y yo andaba triste y abatido, como quien llora la muerte de su madre.
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Pero cuando tropecé ellos se alegraron, se juntaron todos contra mí y me golpearon sorpresivamente; me desgarraban sin cesar, se burlaban de mí con crueldad y rechinaban contra mí sus dientes.
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Señor, ¿cuánto tiempo vas a tolerarlo? Líbrame de los animales rugientes, salva mi vida de los leones; y te daré gracias en la gran asamblea, te alabaré en medio de una multitud.
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
¡Que no canten victoria mis enemigos
traicioneros, ni se guiñen el ojo los
que me odian sin motivo! Ellos no hablan
de paz, sino que atacan a los oprimidos
de la tierra; traman planes
engañosos y se ríen de mí a carcajadas,
diciendo: «Lo hemos visto con nuestros
propios ojos».
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Tú también lo has visto, Señor, no te calles; no te quedes lejos de mí, Señor; ¡despiértate, levántate, Dios mío, Señor mío, defiende mi causa!
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Júzgame según tu justicia, Señor; Dios mío, que no canten victoria sobre
mí; que no piensen: «Se cumplió nuestro
deseo», ni digan: «Lo hemos devorado».
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Que sufran una derrota humillante los que se alegran de mi desgracia; que se cubran de confusión y de
vergüenza los que se envalentonan contra
mí. Canten, en cambio, y alégrense, los que desean mi triunfo; los que desean mi felicidad, repitan siempre: «¡Qué grande es el
Señor!».
R. Despiértate, Señor, y ven en
mi ayuda.
Entonces mi lengua pregonará tu justicia, y cada día proclamaré tu alabanza.
Oración
Dios y Señor nuestro, que proteges a los que esperan
en ti; con tu auxilio y escudo levántate a favor de tu siervo (sierva) N.,
rescátalo (rescátala) de las asechanzas del enemigo y combate con tu fuerza
poderosa a quienes lo (la) atacan.
Por Cristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
73.
Salmo 53, 3-9
Confíen,
soy yo… no tengan miedo (Mc. 6, 50).
R. El Señor sostiene mi
alma.
Dios mío, sálvame por tu Nombre, defiéndeme con tu poder, Dios mío, escucha mi súplica, presta atención a las palabras de mi
boca.
R. El Señor sostiene mi
alma.
Porque gente soberbia se ha alzado contra mí, hombres violentos atentan contra mi
vida, sin tener presente a Dios. Pero Dios es mi ayuda, el Señor es mi verdadero sostén.
R. El Señor sostiene mi
alma.
Que el mal recaiga sobre mis adversarios, ¡destrúyelos, Señor, por tu felicidad!
Te ofreceré un sacrificio
voluntario,
daré gracias a tu Nombre, porque es bueno, porque me has librado de todos mis
adversarios y he visto la derrota de mis
enemigos.
R. El Señor sostiene mi
alma.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
R. El Señor sostiene mi
alma.
Oración
Señor, salva a tu siervo (tu
sierva) N.,
y juzga con tu poder al enemigo que persigue su alma,
para que despojado (despojada) de toda tribulación engrandezca tu santo nombre
con el testimonio de su fe.
Por Cristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
74.
Salmo 67, 2-4.29.33-36
"Cuando
Cristo subió a lo alto, llevó consigo a los cautivos y repartió dones a los
hombres" (Ef. 4, 8).
R. Se levanta el Señor y sus
enemigos se dispersan.
¡Se levanta el Señor!
Sus enemigos se dispersan y sus
adversarios huyen delante de él. Tú los
disipas como se disipa el humo; como se
derrite la cera ante el fuego, así
desaparecen los impíos delante del /Señor.
Pero los justos se regocijan,
gritan de gozo delante del Señor
y se llenan de alegría.
R. Se levanta el Señor y sus
enemigos se dispersan.
Tu Dios ha desplegado tu
poder:
¡sé fuerte, Dios, tú que has
actuado por nosotros!
R. Se levanta el Señor y sus
enemigos se dispersan.
¡Canten al Señor, reinos de la tierra, entonen un himno al Señor, al que cabalga por el cielo,
por el cielo antiquísimo! El hace oír su voz poderosa.
R. Se levanta el Señor y sus
enemigos se dispersan.
¡Reconozcan el poder del Señor! Su majestad brilla sobre Israel y su poder, sobre las nubes.
Tú eres temible, Señor, desde tus santuarios. El Dios de Israel concede a su pueblo el poder y la fuerza.
¡Bendito sea Dios!
R. Se levanta el Señor y sus
enemigos se dispersan.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
R. Se levanta el Señor y sus
enemigos se dispersan.
Oración
Mira, Señor, la aflicción de tu servidor (servidora)
N., y levántate para auxiliarlo (auxiliarla); para que liberado (liberada) de
la esclavitud del demonio y recuperada su paz y su piedad reconozca que Tú eres
admirable.
