Pocas imágenes resultan tan atractivas y sugerentes como la de la sirena. Su cuerpo hĂbrido, con rostro y torso de mujer y forma de pez de cintura para abajo, ha inspirado a poetas y narradores, ha poblado los sueños de pintores y navegantes y ha embellecido con su imagen bestiarios, emblemas y grabados. Entre todas ellas, ninguna más bella ni más misteriosa que la sirena de doble cola. Los canteros medievales tallaron la piedra con su forma para decorar numerosos templos románicos desde cuyos capiteles todavĂa contemplan, enigmáticas, al piadoso feligrĂ©s del siglo XX.
Al canto de las sirenas se atribuĂa tan poderoso hechizo que nadie podĂa sustraerse a su atracciĂłn y era la perdiciĂłn de los navegantes que destrozaban sus barcos contra las escolleras por seguir su voz. Su imagen vive hoy en cuentos infantiles, pelĂculas de la factorĂa Disney, lienzos de pintores y objetos decorativos que van desde un pisapapeles hasta un alfiler de corbata. Su nombre se ha insertado en el lenguaje corriente para acuñar frases de sentido hecho, como “cuerpo de sirena”, para referirse a la mujer de armoniosa figura, o “escuchar cantos de sirena” para aludir a quien oye algo bello aunque de tramposo fundamento.
Pero, ¿han existido realmente estos bellos seres acuáticos? CristĂłbal ColĂłn creyĂł ver alguno a lo largo de sus cuatro viajes transatlánticos. CrĂłnicas más antiguas hablan de una sirena que recibiĂł el bautismo y llegĂł a figurar como santa en algunos almanaques con el nombre de Murgen, capturada en el siglo VI al norte de Gales. Se cuenta de otra en 1403 que viviĂł en Harlem hasta su muerte y aprendiĂł a hilar, aunque nadie logrĂł entender su habla. Otros, por el contrario, niegan la existencia real de tales criaturas, como el renacentista Andrea Alciato, que habla de ellas en escĂ©ptico tono de burla: “Sin piernas, doncellas. Sin hocico, peces”.
La sirena pájaro
Haya existido o no este ser, por lo demás tan vivos en nuestra cultura, lo que ya casi nadie recuerda es que la sirena en su origen, nunca fue pez, sino ave. AsĂ la describen Plinio, Ovidio y numerosos autores de la antigĂĽedad. En esa condiciĂłn de hembra volandera aparece igualmente representada en una antigua vasija griega, la llamada “vasija de Cere”, conservada en el parisino Museo del Louvre, que incorpora, además, la clarificadora inscripciĂłn “soy una sirena”. Incluso en la Biblia hay referencias a estos seres. TambiĂ©n en la obra Pbysiologus, debida a un anĂłnimo cristiano del siglo II que quiso hacer recuento morfolĂłgico de los animales bĂblicos. En ambas se las tipifica como seres con forma humana de la cabeza al ombligo, y volátil de ahĂ en adelante. Y la misma fisonomĂa reconoce el Diccionario de la Real Academia Española, que explica asĂ la voz “Sirena”: “Cualquiera de las ninfas marinas con busto de mujer y cuerpo de ave que extraviaban a los navegantes atrayĂ©ndoles con la dulzura de su canto”.
SegĂşn la mitologĂa greco-latina, en cuyo ámbito cobran vida, las sirenas eran hijas del rĂo Aquelo y la ninfa CalĂope. Presuntamente eran tres, llamadas por lo general PartĂ©nope, Leucosia y Ligea, aunque el transcurrir de tiempos y leyendas les diera en ocasiones otros nombres. Su apacible vida a orillas de su padre se vio truncada cuando PlutĂłn quedĂł cautivado por los encantos de Proserpina y optĂł por raptarla, transportándola a las lĂşgubres profundidades del averno en las que reinaba. SegĂşn cuenta Higinio, parece ser que las tres sirenas fueron impasibles testigos de tal rapto y Ceres, enfadada por su pasividad ante el gesto prepotente de PlutĂłn, las castigĂł convirtiĂ©ndolas en aves de cintura para abajo. Mutadas asĂ en mujeres-pájaro, se afincaron en los riscos entre la isla de Capri y la costa de Italia, en lo que hoy se conoce como golfo de Nápoles. Cuando algĂşn barco cruzaba aquellas aguas, las sirenas liberaban su canto embriagador que atraĂa sin remedio a los navegantes, a los que despedazaban una vez en su poder. SegĂşn la tradiciĂłn, el cuerpo sin vida de una de ellas, PartĂ©nope, apareciĂł en la Campania dando nombre a la ciudad que hoy se llama Nápoles. El geĂłgrafo EstrabĂłn cuenta que vio su tumba y asistiĂł a los juegos gimnásticos que periĂłdicamente se celebraban en su memoria.