Por Cristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
75.
Salmo 69
Señor,
sálvanos que perecemos (Mt. 8, 25).
R. Tú eres, Señor, mi ayuda y mi
liberador.
¡Líbrame, Dios mío!
¡Señor, ven pronto a
socorrerme!
R. Tú eres, Señor, mi ayuda y mi
liberador.
Que se avergüencen y sean humillados los que quieren acabar con mi vida. Que retrocedan confundidos los que desean mi ruina; que vuelvan la espalda avergonzados los que
se ríen de mí.
R. Tú eres, Señor, mi ayuda y mi
liberador.
Que se alegren y regocijen en ti todos los que te buscan; y digan siempre los que desean tu
victoria:
«¡Qué grande es nuestro
Dios!».
R. Tú eres, Señor, mi ayuda y mi
liberador.
Yo soy pobre y miserable: ven pronto, Dios mío; tú eres mi ayuda y mi libertador, ¡no tardes, Señor!
R. Tú eres, Señor, mi ayuda y mi
liberador.
Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo
como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
R. Tú eres, Señor, mi ayuda y mi
liberador.
Oración
Ven a nuestra ayuda, Señor,
y apresúrate a socorrer a este hijo tuyo (esta hija
tuya) N., para que, vencidas las insidias del diablo permanezca siempre
protegido (protegida) con tu presencia.
Por Cristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
II
EVANGELIOS
76.
X Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Mateo (4, 1-11)
Jesús fue
llevado por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Después
de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, sintió hambre. Y el tentador,
acercándose, le dijo: «Si tú eres Hijo de Dios, manda que estas piedras se
conviertan en panes». Jesús le respondió: «Está escrito: "El hombre no
vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios"».
Luego el
demonio llevó a Jesús a la Ciudad santa y lo puso en la parte más alta del
Templo, diciéndole: «Si tú eres Hijo de
Dios, tírate abajo, porque está escrito: "Dios dará órdenes a sus ángeles,
y ellos te llevarán en sus manos para que tu pie no tropiece con ninguna
piedra"». Jesús le respondió:
«También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios"».
El demonio lo
llevó luego a una montaña muy alta; desde allí le hizo ver todos los reinos del
mundo con todo su esplendor, y le dijo: «Te daré todo esto, si te postras para
adorarme». Jesús le respondió: «Retírate, Satanás, porque está escrito:
"Adorarás al Señor, tu Dios, y a él solo rendirás culto"».
Entonces el demonio lo dejó, y
unos ángeles se acercaron para servirlo.
77.
X Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Marcos (16, 15-18)
Jesús
Resucitado se apareció a los Once y les dijo: «Vayan por todo el mundo,
anuncien la Buena Noticia a toda la creación. El que crea y se bautice, se
salvará. El que no crea, se condenará. Y estos prodigios acompañarán a los que
crean: arrojarán a los demonios en mi Nombre y hablarán nuevas lenguas; podrán
tomar a las serpientes con sus manos, y si beben un veneno mortal no les hará
ningún daño; impondrán las manos sobre los enfermos y los curarán».
78.
X Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Marcos (1, 21b-28)
En la ciudad
de Cafarnaúm, cuando llegó el sábado, Jesús fue a la sinagoga y comenzó a
enseñar. Todos estaban asombrados de su enseñanza, porque les enseñaba como
quien tiene autoridad y no como los escribas. Había en la sinagoga un hombre
poseído de un espíritu impuro, que comenzó a gritar; «¿Qué quieres de nosotros,
Jesús Nazareno? ¿Has venido para acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el
Santo de Dios». Pero Jesús lo increpó,
diciendo: «Cállate y sal de este hombre». El espíritu impuro lo sacudió
violentamente, y dando un alarido, salió de ese hombre. Todos quedaron
asombrados y se preguntaban unos a otros: «¿Qué es esto? ¡Enseña de una manera
nueva, llena de autoridad; da órdenes a los espíritus impuros, y estos le
obedecen!». Y su fama se extendió rápidamente por todas partes, en toda la
región de Galilea.
79.
X Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Lucas (10, 17-20)
Los setenta y
dos discípulos volvieron y le dijeron llenos de gozo: «Señor, hasta los
demonios se nos someten en tu Nombre». Él les dijo: «Yo veía a Satanás caer del
cielo como un rayo. Les he dado poder de caminar sobre serpientes y escorpiones
y para vencer todas las fuerzas del enemigo; y nada podrá dañarlos. No se
alegren, sin embargo, de que los espíritus se les sometan; alégrense más bien
de que sus nombres estén escritos en el cielo».
80.
X Evangelio de nuestro Señor
Jesucristo según san Lucas (11, 14-23)
Jesús estaba
expulsando a un demonio que era mudo. Apenas salió el demonio, el mudo empezó a
hablar. La muchedumbre quedó admirada, pero algunos de ellos decían: «Este
expulsa a los demonios por el poder de Belzebul, el Príncipe de los demonios».
Otros, para ponerlo a prueba, exigían de él un signo que viniera del cielo.
Jesús, que conocía sus pensamientos, les dijo: «Un reino donde hay luchas
internas va a la ruina y sus casa caen una sobre otra. Si Satanás lucha contra
sí mismo, ¿cómo podrá subsistir su reino? Porque -como ustedes dicen- yo
expulso a los demonios con el poder de Belzebul. Si yo expulso a los demonios
con el poder de Belzebul, ¿con qué poder los expulsan los discípulos de
ustedes? Por eso, ustedes los tendrán a ellos como jueces. Pero si yo expulso a
los demonios con la fuerza del dedo de Dios, quiere decir que el Reino de Dios
ha llegado a ustedes. Cuando un hombre fuerte y bien armado hace guardia en su
palacio, todas sus posesiones están seguras, pero si viene otro más fuerte que
él y lo domina, le quita el arma en la que confiaba y reparte sus bienes. El
que no está conmigo, está contra mí; y el que no recoge conmigo, desparrama.
III
FÓRMULAS DEL EXORCISMO
81. Otra forma deprecativa (cfr.
n. 61)
Dios del cielo, Dios de la
tierra,
Dios de los ángeles, Dios de los arcángeles, Dios de
los patriarcas, Dios de los profetas,
Dios de los apóstoles, Dios de
los mártires,
Dios de los sacerdotes, Dios de
las vírgenes,
Dios de todos los santos y
santas,
Dios que tienes poder
para dar vida después de la muerte, el descanso
después del trabajo, no hay otro Dios fuera de ti, creador de todo lo visible e
invisible,
Dios, que quieres que todos los hombres se salven y
amaste al mundo de tal modo que enviaste a tu Hijo Unigénito
para destruir las obras del diablo; te suplicamos,
Señor. humildemente, apelando a la majestad de tu gloria, que libres a este
servidor tuyo (servidora tuya) de todo poder de los espíritus infernales, de
sus lazos, de sus engaños, de sus malicias, y que lo (la) custodies incólume.
Infunde, el Espíritu de la verdad,
Aquél que tu Hijo prometió a sus discípulos; desde el
cielo expulsaste al diablo como un rayo,
envía desde allí al Espíritu Paráclito, para que
expulse lejos al delator y opresor de nuestra naturaleza y nos haga evitar todo
daño.
Por Cristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
82. Otra fórmula imperativa (cfr. n. 62) Te exorciso,
antiguo enemigo del hombre: sal fuera de N. a quien Dios creó con amor. Te lo
manda, nuestro Señor Jesucristo, cuya humildad venció tu soberbia cuya
prodigalidad prevaleció sobre tu enviada, cuya mansedumbre aplastó tu crueldad.
Enmudece, padre de la mentira, y no impidas que este siervo (esta sierva) de
Dios bendiga y alabe a su Señor.
Eso te ordena Jesucristo,
Sabiduría del Padre y esplendor de la Verdad, cuyas
palabras son espíritu y vida.
Sal de él (ella), espíritu inmundo, deja el lugar al
Espíritu Santo.
Eso te manda Jesucristo, Hijo de Dios e Hijo del
hombre, que naciendo puro del Espíritu y de la Virgen purificó todas las cosas
con su Sangre. Por eso, retrocede, Satanás, vuélvete atrás en el nombre de
Jesucristo, que te expulsó fuertemente con el dedo de Dios y destruyó tu reino.
Retírate, por la fe y la oración de la Iglesia, huye de aquí, por la fuerza de
la Santa X Cruz, en la cual, el dulce Cordero inmolado por nosotros, nuestro
Señor Jesucristo, nos libró de tu cruel potestad.
Él que vive y reina por los
siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.
83. Otra fórmula deprecativa
(cfr. n. 61)
Tú eres Santo, Señor de los ejércitos, llenos están
los cielos y la tierra de tu gloria, porque creaste todas las cosas que existen
en el universo. Tú que sentado sobre los querubines no sólo habitas en lo alto
sino que miras con atención hacia el cielo y la tierra y observas también los
abismos. Abre tus ojos, Señor,
y contempla la aflicción de N., a quien creaste por
amor; por él (ella) te rogamos suplicantes, que despiertes tu poder, envíes tu
Espíritu Paráclito
para que este siervo tuyo (sierva tuya) no sólo
ordenado (ordenada) en su corazón sino también sincero (sincera) en su mente
pueda ofrecerte el debido servicio. Dios, creador y redentor del género humano,
que desde el comienzo hiciste al hombre según tu imagen, y le encomendaste el
cuidado del mundo entero, para que, sirviéndote a ti, su Creador,
dominara todo lo creado;
te pedimos que te apiades de la condición humana,
herida por el pecado, y muestres tu bondad a este siervo tuyo (sierva tuya) N.