Es bien conocido el pasaje de La Odisea, poema del griego Homero allá por el siglo IX a. C., en el que Ulises tiene que enfrentarse a las temidas sirenas. Circe advierte al hĂ©roe del peligro que se cierne sobre su travesĂa: “EncontrarĂ©is primero a las sirenas, encantadoras pĂ©rfidas del hombre que se aproxima a ellas. Quien atiende imprudente su voz y se aproxima a ellas, nunca jamás su bella esposa verá. ( … ) Pues encantan con su voz deliciosa, en verde prado sentadas, rodeadas de osamentas humanas y de cueros que se pudren en horrible montĂłn. Pasa de largo y cierra los oĂdos a tu gente (…)”.
Ulises, ya se sabe, siguiĂł al pie de la letra los sabios consejos de Circe, y se amarrĂł firme al mástil de su navĂo para poder escuchar sin riesgo el canto embelesador de las pĂ©rfidas mujeres-ave, que sembraban las verdes praderas de aquellas islas con los huesos y pellejos de cándidos navegantes. AsĂ eran las sirenas a las que se enfrentĂł el hĂ©roe, y no como es ahora malentendido comĂşn, unos seres acuáticos cuyos sedosos y largos cabellos cubrĂan tentadores senos de mujer mientras bajo el agua aleteaba impaciente su cola de pescado. Y tampoco era simplemente la belleza inenarrable de melodĂa y voz lo que atraĂa sin remedio a quien escuchaba su canto, sino la promesa que ofrecĂan. Veamos, siguiendo de nuevo lo que narra Homero, cuál era la “letra” de la canciĂłn que dedicaron a Ulises: “¡Ven, acĂ©rcate acá, famoso Ulises, gran gloria de los griegos! Tu galera detĂ©n para que escuches nuestras voces. Nadie ha pasado (…) delante de esta isla, sin que oyese nuestro canto melifluo volviĂ©ndose deleitado y sabio de mil cosas, porque sabemos todas las fatigas que griegos y troyanos resistieron en Troya por decreto de los dioses y cuanto ocurre en la espaciosa tierra”.
Como vemos, lo que hacĂa irresistible el canto no era tanto su calidad musical como la promesa de informaciĂłn y sabidurĂa que ofrecĂa. Hoy en dĂa, en que la informaciĂłn privilegiada es un capital de enorme valor, el ofrecimiento de las sirenas resultarĂa difĂcil de rechazar. Es más, de vez en cuando los medios de comunicaciĂłn se fijan en algĂşn navegante contemporáneo que naufragĂł por culpa de esos cantos de sirena.
AsĂ eran las sirenas en la antigĂĽedad, mujeres-ave que sobrevolaban los riscos de la isla de Capri y sus aledaños buscando presas adecuadas para sus melodĂas. ¿CĂłmo, cuándo y por quĂ© se convirtieron en esas hermosas mujeres-pez que se asocian hoy de forma generalizada con el nombre de “sirena”? Poca respuesta hay para tanta pregunta porque realmente, nada se sabe. En la antigĂĽedad, sĂ habĂa seres con esa embelesadora figura de hembra hasta la cintura y frustrante pescado de ahĂ en adelante, pero no eran sirenas. AsĂ se representaba a veces a las Nereidas de la mitologĂa clásica, hijas de Nereo y DĂłridel de las que HesĂodo nombra hasta 50, todas ellas encantadoramente benĂ©ficas y sin ninguna de las malas artes propias de las sirenas. Su equivalente masculino, igualmente hĂbrido de humano y pez, son los Tritones, que toman su nombre de TritĂłn, hijo de Neptuno y Anfitrite.
TambiĂ©n se representaba de igual forma a las Lamias, terribles monstruos femeninos de aviesas intenciones que toman su nombre de Lamia, hermosa doncella hija de Belo y Libia, a la que jĂşpiter amaba. Cada vez que Lamia daba a luz un hijo, la celosa Juno lo hacĂa perecer. Lamia terminĂł por enloquecer y se refugiĂł en una cueva, dedicándose a devorar a los niños aje- nos que caĂan en sus manos. En cualquier enciclopedia de uso hoy en dĂa, la voz Lamia se explica como: “Monstruo fabuloso que decĂan tener rostro de mujer hermosa y cuerpo de dragĂłn”. Y existen otros seres en antiguas leyendas africanas, tambiĂ©n llamados Lamias, que son espectros con rostro y seno de mujer y cuerpo de serpiente. Estas Lamias compartĂan con las sirenas su mala fe y su capacidad de encanto pues, si bien no cantaban como las mujeres-ave, silbaban de tan atractiva formas ocultas al borde del camino que los viandantes resultaban irremisiblemente atraĂdos hasta ser devorados por ellas.