abatido (abatida) por el engaño diabólico para que liberado (liberada) del
enemigo, te reconozca ti, el único Dios
y Señor. Dios de infinita misericordia,
que para nuestra redención
enviaste bondadosamente a tu Hijo Unigénito
a fin de que todo el que crea en él no perezca sino que tenga vida eterna;
Tú que levantaste en la Cruz a tu
propio Hijo,
para que borrado el decreto de muerte atrajese a sí
todas las cosas, te pedimos que tengas compasión de tu Iglesia suplicante y
escuches su oración a favor de tu atribulado (atribulada) N. de tal manera que,
desaparecida toda adversidad, tu derecha proteja a quien, con su Sangre
derramada en la Cruz redimió Jesucristo, tu Hijo y nuestro Señor que vive y
reina contigo en la unidad del Espíritu Santo por los siglos de los siglos.
Todos responden:
Amén.
84. Otra fórmula imperativa (cfr.
n. 62)
Por el Dios vivo, por el Dios verdadero, por el Dios
santo, yo te exorcizo, espíritu inmundo, enemigo de la fe, enemigo del género
humano, conductor de la muerte, padre de la mentira, raíz de todos los males,
seductor de los hombres, provocador de los dolores.
Te adjuro, maldito dragón, en el nombre de nuestro
Señor Jesucristo, para que abandones de raíz y que huyas de este ser plasmado
por Dios.
El mismo Jesucristo te lo ordena, quien te
mandó sumergirte desde lo alto de los cielos a los lugares más bajos de la
tierra.
El mismo Cristo te lo ordena, que calmó al mar, a los
vientos y a las tempestades .
El mismo Cristo te lo ordena, que es la eterna
Palabra de Dios hecha carne, y que se humilló a sí mismo y se hizo obediente
hasta la muerte por la salvación del género humano perdido por tu envidia.
Témelo a Él, que en Isaac fue inmolado, en José
vendido, en el Cordero, muerto, en el hombre, crucificado, y en el infierno,
triunfador. Dale lugar a Cristo, en quien ninguna de tus obras has podido
encontrar.
Humíllate bajo la potente mano de Dios; tiembla y
huye,
pues invocamos el santo nombre de
Jesús,
ante quien tiemblan los infierno,
a quien están sujetas las Virtudes de los cielos, las
Potestades, las Dominaciones, y a quien los Querubines y los Serafines aclaman
con una sola voz diciendo:
Santo, Santo, Santo, es el Señor,
Dios de los ejércitos.
Retrocede ya, en el nombre del Padre X y del Hijo X y
del Espíritu X Santo. Dale el lugar al Espíritu Santo por este signo de la
Santa X Cruz de nuestro Señor Jesucristo que vive y reina por los siglos de los
siglos.
Todos responden:
Amén.
APÉNDICES
SÚPLICAS Y EXORCISMOS QUE PUEDEN
AGREGARSE EN PECULIARES
CIRCUNSTANCIAS
1. La
presencia del diablo y de otros demonios aparece no solamente en personas
tentadas o atormentadas, sino también en las cosas y en los lugares que están
en contacto, de algún modo, con ellas o su actividad. Asimismo pueden hacerse
presente en las variadas formas de oposición y persecución a la Iglesia. De
acuerdo a los sucesos y las circunstancias, el Obispo diocesano puede
considerar oportuno congregar a los fieles para orar, presididos y animados por
un sacerdote, para lo cual se disponen los elementos siguientes.
2. Congregada
la asamblea de los fieles, el sacerdote dice:
En el nombre del Padre, y del
Hijo y del Espíritu Santo.
Todos se signan y dicen:
Amén.
3. Luego
el sacerdote, saluda a los presentes con las manos extendidas: Dios, Padre
omnipotente
que quiere que todos los hombres se salven esté con
todos ustedes.
Todos responden:
Y con tu espíritu.
O bien:
El Señor esté con ustedes.
Y con tu espíritu.
O bien:
Puede usarse otro saludo tomado
de los libros litúrgicos aprobados.
4. Luego
el sacerdote habla brevemente a los presentes, para disponer su atención a la
celebración. A continuación es conveniente dar lugar a una Liturgia de la
Palabra en la que se incluya una breve homilía del sacerdote que preside; en
ella, inspirado por los textos bíblicos que se proclamen, el sacerdote invite a
los fieles a la esperanza en la victoria de Cristo y las disposiciones de Dios
a favor de los hombres, como las angélicas. Los textos bíblicos a proclamarse y
los salmos responsoriales correspondientes pueden elegirse de entre los
propuestos en los Leccionarios aprobados.
5. Pueden
recitarse las letanías de los santos, que el sacerdote puede concluir con la
oración siguiente: Espíritu Santo Creador,
asiste bondadosamente a la Iglesia Católica;
fortalécela y confírmala con tu poder contra los embates de los enemigos, y
renueva el espíritu de tus servidores fieles a quienes ungiste con tu caridad y
tu gracia para que en ti glorifiquen al Padre y a su Hijo Unigénito,
Jesucristo, nuestro Señor.
Todos responden:
Amén.
6. Puede
también, en lugar de las letanías, rezarse la Oración Universal con intenciones
apropiadas. Al final se dice el Padre nuestro.
7. Después
el sacerdote, con las manos juntas, agrega: En nombre de Jesucristo, Dios y
Señor nuestro,
y con la intercesión de la Inmaculada Virgen María,
Madre de Dios, del bienaventurado Miguel Arcángel, de los bienaventurados
apóstoles, Pedro y Pablo, y de todos los santos, y confiando en la sagrada
autoridad del ministerio recibido de la Iglesia me encamino seguro a enfrentar
las vejaciones producidas por el engaño diabólico que han de ser repelidas.
8. Todos recitan a la vez:
Se levanta Dios, y se dispersan sus enemigos y huyen
de su rostro quienes lo enfrentan. Tú los disipas como se disipa el humo; como
se derrite la cera ante el fuego, así desaparecen los pecadores delante del
Señor.
V. Huyan de la Cruz de Cristo,
enemigos del Señor.
R. Ha vencido el león de la tribu
de Judá, la raíz de David.
V. Señor, que venga tu
misericordia sobre nosotros.
R. Como lo esperamos de ti.
V. Señor, oye mi oración.
R. Y llegue a ti mi clamor.
9. El
sacerdote dice con las manos juntas: Oremos.
Y todos oran en silencio.
Entonces el sacerdote con las
manos juntas dice la siguiente oración:
Dios del cielo, Dios de la
tierra,
Dios de los ángeles, Dios de los arcángeles, Dios de
los patriarcas, Dios de los profetas,
Dios de los apóstoles, Dios de
los mártires,
Dios de los sacerdotes, Dios de
las vírgenes,
Dios de todos los santos y
santas,
Dios que tienes poder
para dar vida después de la muerte, el descanso
después del trabajo, no hay otro Dios fuera de ti,
creador de todo lo visible e invisible, cuyo reino no
tiene fin; humildemente suplicamos a la majestad de tu gloria,
para que, con tu poder, libres a tus hijos de toda
potestad, engaño y perversidad
de los espíritus del infierno y nos custodies
incólumes.
Todos responden:
Amén.
10. Luego, si parece oportuno, el sacerdote con las
manos extendidas pronuncia la siguiente fórmula imperativa, al modo de un
exorcismo. Te exorcizo, todo espíritu inmundo, toda potestad de las tinieblas,
toda embestida del infernal adversario, toda legión, congregación y secta
diabólica, en el nombre y el poder de nuestro Señor Jesucristo, para que salgas
y huyas fuera de la Iglesia de Dios y de los hombres creados a imagen de Dios y
redimidos por la preciosa Sangre del Cordero divino. No te atrevas más, astuta
serpiente, que engañas al género humano, persigues a la Iglesia de Dios, que
sacudes y tamizas como al trigo a los elegidos de Dios. Te ordena el Dios
altísimo, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad, de
quien te presumes semejante por tu gran soberbia. Te ordena Dios Padre, te
ordena Dios Hijo, te orden Dios Espíritu Santo.
Te ordena Cristo, eterna Palabra
hecha carne,
quien por la salvación del género humano, perdido por
tu envidia, se humilló a sí mismo hecho obediente hasta la muerte, que edificó
su Iglesia sobre una piedra firme
y manifestó que nunca las fuerzas del infierno
prevalecerían contra ella, con la cual él mismo estará todos los días hasta la
consumación del mundo. Te ordena el sacramento X de la Cruz, y la fuerza de
todos los misterios de la fe cristiana. Te ordena la excelsa Virgen María,
Madre de Dios, que con su humildad aplastó tu cabeza soberbia desde el primer
instante de su Inmaculada Concepción. Te ordena la fe de los santos Apóstoles
Pedro y Pablo y de los demás Apóstoles. Te ordena la sangre de los Mártires y
la piadosa intercesión de todos los Santos y Santas. Por tanto, legión
diabólica, te conjuro por el Dios vivo, por el Dios verdadero, por el Dios
santo,
por el Dios que amó al mundo
hasta dar a su Hijo Unigénito
para que todo el que crea en Él no perezca sino que
tenga la vida eterna: deja de engañar a las criaturas humanas, deja de
infectarlas con el veneno de la perdición eterna, deja de dañar a la Iglesia,
deja de echarle lazos a su libertad. Vete, Satanás, padre de la mentira,
enemigo de la salvación humana. Deja el lugar a Cristo
en quien nada de tus obras encontraste; deja el lugar
a la Iglesia una, santa, católica y apostólica a la cual Cristo mismo adquirió
con su Sangre. Humíllate bajo la potente mano de Dios, tiembla y huye, por el
santo nombre de Jesús
ante quien se estremecen temerosos los infiernos, y a
quien están sujetos las Potestades y las Dominaciones, a quien alaban con
incansables voces los Querubines y Serafines, diciendo: Santo, Santo, Santo, es
el Señor, Dios de los ejércitos.