La primera referencia a la sirena-pez aparece en el Liber Monstromm, bestiario atribuido a un autor anglosajĂłn llamado Audelinus y supuestamente escrito en alguna fecha entre los siglos VII y VIII. Puede que en los siglos anteriores se fueran superponiendo las leyendas, unas sobre otras, hasta crear en la imaginarĂa popular esta hĂbrida figura de mujer-pez con atributos tomados de aquĂ y de allá. 0 quizá, como algunos autores apuntan, se tratĂł simplemente de un error cometido por el escritor anglosajĂłn, que equivocĂł el nombre de alguna nereida. Sea como fuere, dado que su texto sirviĂł de inspiraciĂłn a bestiarios posteriores y a prolĂficas narraciones, la nueva figura de la sirena-pez, sin duda más agraciada, fue adquiriendo gran aceptaciĂłn popular hasta desplazar a su antecesora gallinácea.
El bestiario cristiano
El proceso de cristianizaciĂłn que se produjo en la Edad Media tuvo mucho que ver con el Ă©xito alcanzado por esta embrujadora y escamada sirena, y es donde su figura se carga con el sentido simbĂłlico que arrastra hasta la actualidad. La expansiĂłn de la doctrina que divulgĂł JesĂşs de Nazaret competĂa con creencias anteriores en otros dioses y otras leyes que venĂan de una muy antigua sacralidad pagana. Dentro de esa tendencia al sincretismo que tiene la historia, las nuevas ideas se mezclaron con las antiguas en un proceso al que no era ajena la misma Iglesia reciĂ©n creada, que procuraba adueñarse asĂ de tradiciones ya arraigadas a las que hacĂa propias revistiĂ©ndolas de un nuevo significado cristiano
Sirenas de doble cola.
Si bien lo hasta aquĂ visto puede aclarar algo cĂłmo apareciĂł la sirena-pez, el origen de esa particular sirena de doble cola sigue igual de oscuro. La mitologĂa clásica no habla de seres con tal figura. Los expertos que han estudiado la simbologĂa de la sirena-pez no consideran que la de doble cola modifique su significado; quizá por contra lo magnifique, ya que la sirena es de por sĂ sĂmbolo de dualidad. En realidad, no se sabe de donde procede esta misteriosa figura. Se le intuye un posible origen Oriental, puede que procedente de los sasánidas, dinastĂa fundada por Artajerjes en el año 224 y que perdurĂł en Persia hasta el 642, dominando con Cosroes 11 territorios de Siria, Palestina, Egipto y Calcedonia. Puede que asĂ sea. En aquellos mismos siglos iniciales de nuestra era y por aquellas mismas tierras, florecieron las escuelas gnĂłsticas que conformaron un cuerpo de creencias amalgamando diversas corrientes de pensamiento, especialmente la judaica, la cristiana y la egipcia. Y dentro de las escuelas gnĂłsticas existiĂł una secta, la de los ofitas, que adoraba a la serpiente bĂblica como sĂmbolo del verdadero conocimiento del bien y del mal. Casi nada se sabe de esta secta, salvo que sus integrantes fueron grandes productores de amuletos con los sĂmbolos de sus deidades, acompañados de las palabras “ABRAXAS y YAO”, y con la imagen de esa adorada sierpe bĂblica representada por una figura que tenĂa cabeza de asno, torso humano y piernas convertidas en dos serpientes curvadas hacia los lados y hacia arriba, exactamente como ocurre con la doble cola de pez de la sirena.
Es posible que este antiguo sĂmbolo de los gnĂłsticos ofitas se convirtiera, con el paso del tiempo y la elaboraciĂłn paulatina de la iconografĂa cristiana a lo largo de la Edad Media, en una sirena de doble cola, remedo de la serpiente que tentĂł a Adán en el ParaĂso a travĂ©s de la femenina figura de Eva. De hecho, es la imagen anatĂłmicamente más prĂłxima a la de la emblemática sirena, y se sabe que los gnĂłsticos tuvieron una gran influencia en la configuraciĂłn del cristianismo primitivo, asĂ como se sabe que el pensamiento de las sectas ofitas resurgiĂł con nueva fuerza en el siglo IV.
Quizá sea asà y su figura provenga de una contaminación de estas tradiciones orientales. 0 quizá no, y la sirena de doble cola nos siga intrigando con su enigma desde los capiteles románicos, repitiendo la pregunta de su origen. Porque en realidad, las únicas preguntas verdaderas son las que no tienen respuesta.
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