11. Después se recita o canta esta antífona: Bajo tu
amparo, nos refugiamos santa Madre de Dios, no desprecies las oraciones que te
dirigimos en nuestras necesidades. Antes bien, líbranos de todos los males,
Virgen gloriosa y bendita.
También puede recitarse la
siguiente súplica a san Miguel Arcángel u otra súplica más conocida por el
pueblo:
Príncipe glorioso de la celestial
milicia,
san Miguel Arcángel,
defiéndenos en la batalla contra los
Principados y Potestades contra los conductores de las tinieblas del mundo,
contra todo aquello que pervierta lo celestial.
Ven en auxilio de los hombres a quien Dios hizo a su
imagen y semejanza y rescató con alto precio de las tiranías del diablo. A ti
te venera la Iglesia como custodio y patrono, a ti te entregó el Señor las
almas de los redimidos que han de ser hospedadas en la suprema felicidad. Ruégale
al Dios de la paz,
para que quebrante a Satanás bajo nuestros pies y no
pueda, en adelante, mantener cautivos a los hombres y dañar a la Iglesia.
Ofrece nuestras plegarias en presencia del Altísimo
para que alcancemos pronto las misericordias del Señor, y apreses al dragón, la
antigua serpiente, que es el diablo y Satanás, y lo envíes al abismo para que
deje de seducir a los puebos.
Amén.
12. El
sacerdote rocía el lugar con agua bendita. Luego bendice a los presentes y los
despide, como se acostumbra normalmente.
II
SÚPLICAS QUE PUEDEN SER EMPLEADAS
PRIVADAMENTE POR LOS
FIELES EN LA LUCHA CONTRA LAS
POTESTADES DE LAS TINIEBLAS
Oraciones
1. Señor
Dios, ten misericordia de mí, tu siervo, que por la multitud de las asechanzas
estoy como un vaso resquebrajado; líbrame de la mano de mis enemigos, asísteme
para que busque al que está perdido, lo pueda encontrar y restituirlo para ti,
lo pueda restituir y entregártelo para que no lo abandones. Concédeme que te
agrade en todo ya que he podido conocerte y saber que me has redimido.
Amén.
2. Dios
omnipotente, que refugias a los desolados y confortas a los prisioneros,
mira mi aflicción y manifiesta tu poder para
auxiliarme; vence al detestable enemigo;
y haz que, superada la presencia del adversario,
pueda recuperar la paz y la libertad y así, sirviéndote con sincera piedad,
pueda confesar que tú eres admirable y manifestar la grandeza de tus obras.
Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
3. Dios, creador y defensor del género humano tú
formaste al hombre a tu imagen
y lo recreaste admirablemente con la gracia del
Bautismo; vuelve tu mirada sobre este siervo tuyo, y escucha bondadosamente mis
súplicas.
Te pido que brote en mi corazón el esplendor de tu
gloria para que, eliminado todo terror, miedo y temor, sereno en mente y alma
junto a los hermanos en tu Iglesia pueda alabarte eternamente. Amén.
4. Padre
Dios, autor de la misericordia y de todo amor, que quisiste que tu Hijo
sufriera por nosotros el patíbulo de la Cruz para expulsar de nosotros el poder
del enemigo, mira atentamente mi humillación y dolor, y mantente firme, te
pido,
para que a quien renovaste en la fuente del Bautismo
vencido el combate del Maligno, lo llenes con la gracia de tu bendición.
Por Cristo, nuestro Señor. Amén.
5. Señor
y Dios mío, que me adoptaste por la gracia
y quisiste que fuera hijo de la luz, concédeme, te
pido, que no sea envuelto por las tinieblas de los demonios y siempre pueda
permanecer en el esplendor de la libertad recibida de ti. Por Cristo, nuestro
Señor. Amén.
6. Invocaciones a la Santísima
Trinidad
Gloria al Padre, y al Hijo y al
Espíritu Santo.
Honor y gloria al único Dios.
Bendigamos al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo,
alabémoslo y exaltémoslo por los siglos.
Te invocamos, te alabamos, te
adoramos, oh bienaventurada Trinidad.
Esperanza nuestra, salvación
nuestra, honor nuestro, oh bienaventurada Trinidad.
Líbrame, sálvame, vivifícame, oh bienaventurada
Trinidad. Santo, Santo, Santo, Señor Dios omnipotente el que es, el que era y
el que vendrá.
A ti la honra y el imperio, oh
bienaventurada Trinidad.
A ti la gloria y el poder por los
siglos de los siglos.
A ti la alabanza, a ti la gloria,
a ti la acción de gracias por los siglos de los siglos, oh bienaventurada
Trinidad.
Santo Dios, Santo y fuerte, Santo
e inmortal, ten compasión de mí.
7. Invocaciones a nuestro Señor Jesucristo |
|
|
|
a. |
|
||
Jesús, Hijo del Dios vivo, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, imagen del Padre, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, sabiduría eterna, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, esplendor de la luz eterna, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, Palabra de vida, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, Hijo de la Virgen María, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, Dios y hombre, |
|
|
ten compasión
de mí. |
Jesús, Sumo Sacerdote, |
|
|
ten compasión
de mí. |
Jesús, pregonero del Reino de Dios, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, camino, verdad y vida, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, pan de Vida, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, Vida verdadera, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, hermano de los pobres, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, amigo de los pecadores, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, médico del alma y del cuerpo, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, salvación de los oprimidos, |
|
|
ten compasión de mí. |
Jesús, consuelo de los desamparados, |
|
|
ten compasión de mí. |
Tú, que viniste a este mundo, |
|
|
ten compasión de mí. |
Tú, que libraste a los oprimidos por el diablo, |
|
ten compasión
de mí. |
|
Tú, que estuviste colgado en la
cruz, |
|
ten compasión de mí. |
|
Tú, que aceptaste la muerte por nosotros, |
|
ten compasión de mí. |
|
Tú, que yaciste en el
sepulcro, |
|
ten compasión de mí. |
|
Tú, que descendiste a los
infiernos, |
|
ten compasión de mí. |
|
Tú, que resucitaste de entre los
muertos, |
ten compasión de mí. |
||
Tú, que subiste
a los cielos, |
ten compasión de mí. |
||
Tú, que enviaste el Espíritu Santo a los apóstoles, |
ten
compasión de mí. |
||
Tú, que estás sentado a la
derecha del Padre, |
ten compasión de mí. |
||
Tú, que vendrás a juzgar a los vivos y muertos, b. |
ten compasión de mí. |
||
Por tu
encarnación, |
líbrame,
Señor. |
||
Por tu
nacimiento, |
líbrame,
Señor. |
||
Por tu bautismo y ayuno
santo, |
líbrame,
Señor. |
||
Por tu cruz y tu
pasión, |
líbrame,
Señor. |
||
Por tu muerte y
sepultura, |
líbrame, Señor. |
||
Por tu santa
resurrección, |
líbrame, Señor. |
||
Por tu
admirable ascensión, |
líbrame,
Señor. |
||
Por la efusión del
Espíritu Santo, |
líbrame,
Señor. |
||
Por tu
gloriosa venida, |
líbrame,
Señor. |
c.
Cuando nombra a la cruz, el fiel puede signarse.
Sálvame, Cristo Salvador, por el poder de la Cruz X tú que salvaste a Pedro en
el mar, ten misericordia de mí. Por la señal de la Cruz X
líbranos de nuestros enemigos, Dios nuestro. Por tu
Cruz X sálvanos, Cristo redentor, tú que muriendo destruiste nuestra muerte y
resucitando restableciste la vida. Tu Cruz X adoramos, Señor, tu gloriosa
Pasión recordamos, ten compasión, tú que padeciste por nosotros. Te adoramos,
Cristo, y te bendecimos porque por tu Cruz X redimiste al mundo.
8. Invocaciones a la Virgen María Bajo tu amparo, nos
refugiamos santa Madre de Dios, no desprecies las oraciones que te dirigimos en
nuestras necesidades. Antes bien, líbranos de todos los males, Virgen gloriosa
y bendita.
Consuelo de los afligidos, ruega
por nosotros.
Auxilio de los cristianos, ruega
por nosotros.
Hazme digno de alabarte, Virgen santa; dame poder
contra tus enemigos.
Madre mía, confianza mía.
Virgen Madre de Dios, María,
ruega a Cristo por mí.
Dignísima Reina del mundo,
siempre Virgen María, intercede por nuestra paz y
salvación tú que engendraste a Cristo Señor, Salvador de todos.
María, Madre de gracia, Madre de misericordia,
protégenos del enemigo y recíbenos en la hora de la muerte.
Socórreme, piadosísima Virgen
María,
en todas mis tribulaciones, angustias y necesidades y
alcánzame de tu amado Hijo la liberación de todos los males y de los peligros del alma y del cuerpo.
Recuerda, piadosa Virgen María, que no se ha oído en
el mundo que alguien que ha recurrido a tu apoyo, que haya implorado tu
auxilio, que haya pedido tu ayuda, haya sido abandonado. Yo animado por tal
confianza corro hacia ti, Madre, Virgen de las vírgenes y como un pecador que
llora sus culpas comparezco ante ti. No quieras desdeñar mis palabras, Madre de
Dios, sino que óyelas bondadosamente y recíbelas.
9. Invocación
a san Miguel Arcángel San Miguel Arcángel, defiéndenos en la batalla sé un
refugio contra la malicia y las insidias del diablo. Te rogamos, suplicantes,
que Dios lo domine y tú, que presides la milicia celestial, arrojes al
infierno, con el divino poder, a Satanás y a los espíritus malignos que vagan
por el mundo para la perdición de los hombres.
10. Preces
litánicas Señor, ten piedad.
Cristo, ten piedad.
Señor, ten piedad.
Santa María, Madre de Dios, ruega
por nosotros (por mí). San Miguel, ruega
por nosotros (por mí). San Gabriel, ruega
por nosotros (por mí). San Rafael, ruega
por nosotros (por mí).
Santos Ángeles custodios, rueguen por nosotros (por mí). San Juan
Bautista, ruega
por nosotros (por mí). San José, ruega
por nosotros (por mí). San Pedro, ruega
por nosotros (por mí). San Pablo, ruega
por nosotros (por mí).
San
Juan, ruega
por nosotros (por mí).
Todos
los Apóstoles, rueguen por nosotros (por mí).
Santa
María Magdalena, ruega
por nosotros (por mí).
(Pueden añadirse los nombres de
otros santos o beatos)
De todo mal, líbranos
(líbrame), Señor. De todo pecado, líbranos
(líbrame), Señor. De las insidias del diablo, líbranos
(líbrame), Señor. De la muerte eterna, líbranos
(líbrame), Señor.
Cristo, óyenos (óyeme).
Cristo, escúchanos (escúchame).
[1] Cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, nn. 332, 391, 414, 2851. 2 Cf. Ibidem, nn.
391-395, 397.
[2] Cf. Ibidem, n. 394
[3] Cf. Conc. Vat. II, Const.
Past. “Gaudium et spes”, n. 37.
[4] Cf. Ibidem, n. 22.
[5] Cf. Conc. Lateran. IV,
Cap. I “De fide catholica”, DS 800; Cf. Pablo VI, “Profesión de fe”, AAS 60
(1968) 436.
[6] Cf. Conc. Vat. I, Const.
Dogm. “Dei Filius de fide catholica”, cap. I. “De rerum omnium creatore”, DS
3003.
[7] Cf. S. León Magno,
Epístola “Quam laudabiliter ad Turribium”, c. 6, “De natura diaboli”, DS 286.
[8] Conc. Lateran. IV, Cap. I
“De FIDE católica”, DS 800.
[9] Cf. S. León Magno,
Epístola “Quam laudabiliter ad Turribium”, c. 6, “De natura diaboli”, DS 286. 11
Cf. Conc. Vat. II, Const. “Gaudium et Spes”, n. 17.
[10]
Cf. Conc. Trid., sesión V, Decretum de peccato originali, nn. 1-2, DS
1511-1512.
[11] Conc. Vat. II, Const.
“Gaudium et Spes”, n. 37 ; cf. ibidem, n. 13 ; 1 Jn 5, 19 ; Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 401,
407, 409, 1717.
[12] Cf. 2 Cor 5, 17.
[13]
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 517, 549-550.
[14] Cf. Misal Romano,
Prefacio I de Pasión.
[15]
Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 2850-2854.
[16] Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 1673
[17]
Cf. Ritual Romano, Iniciación cristiana de adultos, n. 101; Cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 1673.
[18] Cf. Ibidem n. 156
[19]
Cf. Ritual Romano, Bautismo de niños, nn. 49, 86, 115, 221.
[20]
Conc. Trid., sesión VI, Decretum de iustificatione, Cap. IV, DS 1524.
[21]
Cf. Misal Romano, Embolismo que prolonga la Oración del Señor.
[22] Cf. Gal. 5, 1; Ritual
Romano de la Reconciliación, n.7.
[23] Cf. Juan Pablo II,
Exhortación apostólica “Reconciliatio et paenitentiae”, nn. 14-22; AAS 77
(1985) 206-207, y carta encíclica “Dominum et vivificantem”, n. 18; AAS 78
(1986) 826.
[24] Cf. Conc. Trid. Sesión V,
Decretum de peccato originali, cann. 4 y 5; DS 1514-1515.
[25] Cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 1673.
[26] Cf. Ibidem
[27]
Conc. Vat. II, Const. “Sacrosanctum Concilium”, n. 60.
[28] Cf. C.I.C., can. 1172 §
1.
[29] Cf. Ibidem § 2.
[30] Cf. Catecismo de la
Iglesia Católica, n. 1673.
[31] Cf. Benedicto XIV, Ep.
“Sollicitudini”, 1 oct. 1745, n. 43; cf. C.I.C. 1917, can. 1152 §2.
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